Si hay un presidente en el mundo que se destaca por su austeridad y simpleza, ese es José «Pepe» Mujica el mandatario de la República Oriental del Uruguay.



Mujica dona la mayor parte de su sueldo y se queda con apenas un tercio de lo que gana; una parte va para las finanzas de su movimiento político, y lo más grueso, para una colecta destinada a viviendas para familias de menos recursos.

Lejos del consumismo con el modelo de austeridad como una forma de vida, Mujica presentó en su última declaración jurada patrimonial sólo un viejo auto Volkswagen, modelo «escarabajo», de 1987, valuado en unos 1900 dólares, en el que es común verlo con su esposa Lucía Topolansky, quien además es senadora.



En una fotografía tomada en su chacra de Rincón del Cerro, en la que sigue viviendo actualmente, tras negarse a utilizar la residencia presidencial del Prado, Mujica se ve en pleno corte de pelo, tomando mate y con un perro a sus pies.

Topolansky respondió a la prensa sobre los motivos por los que no aparecía la chacra en la declaración presidencial y reconoció que estaba a su nombre. Mujica y Topolansky viven ahí desde 1985, luego de que fueron liberados por la amnistía de la restauración de la democracia en Uruguay. «No tenemos tarjetas ni cuentas bancarias; somos anticuados», había declarado la senadora.

Los compatriotas de Mujica están acostumbrados a su estilo desacartonado, que habitualmente desacomoda a sus custodios y a su entorno de colaboradores. Es común que el jefe del Estado almuerce en locales del centro, en simples pizzerías o bares. Lo ha hecho incluso con camaradas políticos, como con el presidente de una de las empresas más grandes del país. Mientras, los noticieros lo entrevistan y los comensales lo saludan y le piden sacarse fotos con ellos.

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