La famosa e icreiblemente bella Mónica Santa María Smith (dalina de nubeluz) Lo tenía todo, absolutamente todo, para ser feliz. Pero la vida de Mónica Santa María distaba mucho de ser un cuento de hadas: una hermosa y talentosa joven que no pudo llenar el vacío y la soledad que marcaron su corta existencia. Los niños que la habían seguido en la tele, supieron entonces que la “dalina” pequeña, la princesa engreída, el hada del “grántico palmani zum”, era finalmente de cristal.

nubeluz monica santa maria



LA MUÑECA DE CRISTAL

“Era una piedra en el agua, seca por dentro”
(Soda Stereo, Ella usó mi cabeza como un revólver)



El sábado 12 de marzo de 1994, la crema y nata de la alta sociedad limeña se congregó en la iglesia “María Reina” de San Isidro para celebrar el matrimonio de Héctor Banchero Herrera. Entre los asistentes, llamaba la atención una bellísima joven de delicadas facciones. Su piel, bronceada artificialmente, brillaba con el elegante vestido de lentejuelas y las finas joyas que la adornaban. Cuando sintió las miradas posándose en ella, Mónica Santa María esbozó una amplia sonrisa. Conocía esa admiración desmedida: la había sentido desde que era una niña.

– ¡Es la “dalina”!- gritó un entusiasmado niño.

En la recepción de la boda, un bullicioso grupo de chiquillos corrió hacia Mónica, una de las animadoras del programa infantil más exitoso del Perú y Latinoamérica: “Nubeluz”. Los pequeños reían con sus graciosas muecas y se tomaban fotos con su artista favorita. Mientras los flashes destellaban sobre su rostro, los juguetones ojos azules de Mónica se posaron en un joven trigueño y de cejas pobladas. Se acercó a Constantino Heredia, un empresario de 26 años, de quien estaba perdidamente enamorada. La “dalina” paseó su mirada entre los presentes y se detuvo ante la novia.

No era para menos. El gran sueño de Mónica era casarse. Ella no concebía otra idea de la felicidad que la fantasía del vestido blanco y la luna de miel. Mónica le comentó a su pareja que nada le gustaría más que su matrimonio fuera como el que estaban viendo.

– Ya te dije que no pienso casarme.- le aclaró el joven.

Estas palabras rompieron en mil pedazos las ilusiones de Mónica.
– ¡Eres un imbécil!- le gritó a Constantino. Se portaba como una niña caprichosa y malcriada.- ¡Lárgate, no quiero verte nunca más!

Los enamorados se enfrascaron en una encendida discusión. Poco después, Constantino se retiró de la fiesta, visiblemente molesto y hastiado de ella.
Las 11 PM marcó el inicio del trágico juego de la “dalina”. En su departamento de La Molina, la joven recordó lo que acababa de hacer. Después que Constantino se fuera de la recepción, había ido a su casa para recoger un maletín. Allí se enteró que su enamorado había salido a una fiesta en la playa de Naplo, al sur de Lima.

Profundamente herida, se propuso hacerle pagar su indiferencia. La oportunidad se presentó cuando encontró una pistola “Sig Sauer” de 9 mm dentro del carro de Constantino; con la que jugueteó largas horas antes de tomar una decisión. En el ínterin, llamó al celular del joven, informándole que tenía el arma. Lejos de la capital, un nervioso Constantino avisó a los padres de Mónica lo que sucedía. Les pidió, por favor, que recuperaran la pistola de inmediato. Temía lo peor.

La “dalina” había tomado unos sedantes y estaba profundamente dormida. Sin embargo, unos incesantes ruidos en su habitación la despertaron. Danilo Santa María y Judy Smith, sus padres, buscaban con desesperación el arma por todos los rincones.

– No tengo ninguna pistola.- mintió, muy irritada.- Y déjenme en paz, quiero estar sola.

El matrimonio Santa María no tuvo más remedio que retirarse, pues conocían el carácter explosivo de su hija.

En la centro del cuarto, un televisor Sony de pantalla gigante emite un programa con el volumen bajo. En el friobar, una botella de jugo de naranja se enfría sola. Sobre la mesita de noche, dos libros: la biografía de Jackeline Kennedy y la historia de una princesa “que lo tenía todo, pero no era feliz”. Junto a los textos, varias cajas del somnífero “Rohypnol”, catalogada como droga ilegal por la fuerte dependencia que produce. A las 2:15 AM, Constantino recibe un fatal mensaje que no escucha en ese momento. Mónica, con voz entrecortada pero amenazante, dice:
“Lo único que querías era tu pistola, ¿no? No te preocupes, cuando termine de hacer todo lo que tenga que hacer, puedes pedirle a César Coello las llaves y recogerla. Y deja de llamar a mis papás y decir que yo la tengo, porque no te van a creer, creen que estás loco. ¿OK?”

A sus 21 años, Mónica Santa María había conseguido lo que cualquier persona anhela en la vida: belleza, fama, dinero, amor y un promisorio futuro. Irónicamente, si bien esta desgastada fórmula de la felicidad funciona para la mayoría, no lo hacía para ella. Había llegado al límite entre la adolescencia y la juventud llevando una carga demasiado pesada sobre sus frágiles hombros. La fama absoluta la había envuelto en una interminable espiral de luces y colores, que la aturdió y la sumió en la más desgarradora soledad. Lo único que pasaba por su confundida mente era encontrar una salida, pero la honda depresión que la afectaba constantemente le generaba una incapacidad para solucionar sus problemas de manera normal.

Cerca de las 3 AM, Mónica decidió llevar a cabo su séptimo intento de suicidio. Paseó una mirada llorosa por la habitación. En la pared frente a ella, leyó en una cartulina azul una oración que termina agradeciendo a Dios por una muerte tranquila. Se recostó sobre su cama, rodeada de peluches y cojines, y cogió la pistola con la empuñadura hacia arriba. La marea subió en sus ojos azules y recorrió lentamente sus sensuales pómulos. Cuando la humedad expelida llegó a sus carnosos labios, le sabía a amargura. Ahora, ya no existía otro sabor más en su vida. El frío cañón de la pistola entró en su boca. Ella apretó el gatillo con furia. El proyectil se abrió como una rosa, destruyéndola en un instante.

La muerte de la “dalina chiquita”, como la llamaban con cariño los niños, fue sinónimo de duelo nacional. El dolor y la consternación se apoderaron de toda una generación de niños que esperaba ansiosamente el fin de semana, donde Mónica les regalaba una amplia sonrisa, los arrullaba con una tierna canción o les soltaba un didáctico consejo en “Nubeluz”. Los pequeños no comprendían como su querida “dalina”, la joven que les hablaba sobre lo bello que era vivir, se sentía miserable y se había auto-eliminado.

Nada ni nadie fue capaz de retenerla en este mundo. Desde temprana edad, Mónica tenía talento y capacidad para desarrollarse en las áreas más importantes de una persona: la ciencia y el arte. Dotada de inteligencia y visión de la realidad, buscaba la parte interior que le faltaba. Se embarcó en una búsqueda desesperada: devoraba libros de yoga y metafísica, con el propósito de encontrar una nueva dimensión del “ser”, que le era tan esquiva. Pero estas aspiraciones chocaban con el papel que le tocaba representar en el medio superficial que tanto detestaba. Hastiada de su eterno rol de actriz, donde llevaba una perpetua máscara risueña, optó por dejar de sufrir. En el lugar donde alguna vez brilló su hermoso rostro, sólo quedó a partir de entonces una sombra de sangre oscura.

Fuente: Taringa.net

Publicado originalmente por Andrea Fernández Callegari