Adrián Hernández se codeaba con el poder. Tenía a su disposición los lujos y excentricidades que solo el presidente de una compañía con cobertura nacional –y con el apoyo de uno de los hombres más ricos del mundo, Carlos Slim– podía darse. El dinero, la autoridad y la opulencia hacían parte de su diario vivir y aquellos tiempos de carencias y pobreza en México habían pasado a otro escenario.

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Quien en 2001 asumió la presidencia de una modesta Comcel, logró diversificar la telefonía celular en Colombia y de paso, convertir a la empresa en la segunda más poderosa del país, solo superada por la estatal Ecopetrol. No obstante, su vida daría un giro inesperado y aquella época de esplendor y vanidad terminaría, al punto de tener que pedir dinero para comer y quedar postrado víctima de un párkinson.

Con dificultad para hablar (debido a la misma enfermedad que ahora también le impide caminar con comodidad) decidió atender a Blu Radio, para contar cómo pasó de beber whisky y disfrutar de un jugoso salario –fruto de su trabajo– a contemplar la idea de suicidarse en la intimidad que le pudo dar una pensión de la calle 26, en el centro de Bogotá, tras ser despedido de Comcel por un supuesto caso de corrupción.



“Yo llegué a este país invitado por el grupo de Carlos Slim después de una carrera universitaria de esfuerzo y de trabajo en México. Como todos los grupos de poder, es difícil de escalar”, reconoce Hernández (hijo de un albañil) quien dejó de ser un austero contador público independiente para jugársela por un puesto en la naciente Telcel.

“Yo tenía un despacho pequeño de contador, llevaba la contabilidad de una ferretería y aplique a una vacante como gerente administrativo (de Telcel) y me contrataron”, indica, admitiendo queCarlos Slim vio su pericia para los negocios y no para labores administrativas, por lo que le encomendó un plan de expansión continental en materia de telecomunicaciones que inició en Guatemala, con diminutos recursos pero grandes ambiciones.

“Sin mucha plata, sin muchos recursos, me tuve que ingeniar buenas cosas para iniciar en Guatemala. Me fue bien y tras dos años, regresé a apoyar la operación de casi todo el país”. Posteriormente, explica Hernández, llegó a Colombia para liderar las operaciones de una incipiente Comcel, la cual restauró a través de novedosas prácticas empresariales y osadas movidas que abarcaron infraestructura, operación y fundamentalmente, distribución; esta última fue la que terminó costándole su puesto –sumado a su desmedido derroche y manía por las mujeres–.

“Tuve el problema de cómo poner teléfonos en todo el país, disponibles al alcance del vendedor, del distribuir y del usuario. Me puse a cuadrar con los distribuidores de equipos. Bajamos un poco su publicidad y con esa plata pusimos cientos de bodegas por todo el país y de esta forma logramos un equilibrio entre el tiempo de entrega y la activación de cada equipo. Pudimos poner a disponibilidad de mucha gente el celular. Cuando se dieron cuenta en México que estaba haciendo todo esto se molestaron, y dijeron que Slim estaba molesto, porque pensó que me estaba gastando su dinero en bodegas”, sostiene Adrián Hernández.

Ante las acusaciones y constantes señalamientos, aceptó una propuesta de liquidación y optó por dar un paso al costado, convencido de que en poco tiempo regresaría a su vida, no sin antes darse un tiempo para descansar con una familia, y en especial con una esposa, que le perdonó mucho y que al final le cobró todos sus errores.

“Perdí el control de mí mismo. Debí haber continuado siendo tan diplomático como fui en los primeros 10 años de operación en el grupo. Debí haber aguantado los golpes un poquito más. La vanidad y la soberbia y lo que viene del dinero. Empecé a defenderme y eso cansa”, agrega al afirmar que nunca hubo un acto de corrupción en su contra.

En uno de sus viajes de descanso fue sorprendido por lo que serían las evidencias de que padecía párkinson. Abatido por la enfermedad, permaneció año y medio postrado en una cama, mientras su dinero se acababa y su familia comenzaba a cobrarle sus desaciertos y excesos.

Su infortunio y adversidad estaba por agravarse. Ya no tenía contacto con sus poderosas amistades, quienes ahora no lo reconocían y a quienes les había tendido la mano e incluso, enriquecido, ahora lo despreciaban y desconocían. Con lo poco que le quedó tras ser desterrado de su núcleo familiar, sobrevivió mientras pudo.

“Uno de los medicamentos que estaba tomando me provocó retención de líquidos y subí de 92 kilos que pesaba a 150 kilos. Perdí mi familia por mi culpa. Entre 2010 y hoy perdí 5 millones de dólares. Hoy solo me queda la ropa que ya no me queda. Terminé perdido y desorientado, pensando que el poder y el dinero me iban a dar la felicidad”, acepta Hernández, quien ahora lleva una vida humilde, haciendo maromas para poder sostenerse y enviar dinero a sus hijos que permanecen en México.

“Me recuperé un poco, vendí unas acciones que tenía y estoy haciendo algunos negocios pequeñosque quiero hacer crecer. Encontré otra persona y ahora estoy empezando una nueva vida, feliz de las cosas sencillas: compré un refrigerador nuevo, que me hace más feliz que los Mercedes que compraba antes. Es más importante mi vida hoy por todos los errores que cometí y por todos los desaciertos que tuve en mi vida”, puntualiza.

Fuente: ElExpectador.com