Cracovia, Polonia. El papa Francisco afirmó este miércoles sin titubeos que el mundo «está en guerra» al recordar el cruel asesinato la víspera de un sacerdote dentro de una iglesia en Francia, aunque precisó que «no se trata de una guerra de religión».

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«Se habla tanto de inseguridad, pero la palabra verdadera es guerra», dijo al comentar el degollamiento del anciano sacerdote francés.

«Estamos en guerra. No tengamos miedo de pronunciar esa palabra. El mundo está en guerra porque perdió la paz», reiteró el papa a los periodistas que lo acompañan.



«Cuando hablo de guerra, hablo de guerra de intereses, por el dinero, por los recursos de la naturaleza y no de guerra de religión. Todas las religiones queremos la paz», precisó.

«Este santo sacerdote que murió cuando estaba orando por toda la iglesia es uno. Pero piensen en los numerosos cristianos, en los inocentes, en los niños. Piensen en Nigeria, la gente dice pero ‘eso ocurre en Àfrica´. Es la guerra», afirmó al explicar el concepto de «guerra a pedazos» que ha empleado en otras ocasiones.

Francisco partió de Roma a las 14H13 (12H13 GMT) y llegó tras dos horas de vuelo al aeropuerto internacional Juan Pablo II de Cracovia – Balice, donde fue recibido con una ceremonia sobria y sin discursos encabezada por el presidente de Polonia, Andrzej Duda, su esposa, y el cardenal Estanislao Dziwisz, así como dos niños que le hicieron entrega de un ramo de flores.

El pontífice argentino llegó a una ciudad invadida por jóvenes entusiastas de todo el mundo, más de 200.000 según la policía, un número menor del esperado, posiblemente por el temor de atentados que recorre todo el viejo continente.

El papa, que prefiere las periferias del mundo, permanecerá cinco días en Cracovia, la diócesis que el cardenal Karol Wojtyla dirigió antes de convertirse en Juan Pablo II, cuya tumba en la basílica de San Pedro visitó poco antes de partir y venerado en su país.

Antes del baño de multitudes el jueves con miles de jóvenes católicos que llegaron el martes para la inauguración de la JMJ, el papa encarará su primer encuentro delicado, con el presidente polaco, en el Castillo Real de Wawel en Cracovia y luego con los obispos locales, una reunión a puertas cerradas que se desarrollará en la catedral.

El expresidente polaco Lech Walesa, antiguo líder del sindicato Solidaridad que contribuyó a la caída del comunismo en Polonia, anunció que no asistirá a la ceremonia de bienvenida debido a que «recibió tarde» la invitación, un mensaje al gobierno conservador de su país.

Un clero que se resiste a aceptar el mensaje de Francisco 

Con un clero ultraconservador, con nostalgia del carismático Juan Pablo II, que reinó del 1978 al 2005, aclamado por su papel en la caída del comunismo, Polonia se resiste a aceptar el mensaje de Francisco a favor de una Iglesia más flexible y compasiva.

Por ello el encuentro este miércoles con las autoridades y los obispos va a ser el momento más político y delicado para el papa argentino, un verdadero test para su línea diplomática.

Muchos de ellos «no han estado de acuerdo con la línea de este pontificado», que insta a abrir las puertas de la iglesia a los «pecadores», a las madres solteras, a los divorciados vueltos a casar, a los migrantes.

Pese a los llamados del papa y a las directivas de la Unión Europea, buena parte de la sociedad polaca, así como las autoridades, se niegan a aceptar refugiados en su territorio.

El gobierno conservador y la primera ministra Beata Szydlo, profundamente católicos, no quieren que Polonia reciba migrantes porque consideran que son una amenaza para la seguridad y para el carácter poco multicultural del país.

Una seguridad que ha sido reforzada por el ataque dentro de Francia, reivindicado el martes por la organización Estado Islámico (EI).

Una multitud entusiastas de jóvenes, con banderas y camisetas de sus países, saludó con aplausos y gritos el paso del papamóvil por el casco histórico de la ciudad.

Las autoridades polacas no escatimaron recursos para evitar todo ataque durante la visita papal: 20.000 policías, 9.000 bomberos, 800 miembros de servicio de la protección del gobierno y 11.000 guardias fronterizos fueron movilizados para garantizar la seguridad.