El Salón de la Muerte de París abre hoy sus puertas para dar a conocer las últimas tendencias del sector funerario, desde la gestión de los decesos en las redes sociales hasta los ataúdes ecológicos personalizados, pero también para fomentar el diálogo sobre un tema que para muchos sigue siendo tabú.
«Para que caiga el tabú de la muerte, esta tiene que reintegrar la vida», explica Jessie Westenholz, una de las organizadores de la feria, que subraya que tan importante es ocuparse de la parte financiera y organizativa de la defunción como de preparar una muerte «que se parezca al fallecido».
Por ello, y hasta el próximo 10 de abril, en las galerías comerciales que pasan por debajo del Museo de Louvre, el Salón de la Muerte espera convencer a 25.000 visitantes de que se acerquen a conocer las propuestas del centenar de expositores que han hecho de la muerte una forma de vida, porque uno puede intentar diseñar la suya a su imagen y semejanza.
Entre ellos hay quienes han querido aportar una pincelada artística a un negocio que irremediablemente suma clientes cada minuto, quienes ayudan a divulgar información sobre los cuidados paliativos o quienes se aproximan a la muerte desde la gastronomía, la ecología o las nuevas tecnologías.
Este último es el caso de Stépahanie Belland, fundadora de «2Day4Ever», quien explica a Efe que ha creado una página web que permite generar lo que llama «red-gramas», mensajes digitales que contienen imágenes, vídeos, texto y sonido y que se pueden enviar tanto ahora como en cualquier momento hasta dentro de 99 años, incluido el período postmortem.
Su catálogo ofrece también un caja fuerte virtual en la que «una persona mete todos sus nombres de usuario y contraseñas» y encarga a la empresa que, una vez su corazón deje de latir, la sociedad ponga esa información a disposición de la persona elegida para que pueda cerrar sus cuentas de Facebook, Hotmail, Gmail, Twitter o Tuenti.
Otros, como la firma ABCremation, buscan seducir a sus clientes ofreciendo ataúdes ecológicos de cartón reciclado decorados al gusto del consumidor y con tarifas competitivas, entre los 399 euros por el modelo básico hasta los 499 por el más elaborado. Es decir, la mitad que el precio de un tradicional féretro de madera.
El mundo del arte también araña clientes en el negocio de las pompas fúnebres, en torno al que subsisten escultores, fotógrafos y artesanos.
Es el caso de Dawa y de su compañera Marie, que han encontrado en la decoración de lápidas con piedras de colores una forma de ampliar su cartera de clientes, que según algunos de los expositores, en Francia gastan entre 2.500 y 5.000 euros de media en sus exequias.
«Recubrimos los monumentos funerarios con micro-mosaicos, tanto en mate como en brillo» porque «se ve que tenemos tendencia a estar tristes en los cementerios e intentamos aportar algo más alegre, más cálido», explica este artesano de orejas anilladas y cabellera trenzada que roza el suelo.
La empresa Coffin’Art, sin embargo, opta por utilizar las fotografías o imágenes preferidas por los clientes para cubrir con una ligera capa translúcida la tapa del ataúd, mientras que Urne Funeraire Canope confía en que el salón promocione su idea de crear esculturas del busto o el rostro de los difuntos.
A través de tecnología digital, se toma una fotografía en tres dimensiones del interesado y con un ordenador se genera un modelo para el molde que después se retoca a mano.
Los precios varían en función del detalle, de forma que el calvo de piel tersa empieza pagando unos 6.000 euros mientras que el melenudo con barba, bigote y arrugas puede llegar gastarse hasta 12.000 euros, porque cuando más detalle precisa el rostro, más trabajo requiere.
También la gastronomía flirtea con la muerte en este particular salón, a través de la firma Delicious, una marca de bombones de chocolate inspirada en las «calaveras mexicanas» creada en los años cincuenta, otrora olvidada y rescatada ahora por dos Ángeles del Infierno franceses que se han asociado para vender dulces.
Y tampoco faltan guiños cinematográficos que recuerdan a la película de Isabel Coixet «Mi vida sin mí», en la que una madre dejaba cintas de cassette a sus hijas para que las escuchasen tras su anunciada y prematura defunción.
Así, en «Le Film d’un vie» se dedican a grabar la vida, o los mensajes que una persona quiera hacer llegar a sus allegados o a sus enemigos una vez desaparecido.
Propuestas variopintas y quizá menos habituales de lo que podría esperarse ya que, como recuerdan los organizadores, «si preparamos el matrimonio durante un año, ¿por qué no dedicar tiempo a la muerte por adelantado?



Fuente: Yahoo.es