Santo Domingo.  Cinco libros y una pieza teatral fueron más que suficientes para seducir al ganador del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña 2016, Mario Vargas Llosa, hacia el mundo de la literatura.

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El escritor peruano durante la charla magistral “Cinco libros” que se llevó a cabo en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, recordó que aprendió a leer a los cinco años, cuando residía en Bolivia, un hecho que destaca como lo más importante que le ha pasado en la vida. En sus palabras, ese encuentro con la lectura enriqueció su mundo: “Recuerdo clarísimamente cómo creció mi horizonte, gracias a esa operación mágica que era leer un libro, convertir las palabras en imágenes y las imágenes en aventuras”.

El primer libro prohibido que leyó fue 20 poemas de amor y una canción desesperada, que su madre -una buena lectora- guardaba en su mesita de noche. Allí se dio cuenta de que la poesía y la literatura tenían algo profundo, aunque en la edad (menos de 10 años) en que tuvo ese encuentro con ambas no las entendiese: “Encontrarme con esos versos de Neruda, rodeados de una prohibición y no entender lo que sucedía, pero sospechar que tenían algo que ver con el pecado, fue para mí muy importante. De alguna manera, la poesía y la literatura tenían que ver con una dimensión de la vida que no tenía una buena carta de presentación”.



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Desde esa época entendió que ambas le permitían explorar lo prohibido, lo que no era de buen gusto y que, sin embargo, significaban algo importante de la experiencia humana, de la vida: “Una cierta idea de la literatura se fue infiltrando en mí y de alguna manera eso ha tenido una repercusión en las cosas que he escrito después”.

Vargas Llosa aclaró que en ese momento no sospechaba que algún día querría ser escritor y resaltó que la idea de serlo, para los latinoamericanos de su generación, era algo imposible: “En esa época escribir era practicar un hobby, algo que nos ocupaba los domingos, los días feriados y el resto de la vida uno se sentaba a ganársela ejerciendo una profesión liberal, algo que parecía completamente incompatible con el acto de escribir”.

El ganador del Premio Nobel de Literatura 2010 llegó a pensar en ser marinero, torero o alguna profesión que le acercara a la aventura. Y confesó que recuerda sus años en Bolivia más por los libros que leyó, que por los compañeros que tuvo en el colegio.

Empezó a sentir la tentación de escribir cuando dejó atrás la niñez y vivía en Perú, en donde continuó leyendo libros cada vez más densos y largos. Pero no fue hasta sus últimos años en el colegio cuando pensó en si elegir otra profesión no se convertiría en un estorbo para poder dedicar el tiempo suficiente a lo que se estaba convirtiendo en un interés primordial en su vida.

Su encuentro con el teatro tuvo lugar en Lima, en donde una de las obras que disfrutó le marcó para siempre: La muerte del viajante, de Arthur Miller. “Verla me mostró que el teatro podía, en ese espacio tan pequeño y en ese tiempo tan breve, revelar un mundo de una diversidad, complejidad y profundidad, semejantes a una gran novela”, dijo el autor de La fiesta del chivo.

Para Vargas Llosa, el teatro era una forma de literatura encarnada en seres vivos, que podía tener un efecto y un motivo sentimental e intelectual incluso mayor que el de una gran novela. Por este dejó de soñar en ser poeta y pasó a desear en convertirse en dramaturgo. Incluso llegó a escribir su primera obra teatral, que se montó en su último año del colegio. Esta fue -en sus palabras- su primera gran experiencia literaria, pues al dirigirla pudo apreciar cómo la historia se levantaba del papel. De hecho, admitió que esto le hizo sentirse un escritor.

“Cuando pasaron los años sentí mucha vergüenza al leer esa obrita que se llamaba La huida del Inca, rompí todos los manuscritos y creí que había conseguido borrarla de la faz de la tierra, pero mi madre había guardado un ejemplar”, recordó el laureado escritor, sacando la sonrisa de los presentes. Luego afirmó que se lo encontró 30 o 40 años después, lo que le hizo sentir más vergüenza, pero lo conservó como una primera manifestación de una vocación literaria inicial.

Este acercamiento con el teatro quedó relegado por un tiempo, pues Vargas Llosa entendía que en Perú era impracticable: “Los peruanos que escribían una obra corrían el riesgo de no verla nunca en un escenario. Había muy poca actividad teatral y creo que eso fue alejándome temporalmente y empujándome hacia la narrativa”.

JEAN PAUL SARTRE LO DECEPCIONÓ

El escritor de 80 años entonces decidió estudiar Letras y Derecho, porque comprendió que debía ganarse la vida con una profesión liberal. Como en esa época la influencia francesa era dominante y se puso de moda el existencialismo, para Vargas Llosa fue importante descubrir a Jean Paul Sartre, pues le ayudó a pensar que la literatura no era un lujo en un país como Perú, en donde no se leía porque muchos no sabían leer y quienes podían hacerlo le daban la espalda a la literatura.

“Leyendo a Sartre descubrí que tenía sentido escribir literatura en un país así, era maravilloso, sobre todo, leer la colección de ensayos ¿Qué es literatura? en que Sartre nos decía que escribir es actuar a través de las palabras”, dijo entusiasmado Vargas Llosa, quien comenzó a ver cómo los poemas, las obras de teatro, los cuentos y las novelas repercutían en los lectores y en la historia, pues gracias a estas se tomaba conciencia de las problemáticas y la gente se movilizaba.

“Yo leía a Sartre con tanta pasión y discutía con tanta pasión las ideas de Sartre que mis amigos de la universidad me pusieron un apodo muy divertido: ´el sartrecillo valiente”, aseguró Vargas Llosa, lo que provocó las carcajadas del público.

El autor de Conversación en la catedral dijo que a mediados de los años sesenta sintió una gran decepción de Sartre, luego de leer un reportaje en que el filósofo francés aseguraba que los escritores africanos debían renunciar a la literatura para hacer primero la revolución y crear un país en donde la literatura fuese posible: “Recuerdo haber leído y releído esa respuesta decepcionado y además indignado. Era el mismo intelectual que nos había hecho creer que la literatura era una manera de actuar, de cambiar la realidad, de influir sobre la historia”.

Vargas Llosa había asumido ser escritor de tal manera que los argumentos de Sartre no podían hacerle dar marcha atrás y lo decepcionó cada vez más: “Terminó, incluso, defendiendo la revolución cultural china, donde millones de personas fueron sacrificadas en una especie de dictadura ideológica”.

SU EXPERIENCIA CON UILLIAM FAULKNER

Por esos días, Vargas Llosa descubrió al escritor estadounidense William Faulkner: “Creo que ningún novelista ha tenido una influencia tan grande en la narrativa de América Latina como él. Creo que fueron muy pocos los escritores que no fueron afectados por la lectura de este gran creador norteamericano”.

Vargas Llosa expresó que las razones eran varias. Una de ellas es que el mundo le dio a Faulkner la materia prima para su saga novelesca Yoknapatawpha: “Tenía mucho que ver con Latinoamérica; Yoknapatawpha, al sur profundo de Estados Unidos, era un mundo que al igual que en tantos países de América Latina había vivido en la tensión, animadversión, subordinación, prejuicios raciales y sociales, además de grandes problemas económicos”.

Para él, Faulkner es uno de los escritores modernos que está más cerca de los escritores clásicos. Gracias al autor estadounidense, Vargas Llosa descubrió la forma literaria, la importancia del narrador y el tiempo.

LOS MISERABLES Y VICTOR HUGO

Una novela que fue muy importante para Mario Vargas Llosa fue Los Miserables, de Víctor Hugo. Aquel libro le impresionó tanto (como Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas) que quiso no volver a leerla para no decepcionarse. Sin embargo, años después recibió la solicitud de escribir un prólogo de una nueva traducción de la obra: “Volví a leer a Los miserables. No solo no fui decepcionado, sino que me enriqueció extraordinariamente. Me confirmó que el elemento cuantitativo jugaba un papel esencial en el mundo de la riqueza literaria”.

Vargas Llosa concluyó su ponencia reafirmando que a los autores mencionados les debe el haber escrito sus obras y ser el escritor que actualmente es. En ese sentido aseguró que ningún autor le ayudó tanto en su vocación y a descubrir el escritor que quería y no quería ser como Flaubert: “Pocas veces he tenido una experiencia tan conmovedora como leer una novela de Flaubert. Madame Bovary la leí en estado de trance y exaltación. Creo que lo que me deslumbró era que contrariamente a lo que se creía se podía hacer la literatura realista y, al mismo tiempo, un objeto estético de enorme calidad”.

El escritor peruano dijo que con este libro descubrió que quería ser un escritor realista, aunque podía leer a los escritores fantásticos y disfrutarlos: “Las historias que yo quería contar tenían que influir en el mundo real y esas historias tenía que tratar de contarlas con la elegancia, belleza y perfección que había logrado Flaubert en la literatura realista”.

En el evento estuvieron presentes el ministro de Cultura, Pedro Vergés, el director de la Biblioteca, Diomedes Núñez Polanco, el comisario del Premio, Luis O. Brea Franco, así como el jurado del Premio, escritores y escritoras invitados al magno evento de la cultura de República Dominicana.