“¡Todo es tan aburrido!” (Winston Churchill). “Ahora, estoy en la fuente de la felicidad” (Frédéric Chopin). “Soy inmortal” (Bela Lugosi). “Luz, más luz” (Johann Goethe). “Mañana ya no estaré aquí” (Nostradamus). Son las últimas palabras dichas antes de morir que se atribuyen a conocidos personajes de la historia. En cambio, para el común de los mortales, los epitafios deberían incluir reflexiones como las que siguen: “Ojalá hubiese tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo y no la que otros esperaban de mí” u “Ojalá me hubiese permitido ser más feliz”.



No haber sido dueño de nuestra vida y no haber alcanzado la felicidad son dos de las quejas más comunes de los seres humanos cuando “les llega la hora”. Las ha recopilado la enfermera australiana Bronnie Ware, especializada en la atención a personas moribundas, y volcado en su libro The top five regrets of dying (Los cinco lamentos principales en la muerte). Según esta escritora, en esos últimos momentos hay temas comunes que emergen una y otra vez, que reflejan la lucidez de los seres humanos y de los que se puede aprender mucho y sacar valiosas lecciones.

Otras de las lamentaciones más generalizadas de las personas en su lecho de muerte son “¡Ojalá no hubiese trabajado tanto!”, una expresión frecuente sobre todo entre los hombres, así como “¡Ojalá hubiese tenido el valor de expresar mis sentimientos!” y “¡Ojalá me hubiese mantenido en contacto con mis amigos!”. De acuerdo con la enferma australiana, quejarse por no haberse “permitido ser más feliz” es sorprendentemente habitual, porque muchas personas “no se dan cuenta hasta el final de su existencia de que la felicidad es, en realidad, una elección”.



Esta experta en cuidados paliativos y enfermos terminales compiló en su libro las “confesiones honestas y francas sobre lo que hubieran querido hacer o no hacer”, la experiencia cercana, como profesional, de personas que habían sido desahuciadas y esperaban en cualquier momento la muerte y con quienes pasó las últimas tres a doce semanas de sus vidas. A Bronnie Ware le ha llamado la atención que todos los lamentos de los moribundos son de cosas que no hicieron. “Lo que hacemos en nuestra vida, bueno o malo, nos ayuda a aprender algo. Por eso es más común arrepentirse de algo que no hicimos”, ha reflexionado.

Perderse muchas cosas

Los moribundos se quejan de haber trabajado demasiado, porque –según le dijeron a la enfermera– eso les había hecho “perder el equilibrio y perderse muchas cosas en su vida”. También se arrepienten de no haber expresado sus sentimientos, positivos o negativos. En esos casos les hubiera complacido haber tenido el coraje de decir que no les gustaban ciertas cosas o expresarles a algunas personas lo que sentían por ellas. “Mucha gente también me decía que le hubiera gustado haber vuelto a tener contacto con viejos amigos o volver a ver a alguien para recordar momentos de su vida, pero no habían hecho el esfuerzo de encontrarlo”, señala Ware.

A la autora, esas confesiones le ayudaron a transformar su vida, porque “es realmente triste llegar a la tumba pensando: ‘¡Ojalá lo hubiera hecho!’” y hay que intentar “actuar hoy y no dejar las cosas para mañana, para después arrepentirse”. El principal mensaje de estos lamentos, según su recopiladora, es: “Todos vamos a morir y si en este momento nos arrepentimos de algo, tratemos de solucionarlo ahora. La vida está pasando hoy y ahora es el momento de vivirla”.

De acuerdo al portal laneura.com, un estudio anterior efectuado en el 2009 y cuyos resultados fueron recogidos en el libro If only… How to turn regret into opportunity (Si sólo… Cómo transformar el arrepentimiento en oportunidad) del médico Neal Roese, coincide con este trabajo de la enfermera australiana en que la mayor parte de las ocasiones perdidas y arrepentimientos entre los adultos se refieren a aquello que han dejado de hacer. Para el psiquiatra Gordon Livingston, autor de la obra: Too soon old, too late smart: 30 true things to learn before you die (Viejos demasiado pronto, listos demasiado tarde: 30 cosas que hay que aprender antes de morir) gran parte de los remordimientos más frecuentes en la edad adulta están relacionados con las malas elecciones laborales.

Muchas personas lamentan no haber sido capaces de rechazar una sustanciosa oferta de trabajo a pesar de no ser deseada por ellas, lo que las condujo a pasar décadas ocupadas en un trabajo cuya única motivación era económica. Según el estudio del psiquiatra estadounidense, “elegir lo más pragmático no tiene por qué ser, a largo plazo, lo más aconsejable”.

Además, según Livingston, a los cincuenta años de edad solemos arrepentirnos de no haber hecho ejercicio cuando teníamos veinte. La mayor parte de la gente comienza a darse cuenta de lo relevante de la actividad física cuando los achaques físicos comienzan a presentarse y, en muchos casos, ya es demasiado tarde para solucionar lo que ha sufrido el cuerpo anteriormente.

La toma de consciencia

“La palabra ‘ojalá’ que precede a los lamentos recopilados por Bronnie Ware, denota el vivo deseo de que suceda algo, de que la vida sea diferente, pero para los moribundos ya es demasiado tarde. Muchas personas que están a tiempo de cambiar sus vidas y elegir la felicidad en vez de resistirla deben luchar por lograrlo”, señala la psicóloga clínica Margarita García Marqués. Según Marqués, “la toma de consciencia de nuestra mortalidad aparece en la madurez, pero las preocupaciones cotidianas suelen hacernos olvidar de que las manecillas del reloj siguen avanzando cada día. Es mejor luchar por alcanzar nuestros objetivos ahora y no esperar a que sea demasiado tarde. Hay que recordar que nos arrepentiremos de todo de aquello que no hemos hecho o intentado”.

¿Por qué hay algunas áreas de nuestra vida en las que no logramos ser felices o en las que permanecemos estancados a pesar de que intentamos mejorar una y otra vez?. Según la psicóloga “se debe a que detrás de cada ‘quiero’ que expresamos de manera consciente, siempre existe un ‘no quiero’ que se oculta en nuestro inconsciente y es imprescindible sacar a la luz, para poder seguir avanzando en nuestros objetivos”.

“Son resistencias psicológicas: creencias o patrones personales, sociales o familiares, debidos a cosas que nos han ocurrido o hemos aprendido y que nos limitan o frenan. O pueden ser temores, que hemos de despejar para poder prosperar en nuestros objetivos vitales. Son estancamientos y bloqueos que conviene analizar y desactivar”, señala Marqués. La psicóloga pone un ejemplo: “Mucha gente afirma que desea ascender o mejorar en su trabajo, pero no lo consigue, por miedo ‘al que dirán’, a la mayor responsabilidad, esfuerzo y dedicación que supone un ascenso, a que la actividad sea demasiado pesada, a no dar la talla y perder la consideración actual o a dedicar más horas al trabajo y disponer de menos tiempo para sí misma”.

“Otros manifiestan que quieren hacer amistades y relacionarse más, pero no lo logran porque sienten temor al contacto, a la comunicación, a la entrega. Sienten que pierden en sus relaciones con los demás, o prefieren recibir cosas pero no darlas. Si no se ofrece una contrapartida, es muy difícil relacionarse: para que las cosas funcionen deben ‘ir y venir’; cuando la relación es de un solo sentido no funciona”, aconseja García Marqués.