SALINA, EEUU. Las monótonas praderas de Kansas, en el centro de Estados Unidos, se poblarán de nuevos habitantes: personas dispuestas a mudarse a un antiguo silo de misiles convertido en una residencia de lujo, capaz, según su promotor, de resistir el fin de los tiempos.

Larry Hall logró convencer a cuatro compradores de invertir en su proyecto. «Sus preocupaciones son desde una erupción solar hasta una crisis económica, pasando por pandemias, ataques terroristas o la escasez de alimentos», enumera Hall durante una visita a la propiedad con un periodista de la AFP. Incluso los recientes terremotos en México le reportaron un par de llamadas de posibles nuevos compradores.



Según el impulsor del excéntrico proyecto, las amenazas, ya sean naturales o provocadas por el hombre, van en aumento. Una vez terminado, Hall asegura que el depósito proporcionará un paraíso de confort y paz a sus habitantes, que no tendrán que preocuparse por el caos reinante en el exterior.



Este inversionista ha destinado 4 millones de dólares a esta obra, incluyendo 300.000 dólares que ha gastado en la compra de la estructura que, para el momento de la transacción en 2008, estaba inundada y herméticamente sellada por enormes puertas.

El silo, construido durante la Guerra Fría, es una especie de torre invertida que se hunde en la tierra hasta 53 metros de profundidad. Los muros de hormigón de tres metros de espesor permitirían resistir un ataque nuclear.

Larry Hall acondicionó la mitad de los 14 pisos de la construcción como apartamentos, cuyo precio de venta no está precisamente al alcance de todos los bolsillos: un piso entero cuesta 2 millones de dólares. No en vano los clientes potenciales de Hall, que ya han desfilado por allí, son un jugador de fútbol americano, un piloto de carreras, un productor de cine y varios políticos.

Hasta ahora, se vendieron tres apartamentos. Después de que se concreten dos ventas más, ya en camino, sólo quedarán otros dos disponibles.

Y uno de ellos será usado por el propio Hall como segunda residencia, asegura, elogiando el punto culminante de su proyecto: una futura granja pensada para producir suficiente cantidad de vegetales y de pescado para alimentar a 70 personas que no quieran aventurarse a salir a la calle.

Una piscina, un cine, una biblioteca, un centro médico y una escuela también están previstos.

Además, para permitir que sus habitantes puedan vivir de forma completamente autosuficiente, el silo tendrá una red eléctrica conectada a la red de energía exterior y, en caso de fallo, una turbina de viento y generadores. El agua se almacenará en grandes tanques después de filtrarse.

Pero de lo que más parece estar convencido Larry Hall es de la fiabilidad de su sistema de seguridad: una valla con alambres de púas rodearán la propiedad y cámaras de vigilancia permitirán a los ocupantes prevenir cualquier intento de intrusión.

«Si alguien trata de trepar por la valla, tenemos los medios para neutralizarlo», dice Hall sin dar más detalles.

En el interior del silo, la calma es impresionante. «Es como un tanque de aislamiento, no se oye realmente nada», se ufana Hall mirando hacia el techo, tres metros más arriba.

Entretanto, se le están dando los toques finales a la vivienda de 167 metros cuadrados que compró una acaudalada mujer de negocios que planea ir allí a vivir con sus dos hijos, y que podrá optar como vista desde su ventana entre un paisaje de bosques, una vista de París o Nueva York o una playa… programada en una pantalla de video.