La mayoría de los museos muestran objetos únicos, preciados e insustituibles, pero en la capital de Tailandia, una gran potencia exportadora de falsificaciones, no podía faltar uno sobre el plagio y el engaño con las piezas más inverosímiles.

El museo, con más de dos décadas de antigüedad, alberga cerca de 3.500 productos, desde objetos comunes en cualquier mercadillo del mundo como camisetas, cinturones o perfumes, hasta los más llamativos, como guitarras, llantas de coche o motocicletas preparadas para circular por las calles.

Los originales y las falsificaciones se mezclan a lo largo de la sala de exposiciones, sólo con la diferencia de una etiqueta que identifica la real, que lleva una «g», y la que es copia, a la que le han puesto la letra «f».

El objetivo de este «museo de las copias», creado por la firma de abogados Tilleke & Guibbins en su sede tailandesa, es «concienciar» a los visitantes sobre la importancia de preservar los derechos de la propiedad intelectual.

«Para las compañías lo más importante es su logo, es su sello de presentación. Por eso no quieren que se les relacione con objetos de calidad inferior», explica a Efe la abogada Clemence Gautier durante una visita guiada por el museo.

El despacho de abogados organiza pases donde no sólo se intenta «educar» a los niños, si no también ofrecer un «entrenamiento» a policías o jueces para que aprendan a diferenciar las copias de los originales.

Con la expansión de internet, la venta de objetos no originales se ha multiplicado, en especial la copia de medicamentos para prevenir la disfunción eréctil.

«La gente, por vergüenza, no compra Viagra en la farmacia, la compra por internet de manera anónima», afirma Gautier.

Según los datos aportados por la firma, se estima que el 50% de las ventas que se producen por internet son objetos copiados.

Con la universalización de «la red de redes», «hay un cambio de mentalidad hacia la gratuidad» de música, videojuegos y demás programas, al que muchas compañías achacan la crisis del actual modelo comercial.

La idea de este museo nació en 1989 de la cabeza de David Lyman, jefe de Tilleke & Gibbins, durante una visita a un socio en Hong Kong de donde trajo un centenar de falsificaciones «poco logradas».

Países de sureste asiático, como Tailandia, Vietnam o Camboya, o del este de Europa se están convirtiendo en las fábricas de estos productos, relegando a China a una segunda posición.

La abogada sostiene que «China está empezando a cooperar en la lucha» contra las falsificaciones «porque está endureciendo su política de protección sobre su propiedad intelectual».

La rapidez de esta industria del plagio es tal que cuando una marca se convierte en famosa «al día siguiente encuentras su falsificación» en la calle.

Objetos menos valiosos como lápices, gomas de borrar, grapas o calculadoras también son susceptibles de ser copiados.

«Es mucho menos peligroso trabajar con estos productos, que con medicamentos o cosméticos, a los que pueden unirse delitos contra la salud pública», remarca Gautier ante una vitrina con objetos de papelería.

En muchos casos resulta complicado establecer la frontera entre lo legal e ilegal: las dos motocicletas de pequeña cilindrada expuestas «tienen su parte original y su parte copiada», aunque no han sido testadas y aprobadas para salir a las carreteras.

Además de asuntos comerciales, la creación de falsificaciones está relacionada con la vulneración de los Derechos Humanos.

«En las fábricas de copias lo trabajadores no tienen ningún tipo de protección y en muchos casos hay niños trabajando en ellas», apuntan desde la firma de abogados.

Los países en desarrollo como Tailandia, India o Brasil son el principal mercado para estas piezas no originales.

«A mayor crecimiento de demanda, más oferta de objetos falsificados puedes ver en las calles», asegura la abogada

Fuente:Yahoo