En un país donde la mayoría de los crímenes de índole política no se esclarecen, las posibilidades de conocer la verdad en torno a este impactante asesinato no son demasiado altas. Pero ello no debería eximir a la dirigencia, tanto de Guatemala como de toda América Latina, de la responsabilidad de sacar las conclusiones del caso y tomar nota de los peligros que encierra la expansión descontrolada del crimen organizado para la integridad de los Estados de la región.
El ataque en el que murió Facundo Cabral tuvo las características de un golpe comando. Se trató claramente de una emboscada en el transcurso de la cual, hombres armados que se desplazaban en tres vehículos rodearon la camioneta en la que viajaba el artista argentino hacia el aeropuerto internacional La Aurora de la capital guatemalteca, y abrieron fuego con fusiles. El vehículo recibió 18 impactos de bala, tres de ellos alcanzaron a Cabral, quien murió en el acto.
Los investigadores apuntan a la actividad del empresario nicaragüense, Henry Aquiles Fariña Fonseca, que llevaba a Facundo Cabral hacia el aeropuerto en su camioneta, seguida por otra donde viajaban sus custodios, y que sería, según la primera impresión de las autoridades guatemaltecas, el blanco del atentado. Cabral debía volar hacia Nicaragua, donde iba a presentarse en el Teatro Nacional Rubén Darío, de Managua, concierto para el cual lo había contratado Fariña.
El empresario nicaragüense, de 42 años, posee «centros nocturnos» en Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Según la agencia AP, fuentes de la policía guatemalteca dijeron que un subcomisionado ya retirado de la Policía Nacional y ex miembro de Inteligencia investigaba a Fariña desde hace algunos años, pero no informaron el motivo.
Un dato curioso es que entre los papeles que el empresario llevaba encima en el momento del atentado había un carnet que lo acreditaba como asesor de la bancada parlamentaria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua. El coordinador de ese grupo en la Asamblea Nacional, Edwin Castro, negó toda relación con el empresario.
La hipótesis de que el ataque iba dirigido contra Fariña fue expresada por el propio ministro guatemalteco de Gobernación, Carlos Menocal, entre otros.
Sin embargo, en este caso, fue la identidad de la víctima -Facundo Cabral- la que determinó que el impacto de este crimen trascendiese las fronteras, ya que lamentablemente Guatemala está inmersa en un clima de violencia facciosa cotidiana desde hace varios años, en un contexto casi de indiferencia mundial.
Maras y bandas de narcotraficantes compiten en la comisión de delitos violentos; asaltos, secuestros y asesinatos. La campaña electoral actual no ha hecho sino exacerbar un clima en el cual muchos aspirantes a conquistar un espacio de poder no dudan en recurrir al financiamiento y los servicios matoniles (sicarios) del crimen organizado, lo que explica que en seis meses hayan muerto 30 personas relacionadas con la política.
El clima de violencia electoral ha servido, además, para reavivar el debate entre quienes preconizan para Guatemala la vuelta a un gobierno de mano dura y quienes defienden la tesis de que sólo la consolidación de la democracia salvará al país.
De momento, las posibles vinculaciones del empresario Fariña con actividades o grupos delictivos son materia de especulación, como lo admite la misma Policía, pero en los países donde el narcotráfico ha extendido sus redes al punto que lo ha hecho en México, por ejemplo, y lo está haciendo aceleradamente en Guatemala y otros, es difícil desarrollar actividades empresariales del tipo de las que practicaba este nicaragüense sin entrar en contacto -léase colusión o enfrentamiento- con el delito organizado.
Hacer pie en el ambiente de la música y el entretenimiento -especialmente nocturno- es uno de los principales objetivos de quienes promueven el consumo de estupefacientes por la necesidad de ganar «adeptos» en un número creciente, en particular, entre los jóvenes.
La investigación guatemalteca será respaldada por otra que hará la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), creada por las Naciones Unidas. Este país centroamericano es el único en el mundo que cuenta con una entidad de esta índole.
En entrevista con la emisora de Costa Rica Radio Monumental, Francisco Dall’Anese, jefe de Cicig, recordó que Guatemala, Honduras y El Salvador son considerados los países sin conflicto armado más violentos del mundo, según reporta la agencia EFE. «Si los demás países de Centroamérica no ponen las barbas en remojo, estaremos viviendo situaciones similares en poco tiempo», advirtió.
Precisamente, en junio pasado, los gobernantes centroamericanos se reunieron para coordinar esfuerzos en la lucha contra el crimen organizado y diseñaron un «plan estratégico de seguridad regional». No es casual que la cumbre haya tenido lugar en Guatemala. Estuvieron presentes los mandatarios de los siete países centroamericanos además de los presidentes de México y Colombia, además de representantes de organismos internacionales.
Justamente, el comisionado de la policía nacional nicaragüense, Fernando Borges, dijo que el crimen de Cabral reafirma la necesidad de avanzar en el Plan de Seguridad Regional acordado el mes pasado en Guatemala.
Cabral estaba realizando su última gira cuando lo encontró la muerte. A los 74 años, había decidido el retiro y estos últimos conciertos en Guatemala y Nicaragua eran parte de su despedida de los escenarios.
En su concierto del 5 de julio pasado, como era habitual en él, dedicó varios minutos a relatarles su vida a los 5 mil guatemaltecos que fueron a verlo: desde su infancia pobre y su paso por el reformatorio, hasta su descubrimiento de Dios, su admiración por escritores como Jorge Luis Borges y Walt Withman, y las personalidades que lo marcaron, como la Madre Teresa de Calcuta y San Francisco de Asís. Un testimonio de autosuperación y aceptación religiosa del destino. Una actitud de vida que reiteró en la despedida, casi premonitoria: «Ya les di las gracias a ustedes (…) y después que sea lo que Dios quiera, porque Él sabe lo que hace».
Aún si se demostrase que la muerte de Cabral fue «accidental», es decir, que las balas no eran para él, su sacrificio es un mensaje y una interpelación. Por un lado, porque reaviva su trayectoria y el pensamiento que como artista expresaba en sus canciones y en sus monólogos, radicalmente opuesto al mensaje de violencia, individualismo exacerbado, inmediatez, agnosticismo y nihilismo que se difunde hoy entre los jóvenes y que crea el clima enrarecido en el cual prospera la incitación a la violencia contra los demás y a la autodestrucción a través de la droga.
Por otro lado, este crimen es una advertencia y un llamado a la dirigencia latinoamericana para que asuma su responsabilidad de enfrentar los estigmas sociales y delictivos que amenazan la cohesión interna, la integridad institucional y la estabilidad política de sus países.
Fuente:InfoBae