Depuesto el régimen de Muamar el Gadafi, la familia del dictador ha optado por la huida. Su esposa, Safia, y tres de sus hijos -Aisha, Mohamed y Hanibal- han cruzado la frontera de Argelia, según ha confirmado el Ministerio de Exteriores argelino. Se ignora el paradero del coronel y sus hijos Saif al Islam, Jamis y Mutasim, los más detestados por la mayoría de los seis millones de libios. Son quienes han dirigido la salvaje represión que se abatió sobre Libia desde mediados de febrero. Pero, aunque el líder de la revolución que derrocó al rey Idris en 1969 ha jurado combatir hasta la muerte, no puede descartarse que, derrotados en el campo de batalla, hayan optado por la alternativa escogida por otro dictador caído: el tunecino Zine el Abidine Ben Ali.
Desde hace días se especula con que Argelia, que nunca ha escondido su respaldo a Gadafi, podría acoger al dictador. En los primeros meses de la contienda, los rebeldes libios aseguraban que militares argelinos prestaron ayuda a las brigadas dirigidas por Jamis y Mutasim Gaadfi. También se ha hablado de Uganda y de Suráfrica como eventuales refugios para el sátrapa libio. Que pueda escapar un convoy con semejantes personalidades, sin que sean detenidas, máxime cuando las nuevas autoridades libias aseguran tener bajo control casi todo el país, suscita interrogantes. ¿Le están poniendo a la familia un puente de plata?
La guerra, no obstante, continúa. Y Sirte es, finalmente, una ciudad crucial en el devenir de la guerra de Libia. La patria chica de Gadafi, un villorrio al que el tirano barajó convertir en capital del país, es la única ciudad que rechaza sacar bandera blanca. Los sublevados ya alcanzaron sus puertas el 28 de marzo. Pero entonces fueron avasallados por la maquinaria militar de Gadafi y forzados a la estampida hacia Bengasi. Ahora, en posición de fuerza, fugado el autócrata, conquistada casi toda Libia, y tras días de negociación infructuosa con los militares, los insurgentes han lanzado un ultimátum: Sirte debe rendirse o la ciudad será asaltada a sangre y fuego. Pero los líderes del régimen depuesto juegan con el miedo, y advierten a los vecinos de que la rendición equivale a la muerte a manos de los rebeldes.
Sus casi 100.000 habitantes afrontan una situación terrible. Probablemente, la que se vivió durante el ataque de los insurgentes contra los gadafistas en Trípoli. Cientos de inocentes han sido abatidos durante la retirada de los uniformados leales al sátrapa en los cuarteles dirigidos por Jamis Gadafi. Muchos menos, casi siempre hombres de raza negra considerados mercenarios a sueldo del dictador, han sido hallados pudriéndose en las calles tripolitanas o en las puertas de los hospitales, donde sus cadáveres eran arrojados. «No hay ningún progreso en las negociaciones con el régimen. Están intentando convencer a la gente de Sirte de que la lucha no es por Gadafi sino por su propia protección», ha declarado a la agencia Reuters Hasan Droy, representante de Sirte en el Consejo Nacional Transitorio (CNT), el Gobierno que ya lleva las riendas del país.
El primer ministro del flamante Ejecutivo, Mahmud Yibril, se dirigió el pasado sábado a los libios para conminarles a no tomarse la justicia por su mano, preocupado por los excesos cometidos por los insurrectos y la pésima imagen internacional que conllevan las ejecuciones sumarias. Y si bien es cierto que la gran mayoría de las atrocidades han sido perpetradas por las tropas leales a Gadafi, tampoco han faltado casos de asesinatos de mercenarios o soldados gadafistas que estaban maniatados. El régimen depuesto todavía juega con esos temores.
Son muchos los años -cuatro décadas- de odio y rencor acumulado. «Uuuuu…», ha respondido un miliciano a la pregunta de qué haría si Gadafi cayera en su manos. Ali Marmuri no es ignorante, conoce bien el régimen y es un hombre mayor, un diplomático jubilado. «Si sigue vivo, creará problemas. Soy partidario de que si es detenido sea ejecutado inmediatamente», ha afirmado tajante Marmuri mientras observaba el `parque temático’ en que se ha convertido Bab el Azizia, el fortín de Gadafi en la capital.
En medio del caos, un escollo de indudable gravedad es que apenas hay policía en las calles de ninguna ciudad libia. Los primeros agentes han regresado a sus bases después de meses desaparecidos por el miedo a la reacción popular. De ahí que el CNT estudie una alternativa: admitir policías de países musulmanes o árabes, en ningún caso de países occidentales. El sentimiento anticolonialista es arraigado en este país, que en las primeras décadas del siglo XX vio su población diezmada por el Ejército italiano.
El final de la guerra se libra en esta ciudad a 450 kilómetros al este de Trípoli, bombardeada durante las últimas jornadas por la aviación de la OTAN y donde varios misiles Scud han sido interceptados, señal de que los gadafistas no han dado la batalla por perdida o porque realmente pelean por su supervivencia. Los insurrectos se hallan a un centenar de kilómetros. Una distancia que puede parecer enorme, pero que no lo es tanto porque entre Naufaliya, lugar hasta el que han avanzado miles de sublevados, y Sirte median un centenar de kilómetros desérticos casi despoblados. Todo son urgencias por concluir la misión.
El CNT no oculta su prisa por estabilizar la situación, una vez que Trípoli ha sido liberada y recobra, muy lentamente, la normalidad. No puede permitirse que se enquiste la guerra en Sirte. Y tampoco las potencias occidentales más implicadas en el conflicto -Reino Unido y Francia? desean que se eternice la guerra y el gasto que acarrea.
fuente:ElPais