El multimillonario populista Donald Trump ha capitalizado su manejo de medios y el sentimiento antiélite que recorre Estados Unidos para convertirse en el primer «novato» político en ganar la nominación republicana tras Dwight Einsenhower en 1952.

En 2010, el partido Republicano se vio desbordado por el surgimiento del Tea Party, cuyo objetivo era deshacerse de la clase política tradicional, tanto republicana como demócrata, con el fin de elegir nuevas figuras. El partido Republicano tomó nota del mensaje, pero Donald Trump logró representar y amplificar ese voto castigo como ningún otro candidato.



Trump

«La derecha está enojada con el establishment, que no hizo lo que habían prometido, es decir reducir el rol del Estado, abolir la reforma de la salud, evitar el matrimonio gay y otros avances sociales», explicó James Thurber, director del Centro de Estudios Presidenciales y Parlamentarios de la American University.



«Sus votantes vienen de esa derecha enojada, tienen la impresión de haber sido abandonados, que el Estado y los empresarios son sus enemigos», dijo a la AFP el analista.

El aparato republicano incluso contribuyó directamente al ascenso de Trump, durante el primer periodo de Barack Obama. El hombre de negocios encabezaba en ese entonces a los «birthers», el movimiento que ponía en duda el nacimiento de Obama en suelo estadounidense con el fin de impugnar su presidencia.

«El partido Republicano le dejó margen porque eso les ayudaba a movilizar su base electoral. Esa maniobra le permitió a Trump subir, algo de lo que mucha gente del partido se lamenta», subrayó John Hudak, investigador del Instituto Brookings en Washington.

«El partido Republicano estaba encantado con los beneficios a corto plazo, sin tener en cuenta los efectos a largo plazo», dijo a la AFP.

Iconoclasta ideológico 

El grueso del apoyo a Trump viene de estadounidenses blancos, sin estudios, que se sienten ciudadanos de segunda. Muchos conservadores se le oponen (sobre todo aquellos con más estudios), pero el empresario ha terminado por reunir a más de la mitad de los electores republicanos.

Su popularidad trasciende las etiquetas ideológicas. Es que Trump es a la vez conservador y moderado. El enamorado del capitalismo denuncia el libre mercado, tiene una posición dura sobre el derecho a portar armas de fuego, y también plantea garantizar a los estadounidenses una protección social.

«No esperan de él coherencia filosófica conservadora, es por la rabia que lo votan», dijo James Thurber.

La xenofobia, que estaba dormida en el seno de la derecha estadounidense, explica también su éxito, según John Kudak. Los mitines de Trump han sido escenario de violentos altercados entre sus simpatizantes blancos y manifestantes negros o de origen hispano. En cada caso, el candidato aprobó tácitamente las escaramuzas.

Estrella mediática 

La otra victoria de Trump es su absoluto dominio mediático. Casi cada día, concede una entrevista en televisión. Gracias a él, los debates de las primarias fueron las transmisiones más vistas de la historia de la televisión por cable en Estados Unidos, sin contar el deporte.

Con esa mezcla de espectáculo y polémica, perfiló su campaña hacia los medios, tanto al insultar a un héroe de guerra como John McCain como al proponer cerrar las fronteras a los musulmanes. Su promesa de construir un muro en la frontera con México es un lema muy simple y formateado para la televisión.

Es el único de los candidatos cuyos mitines fueron televisados de principio a fin. Esa cobertura gratuita le permitió ahorrarse decenas de millones de dólares en gastos publicitarios.

«Su estatus de celebridad era su principal ventaja, y debe esa imagen a las 15 temporadas del programa de ‘The Apprentice’ «, explicó su exconsejero Roger Stone, que lo conoce muy bien, al periodista Glenn Thrush, de la revista Politico, en su podcast Off Message.

«Para los votantes, no hay ninguna diferencia entre las noticias y la telerrealidad. Todo eso es televisión», añadió.

«En ‘The Apprentice’, Trump está sentado en un gran sillón, perfectamente iluminado, maquillado, peinado y vestido. Es duro, toma decisiones, y se maneja como se cree que un presidente debería hacerlo», sostuvo Stone.

Diez meses de campaña le bastaron a Trump para pasar de ser payaso a candidato presidencial. Cuando lanzó su aspiración, en junio de 2015, dos tercios de los republicanos juraban que nunca votarían por él.