Mientras que la congoja domina a gran parte de los países de Europa, entre ellos naciones de relevancia histórica y política como Grecia, España e Italia, la pequeña y lejana Islandia se ha convertido en una feliz, pero extraña excepción.



En el sur y el oriente del continente, varios gobiernos han caído, las economías se desaceleran, las entidades financieras pierden su prestigio, el desempleo aumenta y la sombra de la crisis agobia a la gente. En Reikiavik, sin embargo, se percibe desde hace meses un marcado ambiente de júbilo.

La semana pasada, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Ocde, anunció que la economía del país crecerá más que la de la eurozona. Según la Ocde, se espera que en 2012 el crecimiento alcance un récord de 2,8 por ciento y que, en 2013, se mantenga por encima del 2 por ciento. Además, el desempleo, que ya ronda el 6 por ciento, sigue cayendo.



La alentadora situación de esta isla fría de 320.000 habitantes, ubicada en el Atlántico entre la isla británica y Groenlandia, es tema de expertos y comentaristas. En 2009, el sistema financiero islandés había colapsado después de que sus principales bancos, que habían sido desregulados, perdieran la capacidad de refinanciar sus deudas y cayeran en la quiebra.

La economía del hasta entonces país más estable del mundo se había hecho dependiente del sistema financiero internacional y de los flujos monetarios de tal forma que el estallido de la crisis bancaria en 2008 decretó el fin de la bonanza económica. La banca se declaró insolvente y fue nacionalizada, las finanzas se hundieron en deudas y la clase política perdió credibilidad y confianza.

La crisis tocó fondo cuando la plataforma de denuncias WikiLeaks publicó evidencia de que los bancos, pocas semanas antes de la crisis, habían hecho peligrosas inversiones y concedido prestamos ilegales para sacar el capital del país.

Islandia tuvo que declararse, prácticamente, en bancarrota. La crisis política fue profunda y los otrora pacíficos habitantes de la isla salieron en bandada a protestar. Antes siquiera de que se pudiera pensar en una insolvencia de Grecia o Portugal, Islandia ya se había convertido en un primer precedente de que en Europa los escenarios más apocalípticos de una crisis también son posibles.

¿Cuál fue la fórmula de la mejoría de Islandia? Según un informe publicado el fin de semana en el New York Times, el país logró rescatarse porque justamente hizo las cosas de manera contraria al resto de Europa. «Dejó colapsar a sus tres bancos principales, en vez de salvarlos. Se aseguró de que los ahorradores locales recibieran su dinero, y otorgó alivios a los propietarios de finca raíz y a los empresarios endeudados que estaban al borde de la quiebra», escribió la enviada especial Sarah Lyall.

Desde que se recuperó, el gobierno islandés ha logrado mantener sus deudas en un nivel bajo y ha cuidado la solidez de su sistema social. De la Islandia que el cronista John Carlin describiera como «pequeña, rota y desesperada», hoy no quedan rastros. La nación ha resurgido, vigorosa, gracias a una revolución excepcional que vivió en los últimos años.

El gobierno está en manos de las mujeres, con Johánna Sigurdardóttir a la cabeza, una experimentada política de vena socialista que logró sacar a la isla de la ruina. Subió los impuestos a los ricos, diversificó la economía, saneó los bancos, redujo los intereses, la inflación y el déficit y alcanzó récords que solo pocas naciones europeas, por falta de dinero, se atreverían hoy a disputarle: ser, según el Foro Económico Mundial, la nación más justa socialmente y en cuanto a la igualdad de géneros.

A comienzos de este año, Islandia alcanzó algo que muchos creían impensable. Fitch, una de las hoy temidas agencias de calificación financiera, elevó la nota del país al «grado de inversión». «La poco ortodoxa política de respuesta a la crisis de la isla ha tenido éxito», juzgo el instituto el pasado febrero.

Aunque en el resto de Europa sea imposible seguir el modelo islandés al pie de la letra para solucionar la crisis, sorprende que los diversos y millonarios paquetes de rescate despachados en Bruselas no hayan logrado siquiera acercar la situación de la eurozona a la de Islandia.

Hasta hoy ha habido docenas de «auxilios», «paracaídas» y «paraguas de rescate» para varias naciones del Viejo Continente. Muy pocos esperan que el «fondo de ayudas» más recientemente inaugurado, el ESM, con más de un billón de euros, pueda resolver los problemas de Europa.

De las 17 naciones de la eurozona, solo Alemania, Francia, Finlandia, Austria, Luxemburgo y Holanda han podido mantener sus finanzas en orden. La crisis ha obligado a España, Portugal, Irlanda y Grecia a acudir a ayudas. Y siete países más tienen un futuro incierto. Eslovaquia, Estonia, Eslovenia, Chipre y Malta mantienen finanzas saludables que, sin embargo, en cualquier momento podrían ‘contagiarse’ de la crisis. Bélgica e Italia, mientras tanto, ya se perfilan como los siguientes candidatos de recibir apoyos.

Fuente: semana.com