Mucha gente me sugirió que tratara de poner música nueva en Spotify con «Shake It Off», así que estuve abierta a ello. Pensé «voy a probar esto; veré cómo me siento». No me pareció bien. Me pareció que era como decirle a mis fans: «Si creas música algún día, si pintas un cuadro algún día, cualquiera puede entrar en un museo, descolgarlo de la pared, arrancar una esquina y quedarse con esa parte sin pagar nada». No me gustó la percepción que estaba transmitiendo. Así que decidí cambiar la forma en la que hacía las cosas.
Ese «cambiar la forma en la que hacía las cosas» significó retirar toda su discografía de Spotify, sin duda, un golpe para el servicio sueco dada la popularidad de Swift (según el propio servicio de streaming, 19 millones de los 40 millones de usuarios de Spotify han escuchado canciones se Swift en los últimos 30 días).
La queja de Swift no es nueva y tal vez comienza a ser preocupante para Spotify. Artistas de todo tipo, desde independientes a estrellas mundiales, se quejan de la escasa compensación que ofrece el servicio.
Tal vez lo que la industria musical no acaba de ver (o no quiere ver) es que Spotify es de momento un trampolín para promocionar y comercializar la música por otras vías, y no una nueva gallina de los huevos de oro que sustituye a la anterior, pero en Internet. Por otra parte, es comprensible que los pequeños artistas se quejen de la escasa compensación de Spotify (y algo deberían hacer los suecos si no quieren quedarse solos), pero que lo haga una cantante como Taylor Swift, la segunda mejor pagada del mundo, o que lo haga Thom Yorke, no deja de ser un buen ejemplo de uno de los problemas clave de la industria musical hasta ahora: demasiados intermediarios, demasiada avaricia.
Fuente: Gizmodo.es