Pekín. Chen Guishan tiene 15 años y no recuerda cómo es su padre. Es uno de los 61 millones de niños chinos cuyos progenitores dejaron atrás al emigrar a las ciudades en busca de un mejor trabajo. Los adultos se marcharon y los menores se quedaron en el campo, con sus abuelos, tíos u otros familiares.

Es un drama nacional que afecta a uno de cada cuatro menores en China, según un informe hecho público esta semana por el Centro en defensa de los Derechos del Menor y la Corporación Responsabilidad Social (CCR CSR), apoyado por la embajada de Suecia en Pekín.
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«La migración interna de China -de más de 260 millones de personas- es una historia motivadora pero también de resistencia y una realidad difícil», explicó la directora ejecutiva de CCR CSR, Sanna Johnson, durante su presentación en Pekín.

Los testimonios que recoge el documento dan voz a esas dificultades, con historias de niños que no sólo no reconocen a sus padres, sino que llegan a no echarles de menos después de acostumbrarse a verles una o, con suerte, dos veces al año. O a no hacerlo nunca.



«Desde que tengo memoria, mi padre ha trabajado lejos de casa. Contacto con él por teléfono. Viene a casa una o dos veces al año, pero, a veces, no viene ninguna», explica Chen, un pseudónimo del quinceañero que vive en la ciudad de Chongqing, junto a su abuela y a su hermano pequeño, mientras su padre trabaja en la vecina provincia de Guizhou (sur de China).

Sus conversaciones por teléfono no van más allá de preguntas sobre el colegio. «Le pregunté a mi padre qué hacía, pero sólo me contesta que me concentre en mis estudios. No me importa lo que me diga y no quiero saber en qué trabaja», opina Chen, cuyos padres se divorciaron cuando era muy pequeño. Poco después, su madre volvería de Guizhou a su ciudad, después de sufrir un grave accidente de coche que le dejó paralítica.

«Desde que era pequeño, vivo con mi abuela. Mi abuelo murió hace años, y ella es la única que se preocupa por mí». El sentimiento de Chen se asemeja al de otro niño, Xiaohang, de 12 años, cuya madre murió de cáncer cuando tenía 8 años, o al de la joven Xiaoli, procedente de Zunyi en la provincia de Guizhou, quien desde los 8 meses convive con su abuela, lo que le ha hecho dudar de que sus padres «sean de verdad, los biológicos».

La tragedia que se percibe en los testimonios de los niños no es diferente a la de los padres, personas que se han visto forzadas a emigrar para conseguir un futuro mejor para sus familias, aunque sea separados.

«La escolarización de los niños es el gran problema al que se enfrentan los emigrantes para poder llevarse a sus hijos con ellos», explica Liu Qiang, de 38 años, y quien tuvo que separarse de sus dos hijas, de 9 y 6 años, y su hijo, de 4, para aumentar su sueldo. Llegó a los 400 euros por mes, trabajando en la construcción, a lo que se sumaban los 200 euros/mes de su mujer.

El sistema de registro en China, el llamado «hukou», que el Gobierno chino ha anunciado que modificará, impide que los menores estudien en otro lugar que no sea su localidad de nacimiento, así como les despoja del servicio sanitario; por lo que muchos prefieren dejarlos «atrás».

«Cuando me preguntan sobre mis hijos, lloro, siento un dolor profundo», comentaba Hu Xuexiu, la representante de los 1.500 emigrantes de nueve fábricas que fueron entrevistados para el informe al que ha tenido acceso Efe.

Aún con las dificultades, 34 millones de los 262 millones de trabajadores emigrantes en China decidieron llevarse a sus hijos con ellos, a pesar de que las largas jornadas de trabajo no les permitan casi verles, y de que un 50 por ciento sienta que no pueden ejercer de «buenos padres».

Precisamente, es ahí donde pone el foco organizaciones como CCR CSR, en la responsabilidad que tienen o la ayuda que pueden ofrecer las propias empresas que emplean a los emigrantes para atajar esta situación. «En dar facilidades a esos padres, horarios flexibles, levantando guarderías en el propio trabajo…», ejemplificaba la directora ejecutiva. En definitiva, en crear las condiciones para que China alcance las metas de urbanización, pero no a todo coste EFE