La sexualidad es la manera biopsicoespiritual con la cual una pareja celebra la vida en común. Cuando tiene como resultado el nacimiento de un hijo, éste es la prueba viviente de esa celebración. Pero cuando el embarazo no se produce y el tiempo pasa, la sexualidad se transforma en un tema cuestionado.


En esta época la sexualidad parece haber dejado atrás los tabúes, mitos y creencias que la volvían un tema privado, oculto y del cual no se hablaba. En apariencia se convirtió en una actividad de orden público que se expone abiertamente, que se habla en todas partes y de la cual, la mayoría de las personas presume conocer todos sus ángulos y facetas. ¿Esto es realmente así?



La estadística indica que la prevalencia de las disfunciones sexuales no disminuyó en los últimos cinco años, a pesar del fenómeno mediático que permite a la gente de cualquier edad, poder ver, escuchar y hablar sobre la sexualidad sin limitaciones ni obstáculos. En rigor, las consultas aumentaron.

La sexualidad de la que todo el mundo no siempre es real, es una sexualidad con Photoshop a la medida del objetivo que se persigue.



Por este motivo es que las consultas sexológicas más frecuentes en estos últimos años provienen de ideas de inadecuación con respecto a la pareja y de desilusión por expectativas no alcanzadas. Las mismas surgen de la comparación de que son objeto hombres y mujeres por ejemplo, cuando se comentan mutuamente sus experiencias amorosas anteriores. Este hecho nos muestra que no siempre es oportuno hablar de sexo, sino saber cómo y de qué hablar.

En el terreno de la sexualidad con fines procreativos también existen mitos y creencias que, sumados a un generalizado desconocimiento acerca de la fisiología de la reproducción y de la respuesta sexual humana, devienen en errores conceptuales que se manifiestan en la vida íntima de la pareja.

Desde la idea errónea de que cuánto mayor frecuencia sexual hay mayor probabilidad de lograr el embarazo, los mitos se multiplican y crean un estado de ansiedad en la pareja porque el tan deseado embarazo no llega. La situación de ansiedad deriva en disfunciones que confunden y angustian aún más a la pareja.

Cuando se encuentran en el medio de un tratamiento de fertilidad, (a la herida en la autoestima porque en lugar de lograr ser padres naturalmente, portan el rótulo de pareja infértil) se suma la dificultad para disfrutar del vínculo íntimo. Esto puede suceder porque el estrés y las hormonas del tratamiento producen una disminución de la libido; porque la sexualidad se volvió una técnica procreativa más, que deja el placer fuera del dormitorio; porque la frustración y el resentimiento hacia uno mismo, hacia la pareja, hacia Dios y hacia el resto del mundo favorece la aparición de trastornos sexuales y, en definitiva, porque “una sexualidad que no me sirve para tener un hijo, no la quiero”.

Cuando uno siente que el piso se mueve y que nada está bajo su control, es momento de hacer el esfuerzo de escaparse del rol de víctima y actuar de un modo proactivo.

En psicoinmunoendocrinología – la ciencia de las relaciones entre ciencias-, aprendemos que el intelecto y el cuerpo se influyen mutuamente. Pensar en que uno está débil conduce a la debilidad tanto como comenzar a hacer ejercicio produce ideas de recuperación.

La sexualidad es una actividad biopsicológica proactiva por excelencia. Activa una multitud de sistemas como el respiratorio, el cardio circulatorio, el hormonal, el músculo esquelético y sistema inmune, calma el dolor físico y aleja los pensamientos de tristeza.

Muchas veces las mismas personas o parejas que hablan sobre sexualidad sin reservas aparentes, sienten verdadero temor y prejuicio de concurrir a una simple consulta sexológica de orientación con un profesional especializado. Este pensamiento contradictorio impide a las personas y a las parejas solucionar un problema de orden sexual, que por su simplicidad, podría resolverse en muy pocas consultas, mientras que, paralizados por el prejuicio, se dejan hundir lentamente en las arenas movedizas de la ignorancia.

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