El divorcio nunca es simple, y es una de las decisiones más difíciles que una persona puede tomar. Las reacciones a ésto pueden ser diferentes, desde llorar desconsoladamente hasta culpar de todo lo ocurrido a una de las partes.

Esto estaba ocurriendo en la vida Sloane Bradshaw, una mujer que tras 10 años de matrimonio tuvo que ver como su relación terminaba para siempre. Durante meses la relación con su marido estaba mal, él siempre estaba sumergido en el trabajo y casi nunca conversaban sin pelear, lo que creó una rutina extremadamente perjudicial para ambos.



Cuando descubrió que su esposo la había engañado, comenzó a culparlo de todo malo que habían vivido, porque era la forma más fácil de sobrellevar lo que pasaba. Sin embargo, tras varios meses encontró un terapeuta que la ayudó a ver la realidad tal cual era.

No sólo su marido tenía responsabilidad en su separación, sino que también ella había sido parte de los problemas Al poder darse cuenta de las cosas con claridad, Bradshaw, decidió compartir su historia con otros y publicó un sentido blog en el diario electrónico, The Huffington Post, donde contó todo lo que había aprendido de su dolorosa experiencia.



Lee a continuación el blog de la mujer

Al principio fue fácil para mi apuntar con el dedo a mi marido por haber borrando nuestro matrimonio de 10 años. Él fue el que engañó y se fue sin mirar atrás. Él fue el que mucho antes de eso, se cerró frente a mi, prefiriendo enterrarse en el trabajo antes que enfrentar lo que estaba pasando en casa.

La culpa fue mi mecanismo de defensa para vivir los difíciles primeros meses de nuestra separación, y por supuesto, el “¿cómo se atrevió?” se convirtió en mi mantra. Me hice de todo un ejército de personas que me apoyaban, y que como yo, estaban horrorizados por el descaro de este hombre.

Porque obviamente ser un mentiroso, infiel y haber abandonado a su familia está por sobre cualquier cosa que yo pude haber hecho a nuestro matrimonio en la última década, ¿cierto?.
Error.

Desvié toda la culpa en el fracaso de mi matrimonio y me aferré a la imagen que pinté de mi como una esposa gentil, desinteresada, sufrida y con una enorme paciencia. No fue hasta que encontré un terapeuta que me sacó de esa mierda, que me vi obligada a tomar una larga y dura mirada a mis defectos.

La verdad no era bonita.

Esto es lo que ahora sé que realmente jodió mi matrimonio, y ojalá sirva como advertencia para ustedes… Antes de que sea demasiado tarde.

1. Puse a mis hijos primero

Es fácil amar a tus propios hijos. No tienes que esforzarte mucho y ellos te adoran sin importar lo que hagas. El matrimonio es totalmente opuesto: significa trabajo. Y cada vez que mi matrimonio comenzaba a sentirse como algo que necesitaba mucho trabajo, me alejaba y llevaba a los niños al museo o de paseo. Usualmente planeaba estas aventuras cuando sabía que mi esposo no podría ir (y arruinar lo bien que lo pasaríamos). Me decía a mí misma que estaba bien porque él prefería trabajar y siempre parecía de mal humor cuando salíamos todos juntos. Gran parte de las noches escogía acurrucarme con ellos, culpando lo tarde que él se acostaba. Como resultado, muy pocas veces estábamos juntos y solos y casi nunca teníamos noches en la que estuviéramos sin los niños. Quizás una vez al año, para nuestro aniversario.

2. No les puse límites a mis padres

Mis padres iban a nuestra casa frecuentemente, a veces incluso llegaban sin siquiera avisar. Nos ‘ayudaban’ con las cosas de la casa, haciendo tareas que ni les pedíamos, cómo doblar nuestra ropa limpia (de forma incorrecta, obviamente). Íbamos de vacaciones con ellos. Ellos retaban a nuestros hijos en frente de nosotros. Mis propios miedos de molestar a mis padres me hacían evitar ponerlos en su lugar. Hubo pocas veces que sí defendí la autonomía de mi familia. Mi esposo, literalmente, se había casado con toda mi familia.

3. Lo herí

Creí que el amor tenía que ver con la honestidad, pero todos sabemos que la verdad duele. A medida que comenzamos a estar más cómodos (léase: perezosos) con nuestra relación, dejé de intentar decir las cosas de forma amable. Hablaba mal de él con mis amigas, mi madre y mis compañeros de trabajo. Todo.El.Tiempo. “¿Puedes creer que no hizo esto?” Y “¿Por qué hizo ESO?”

En vez de aumentar su autoestima, la pisotee. Lo empequeñecía a menudo, diciendo que su trabajo no era importante y refiriéndome en malos términos a sus amigos. Lo regañaba por hacer mal las cosas y, honestamente, era sólo porque no lo hacía a mi manera. A veces le hablaba como si fuera un niño. Controlaba el dinero de nuestra familia y manejaba cada centavo que él gastaba. Y en la cama… adivinas bien, también lo hacía todo mal y no me importaba decírselo. A medida que nuestro matrimonio se quebraba, encontraba que continuamente miraba sus errores y faltas para justificar mi superioridad. Al final, no tenía respeto por él y me aseguraba que él lo supiera y lo sintiera todos los días.

4. No me molesté en aprender a discutir de forma adecuada

Sé que suena extraño sugerir que existe una forma adecuada de discutir, pero la verdad es que si existe. Usualmente mantenía la paz en nuestro hogar manteniendo mi boca cerrada cuando había cosas que me molestaban. Como podrás imaginar, todas estas cosas pequeñas me volvían loca y me convertían en un volcán de ira que ocasionalmente hacía erupción de forma desproporcionada

Y por ira, me refiero a ira así como se define clínicamente. Cuando todo volvía a la calma, justificaba mi ira diciendo que una mujer tiene un límite para las cosas que puede soportar. Cuando miro hacia atrás, era una persona que realmente daba miedo durante esos episodios.

Escribo esto no porque espere que él me perdone. Sino porque no puedo creer todo el tiempo que tuve la cabeza escondida en la arena. Espero que otras mujeres logren salir a la superficie y mirar bien a su alrededor. Y si bien me duele que mi esposo haya decidido resolver nuestros problemas en la cama de otra mujer cuando conversar y terapia nos hubiese ayudado, sé que yo tampoco estuve ahí para él.

Fuente: BioBioChile