Por Robinson Galvez Lay
Hace ya más de seis meses que el órgano rector de nuestras elecciones, la Junta Central Electoral, inició un problema que a simple vista era un dilema y punto, y que muchos pensábamos que podría tener una salida en un escaso tiempo. Y no fue así.
Es increíble, pero cierto, que un hombre se haya hecho dueño del deseo de millones de dominicanos, como si se tratase de un patrimonio personal-familiar que nadie más le debe importar y sin que no haya motivo de explicación.
Llegar a las elecciones con esa situación de la Junta sería un trauma para la partidocracia nuestra y para el propio sistema democrático, que hasta ahora y gracias al todopoderoso preservamos, a pesar de todo.
¿Cómo es posible que el señor que hoy ocupa el Centro de Cómputos de un órgano tan importante, se esté burlando del sistema de partidos de un país en pleno y los principales actores de la política nuestra ni digan ni hagan nada?
Tomando en cuenta el apoyo del presidente del organismo; de diez millones de dominicanos, el señor director de Cómputos se burla de siete millones ochocientos mil dominicanos, obviamente porque el partido de gobierno tiene en su haber dos millones doscientos mil dominicanos, al que pertenece el primero. Hagan el cálculo.
Si el señor presidente de la Junta Central Electoral tuviera el interés de que éste dilema estuviera fuera del escenario público, es decir, estuviera resuelto, las cosas fueran diferentes y no estuviéramos hoy, en los medios de comunicación, pidiendo cautela al respecto.
Para nadie es un secreto que el señor presidente de la Junta Central Electoral (JCE) tiene vínculos directos con el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), inclusive eso es hasta voz del pueblo y de todos, pero es lo más lamentable y hasta delicado.
Le podemos dar todos los méritos que se merece, pero los que dirigen instituciones de importancia, como esta, deben conocer la ética y que es importante saber manejarla en cualquier escenario, para que el más mínimo accionar sea tomado en buena lid, y es lo que de una u otra forma caracteriza al hombre público.
Claro, no es que no sean éticos en su accionar, sin embargo eso es lo que a decir de muchos está sucediendo sin serlo, lo que en cualquier eventualidad, positiva para uno, pero negativa para otro, podría despertar cualquier duda de alta repercusión.
¿Qué harán en lo adelante los actores políticos? ¿Van a dejar el tema tal como está? ¿Se le va a permitir al presidente del organismo y al director de Cómputos del mismo que hagan lo que quieren? ¿A caso estos señores, los dos, son los que tienen la última palabra de qué hacer sobre el particular? ¿Tienen tantos poderes como para decidir por más de siete millones de dominicanos?
Si eso es así, cerremos esto, y lancemos la llave al mar.