Steve Jobs era, sin duda, un personaje extraño. Su antipatía y extravagancia son dos de las cualidades más señaladas por muchos de los que compartieron trabajo junto al co-fundador de Apple, aunque sin las cuales es probable que la compañía no hubiera logrado alcanzar las cotas de éxito a las que comenzó a llegar a partir de 1997 cuando, cual Mesías, Jobs regresó a Cupertino.



En el libro «Increíblemente simple: La obsesión que ha llevado a Apple al éxito» (Gestión 2000), Ken Segall, exdirector creativo de Apple, desgrana al detalle muchos de los momentos vividos junto a Jobs en la exitosa empresa. Merece la pena recorrer cada una de las anécdotas narradas por Segall para entender la extraña personalidad de este genio de la informática y la creatividad que, si bien hizo gala de una simplicidad extrema con la que consiguió enmendar los malos resultados de la compañía hasta el año 97, también demostró que la extravagancia era otra de sus mayores cualidades.

En el libro, Segall cuenta la idea que se le ocurrió a Jobs para celebrar el millón de ventas del iMac. El co-fundador de Apple estaba tremendamente emocionado por haber remontado las cifras de la compañía y por cómo aquella empresa que se había desmoronado tras su marcha había resurgido de las cenizas. La celebración debía ser especial, grandiosa. Por ello, a Jobs no se le ocurrió tra cosa que emular a Willy Wonka, del libro infantil «Charlie y la Fábrica de Chocolate», e Roald Dahl. En el relato, el dueño de la mágica fábrica «Wonka» decide incluir cinco billetes dorados en cinco de sus tabletas de chocolate para permitir a varios niños conocer su fábrica al detalle y llevarse un fabuloso premio.



Con sombrero y frac

A Jobs la idea le pareció sublime. Pensó que, al igual que Willy Wonka, él también podría esconder un billete dorado en la caja de un iMac y ofrecer al agraciado un suculento recorrido junto a su familia por las instalaciones de Apple. Sin embargo, el CEO consideró además mejorar la sorpresa si además el ganador era recibido por él mismo con exactamente la misma apariencia que Wonka en el cuento: sombrero de copa y frac.

Poco tuvo que decir el equipo creativo sobre la descabellada idea del creador de Apple. La decisión estaba tomada y los diseñadores se habían puesto manos a la obra para crear el billete dorado que permitiría a su ganador adentrarse en las entrañas de la compañía. Sin embargo, las leyes de California frustraron la operación, pues el concurso perdió todo su sentido cuando en Apple se percataron de que el Estado exige que los concursos no requieran que alguien se vea obligado a comprar un producto para participar en él. El sueño de Jobs de ser Willy Wonka acababa de esfumarse.

De acuerdo al diario abc.es, así lo cuenta Segall en su libro: «Steve quería poner un certificado dorado que representara el iMac número un millón. A quien abriera la caja con el certificado le sería restituido el precio de compra y luego trasladado en avión a Cupertino, donde él o ella (y, probablemente, su familia) tomaría un recorrido por el campus de Apple. Steve ya había dado instrucciones a su grupo creativo interno para diseñar un prototipo de certificado dorado, que compartió con nosotros. Sin embargo, lo mejor de todo era que él quería conocer al afortunado ganador en su totalidad, con el atuendo de Willy Wonka y todo. Sí, completo, con sombrero y frac».