nicolas maduro y chavez

 

Llega el famoso 10 de enero (10E) en el que Hugo Rafael Chávez Frías debería reasumir el mando como presidente de Venezuela y las cartas ya están echadas: no lo hará. Nicolás Maduro, su canciller y vicepresidente, su delfín político, afirmó que el líder de la revolución bolivariana “pasará de largo”, en una decisión que divide una vez más al país entre los que indican que debe volver a prestar juramento para que este mandato tenga validez legal y los que simplifican señalando que de todos modos, su triunfo electoral es indiscutible y categórico.



 Chávez sigue rigiendo la política en su país aunque se encuentre entubado y posiblemente inconsciente; aunque no esté conectado a ningún aparato de vida artificial y esté despierto, pero internado fuera de su Palacio de Miraflores y, de hecho, de cualquier pedazo de tierra del país del que es el presidente.

 Y ello es así porque hable o no pronuncie palabra alguna ya designó al dueño de sus decisiones: Maduro y, por lo tanto, es él la persona capaz de hablar en su nombre, de decir lo que cree que dijo desde el lecho de enfermo, lo que cree que pensó y, en algún momento, el único autorizado a interpretar lo que Chávez pensaría sobre tal o cual cuestión.



Basta un hilo de vida para que pensar en él sea pensarlo vivo e hiperactivo, como en la última campaña electoral en la que su sola palabra tuvo más valor que la de un millón de médicos para convencer a los votantes de que “me he curado del cáncer”.

Venezuela vive horas complejas. De aquel día de elecciones que amaneció con todos los venezolanos contentos, con los chavistas celebrando desde las 3 de la mañana la posibilidad de reconquistar el poder y consolidar su “revolución” y con los opositores sonrientes, convencidos de una posibilidad real del ascenso de Henrique Capriles, se ha pasado a un país en lágrimas.

Son las que lloran al comandante enfermo, pero también las que enjugan las dudas sobre la continuidad de la unidad interna del Partido Socialista Unido de Venezuela (el PSUV) sin el liderazgo de cuerpo presente del líder. Son las que mojan las mil interpretaciones de la Constitución a la hora de analizar si Chávez, consagrado por una inmensa mayoría de los votos, puede seguir gobernando sin el trámite formal del juramento ante los otros poderes del Estado; si puede hacerlo desde afuera del país que preside. Son las lágrimas que emanan de ojos inquietos que auscultan mil reglamentos: cuándo debe llamarse a elecciones, quién puede sostener el Poder Ejecutivo en su ausencia bajo las actuales circunstancias.

Hacia adentro de Venezuela es una la discusión: quién y cómo gobernará.

Hacia afuera, es otra. ¿Quién liderará este espacio continental construido por Chávez? ¿Será Evo Morales, Cristina Kirchner, Daniel Ortega, José Mujica…? ¿Acaso Raúl Castro?

Los medios afines al chavismo en el epicentro del ALBA, Venezuela, están dando una profusa difusión a las elecciones que se celebrarán el 17 de febrero próximo en Ecuador y que tienen al tal vez más carismático e intransigente cultor del modelo después de Chávez: Rafael Correa.

Correa emergería en medio de una situación delicada y confusa generada por la carencia de salud del venezolano, de manera victoriosa. Si logra –como lo anticipan las encuestas- dar un batacazo en Ecuador, su figura, apuntalada por un Chávez ya convertido en mito (viviente o no) tendría la responsabilidad de liderar un proceso que siempre está amenazado por la posibilidad de un efecto dominó en su contra que no se logró ni con la caída del hondureño Manuel Zelaya ni con el golpe institucional contra Fernando Lugo en Venezuela.

En comparación, Correa ha llevado adelante un modelo similar al desarrollado por la revolución bolivariana, pero despojado de un aspecto central y nutrido de otro sustancial, a saber:

– Correa no emerge de un movimiento militar sino social. Podrá conducir a sus fuerzas armadas pero no es parte de ellas, como lo es Chávez. No es un guerrero, sino un político. Y en este aspecto, la negociación está en su libreto, no el “ganar o perder”, el “matar o morir”. De hecho, la megaminería es un aspecto central de su política económica en un Ecuador en donde su moneda está dolarizada y eso no le causa escalofríos ideológicos a ninguno de sus partidarios.

– Lo que tiene de diferente es formación académica y conocimiento de la economía. No depende exclusivamente del petróleo, como Chávez y gran parte del éxito del chavismo. Ha sido formado en su país, en Europa y en los Estados Unidos. Es un joven hombre que se mueve por la política, la academia y el mundo con confianza y una autoridad que a la que se la acusa de autoritarismo por sus métodos.

 De todos modos, resalta el portal argentino mdzol.com que el momento de Latinoamérica es difícil. No en el sentido en podría calificarse de la misma manera a Europa o a Estados Unidos.

Que en Chile se cambie a Sebastián Piñera próximamente por Michelle Bachelet no garantiza un alineamiento con el eje Correa – Chávez del país trasandino, como no puede considerarse a Brasil parte del mismo modelo. Paraguay ya movió sus piezas. Perú desconcierta a propios y extraños con un presidente como Ollanta Humala, a quien en el pasado todos veían a un Chávez en potencia, y que ahora se mira en otros espejos. Colombia jamás será de la partida bolivariana. Argentina lo es más en lo simbólico que en los hechos, aunque desde ambos extremos de la política se exageren las cosas.

 En definitiva, desesperanzados por el 10E lo que viene es el 17F. Allí se hará el próximo movimiento importante, aunque no definitorio, de la realidad política latinoamericana.