Cuando desata la sed de una sociedad por ver a sus autoridades ejercer el poder con decisión y firmeza frente a sonados casos de corrupción, debido a la falta de acciones que sirvan de ejemplo en defensa y preservación del erario público nacional, contra aquellos que prefieren servirse de los dineros del pueblo a contrapelo de la ética y en detrimento del país, entonces tenemos razones para empezar a preocuparnos.
Y aunque pinta ser sólo una voz que clama en el desierto, habría dado en el clavo Fray Santiago Bautista, cuando afirmó recientemente que la población se siente defraudada con los dirigentes políticos que cuando llegan al poder “creen que el país es una parcela personal para llenar sus vasijas” y que por consiguiente la sociedad dominicana necesita un presidente al que no le tiemblen las manos para llevar a la cárcel a los corruptos “sin importar la amistad”.
Tiene razón el sacerdote, porque los dominicanos estamos cansados de ver cómo se enriquecen muchos funcionarios que no pueden demostrar el origen de su fortuna ante la mirada indiferente de las instituciones responsables de fiscalizarlos y garantizar ciertos niveles de transparencia en el ejercicio de sus funciones en el Estado.
Se puede asegurar que la preocupación no proviene solamente del franciscano capuccino, sino también de una gran parte de la sociedad que entiende que la República Dominicana y las nuevas generaciones merecen mejor suerte.