«Nada puede torcer la voluntad de unos EEUU verdaderamente unidos». Con estas palabras, Barack Obama arrancaba así su único discurso en el décimo aniversario del 11-S. «No somos perfectos, pero nuestra democracia es duradera, y esa democracia… también nos da la oportunidad de perfeccionar nuestra unión», aseguró el presidente estadounidense.

El mandatario también recordó en su intervención en el Kennedy Center de Washington los cambios que ha experimentado la sociedad estadounidense. «Nos aferramos a nuestras libertades. Somos más vigilantes contra quienes nos amenazan, y hay inconvenientes que vienen aparejados a nuestra defensa común», declaró.



Obama también repitió en este discurso que cierra los actos de conmemoración de los atentados que «Estados Unidos nunca estará en guerra contra el Islam ni contra ninguna otra religión», algo que se ha convertido en una máxima durante su mandato.

Horas antes, Barack Obama y George W. Bush desfilaron juntos en un paseo plácido por el lugar del atentado que hace diez años cambió millones de vidas. Era un final simbólico.



La décima ceremonia de recuerdo del 11-S cierra una era, de guerras, alertas y terror, para Estados Unidos y el resto del mundo. Los seis momentos de silencio —uno por cada impacto y uno por el colapso de cada torre—, la lectura de 2.983 nombres y el repiqueteo de las iglesias por los muertos tenían un aire especialmente solemne. Puede ser el último funeral colectivo con tanto despliegue de medios.

Obama y Bush pasearon en silencio en el primer encuentro para los dos en este lugar. El presidente y su predecesor, con sus esposas, caminaron despacio, con gesto grave, ellos vestidos de azul, ellas completamente de negro. Se pararon delante de uno de los estanques del monumento conmemorativo para leer y tocar los nombres grabados.

Sesenta gaiteros y tamborileros desfilaron entre los árboles y las nuevas cascadas. Se desplegó la bandera raída que hondeó hace diez años tras los ataques. Yo Yo Ma tocó Bach en chelo y Paul Simon interpretó ‘El sonido del silencio’. Estaba previsto que cantara ‘Puente sobre aguas turbulentas’, pero cambió por una opción algo menos dramática. Con una gorra azul del parque conmemorativo y su guitarra, el ex de Garfunkel sacó un hilillo de voz.

Los políticos -entre ellos, el actual presidente y su predecesor, el actual alcalde de Nueva York y su predecesor- intervinieron con poesías, cartas y rezos, nada de discursos. Obama leyó el salmo 46, que casi parece una recreación del atentado y de las guerras de esta década: «Dios es nuestro amparo y fortaleza. Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se desplomen los montes en el corazón de la mar». El salmo tiene un mensaje desafiante para el enemigo: «El Señor está con nosotros».

El alcalde, Michael Bloomberg, citó a ‘Macbeth’. Y Bush, el más aplaudido, hizo una defensa de sus guerras. Leyó la carta de Abraham Lincoln en 1864 a una viuda que había perdido cinco hijos en la guerra civil, Lydia Bixby. Para consolarla, el presidente le decía que los sacrificados estarían en «el altar de la libertad».

Sólo el vicepresidente Joe Biden dijo unas palabras algo más políticas de agradecimiento a la ‘Generación del 11-S’, los militares, los espías y los voluntarios que han luchado y muerto en los últimos diez años. «No los olvidaremos», dijo Biden, con la voz algo temblorosa.

La letanía de nombres fue más larga de lo habitual. Más de 300 familiares de víctimas enunciando todos los grabados en los estanques, los nombres de quienes murieron en las Torres, en el Pentágono y en el descampado de Pensilvania, pero también de los seis asesinados en el atentado en el World Trade Center en 1993. Obama hizo después el tour de los otros lugares del 11-S. Voló a Pensilvania para depositar flores en las tumbas. Y volvió a Washington pararecordar a los muertos del Pentágono.

En Nueva York, el centro del recuerdo, miles de personas guardaban silencio, lloraban o cantaban ‘mazing Grace’ en un día casi tan azul como ese martes de hace diez años. Los familiares dejaban rosas blancas y notas encima de los nombres de los muertos, que acariciaban una y otra vez.

Muchos siguen contando aquel día con todos los detalles. «Es duro, pero no quiero que se olvide», explica Desiree Bouchat, consultora y superviviente del 11-S. Su oficina estaba en el piso 101 de la Torre Sur y ella cogió el último ascensor que funcionó antes de que el avión, el segundo, se estampara contra su rascacielos. Tres veces al mes cuenta su historia a los turistas y curiosos que pagan 10 dólares por hacer el tour de la Zona Cero organizado por un grupo de afectados.

Pero el escenario ha cambiado. Ya no merece la etiqueta de ‘Zona Cero’. Y, de hecho, los periódicos americanos empiezan a referirse al lugar como «el sitio donde el World Trade Center fue destruido». La plaza está renovada. El rascacielos central ya se eleva 81 pisos mientras otros crecen alrededor. El parque conmemorativo se puede visitar. En el barrio vive el doble de población que en 2001 y los hoteles se han triplicado.

Fuente Elmundo.es