Fue el Dios del básquet. Pero sus poderes supraterrenales desaparecieron tan rápido como dejó de jugar. Michael Jordan fue uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA y, sin dudas, uno de los peores empresarios. Como propietario de los Charlotte Bobcats tuvo que soportar el vergonzoso récord negativo de siete triunfos en 66 partidos.



La caída de antes de anoche por 104-84 ante los New York Knicks fue la vigésimo tercera consecutiva. El equipo de Jordan apenas ganó el 10,6 por ciento de los partidos de la temporada, el peor balance de la historia. Hace 16 años, Jordan ganó con los Bulls 72 partidos, un récord que aún se mantiene sin romper.

Su carrera como dirigente roza el terreno del fracaso: en 2003 fue despedido como presidente de los Washington Wizards por la falta de éxitos. Desde que en 2006 compró sus primeras acciones de los Bobcats, el equipo no ganó un partido de playoffs. «Una vergüenza de propietario», lo definió el periódico The Chicago Sun Times.



«Fue un año de pruebas, lo sabíamos», se disculpó Jordan. Aún hay esperanza: como peor equipo de la temporada tendrá el próximo año la primera opción para conseguir al mejor talento joven en el draft.

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