Vuelven los filántropos de la pestilencia política hacer alarde de desprendimiento, entregando comestibles, ron, y varios pesos, al ejército de hambrientos, que ellos mismos han reciclados por años, para mantener un liderazgo burdo y pútrido.

De nuevo, vendrán las lacras de los partidos políticos a venderse como la panacea en los días de una utópica buenaventura como es la Navidad, donde aún la familia se encuentra para compartir con una tradición que cada año se viene perdiendo, fruto de los sinsabores y vicisitudes que arropan a la mayoría de los dominicanos,.



Época donde salen todos los energúmenos de la rancia política partidistas a quererse vender como los Mesías de la filantropía, pese a que todos conocen que lo que reparten es fruto del robo que hacen de los recursos del erario.

Vuelven los mismos que en todo el año se desaparecen sin prestar la mínima atención a los reclamos de los residentes de estas comunidades fallidas, donde todavía tenemos taras de funcionarios y legisladores que en medio de la pobreza de cientos de familias regresan a humillarlas con cajitas, prebendas, a sabiendas que estamos en la antesala de un evento electoral.



La población debe levantarse y poner coto a todos estos delincuentes de la política, que creyendo que todos somos ´parte de ese tinglado corrupto y asqueante, sentando precedente en la contienda comicial que se avecina y decir, BASTA YA DE ENGAÑO..

Es tiempo de parar esa parafernalia denigrante de ver decenas de famélicos correr detrás de la jeepetta de un hijo de puta, que por ser legislador, ex funcionario o encumbrado funcionario, debe enrostrarle la indigencia en que mal viven, mientras ello gozan de una dolce vita que le ofrece el puesto público unido al axial con el bajo mundo y las drogas.

Paremos a todos estas bazofias, como son los millonarios del Plan Social, Comedores Económicos, diputados u otros oficialistas que hace ocho años adelgazaron sus penurias, que sólo se avistan para semejante época, máxime cuando entramos en una contienda electoral. Es hora ya, carajo…

Por Reynaldo Hernández Rosa