Dios mío…



Ayúdame a decir la palabra de la verdad en la cara de los fuertes, y a no mentir para congraciarme el aplauso de los débiles.

Si me das dinero, no tomes mi felicidad, y si me das fuerzas, no quites mi raciocinio.



Si me das éxitos, no me quites la humildad; si me das humildad, no quites mi dignidad.

Ayúdame a conocer la otra cara de la imagen, y no me dejes acusar a mis adversarios, tachándoles de traidores porque no comparten mi criterio.

Enséñame a amar a los demás como me amo a mí mismo, y a juzgarme como lo hago con los demás.

No me dejes embriagar con el éxito cuando lo logre, ni desesperarme si fracaso.

Más bien, hazme siempre recordar que el fracaso es la prueba que antecede al éxito.

Enséñame que la tolerancia es más alto grado de la fuerza y que el deseo de venganza es la primera manifestación de la debilidad.

Si me despojas del dinero, déjame la esperanza; y si me despojas del éxito, déjame la fuerza de voluntad para poder vencer el fracaso.

Si me despojas del don de la salud, déjame la gracia de la fe; y si hago daño a la gente, dame la fuerza de la disculpa, y si la gente me hace daño, dame la fuerza del perdón y la clemencia.

Dios mío… Si yo me olvido de tí, ¡tú no te olvides de mí! Amén.

Este es un mensaje digno de tenerlo siempre en nuestros pensamientos como entes sociales, no solamente para los políticos, sino también para todos lo que pretendemos, de algún modo, alcanzar el éxito.

Reflexionemos por favor, para hacer una mejor sociedad, y para que los futuros líderes nuestros tengan y encuentren una sociedad llena de valores y estímulos.

Amén.

Por Robinson Gálvez Lay