Austin (EEUU). El Festival de Cine de Austin acogió este fin de semana el estreno nacional del documental «120 días», que es el tiempo con el que cuenta el protagonista, un inmigrante indocumentado, para abandonar EE.UU. a contrarreloj y dejar a su familia en el país.

Deportados



Miguel Cortés, un inmigrante mexicano sin papeles, y su familia, también en la sombra, se convierten en las caras visibles de un documental que no esconde su intención de presionar para que la política migratoria de la primera potencia mundial cambie.

El director del filme, Ted Roach, tenía claro que necesitaba un rostro que representara a los millones de indocumentados que viven y trabajan en el país: «Si ves en pantalla un caso personal, es imposible ignorarlo», explicó a Efe el autor.



«La gente que más nos importa que vea esta historia es el público estadounidense de habla inglesa; creo que la población latina tanto en EE.UU. como en el exterior saldrán encantados con la película, pero tiene que verla el americano blanco y anglosajón para conseguir que algo pase», justifica Roach.

«Que algo pase» quiere decir que el Congreso estadounidense promueva una reforma migratoria integral y que la política de deportaciones priorice más los aspectos humanos que los legales.

Por eso, los responsables del largometraje buscan que una gran televisión estadounidense, como HBO o CNN, emita el trabajo, y que se proyecte también a congresistas y senadores en Washington.

«El público americano sabe que este problema existe, pero hasta ahora ha sido más fácil ignorarlo», asegura el productor de la película, Brad Allgood.

Personificarlo en una familia es, en opinión del director, mostrar «la parte que los medios olvidan cuando difunden estadísticas y declaraciones».

«Queríamos explicarlo desde un punto de vista personal dentro de una familia», justifica.

El detonante de la deportación de Miguel Cortés es un control de tráfico en Carolina del Norte, en el que un policía detecta que no dispone de permiso de conducción y, gracias a la posterior fianza, consiguen que la expulsión del país no sea inminente.

De ahí, «120 días», cuatro meses en los que Cortés y su entorno deberán decidir qué hacer: que Miguel vuelva a México sin su esposa y sus dos hijas adolescentes, que los cuatro abandonen el país o que se sumerjan en la sombra de la sombra al huir a otro estado y cambiar de identidad.

El casual cruce del director con la historia de Miguel llevó a encontrarse con el «personaje perfecto»: una deportación entre las 400.000 anuales sin que el afectado haya cometido ningún delito, a parte de cruzar clandestinamente la frontera por primera vez en 1998, ni tenga antecedentes penales.

«Lo que intenta Miguel es darle una vida mejor a su familia, trabajar duro, contribuir a la comunidad y ser aceptado por ella, no solo busca hacer dinero. Es un hombre respetable y bien intencionado», valora Roach.

Y así el espectador presencia cómo las autoridades locales premian a la familia por su contribución a la comunidad a solo unos días de la partida, cómo el protagonista acompaña a sus hijas al colegio o cómo María Luisa, la esposa, le corta el pelo a Miguel unas horas antes de la despedida en el aeropuerto.

«La manera en la que descubrimos a Miguel fue como pelar una cebolla y fuimos dándonos cuenta de que era la persona ideal para explicar la situación», recuerda el director en Austin.

«Miguel es un gran modelo de ciudadano», valora el productor. «De no-ciudadano», le advierte el director. «!Es un gran modelo de no-ciudadano!», corrige.