Dos expertos canadienses en desarrollo infantil añaden más combustible al controversial tema de los niños y los azotes o nalgadas, al publicar un nuevo análisis que advierte que el castigo físico plantea riesgos graves para el desarrollo a largo plazo de un niño.



En el artículo, que aparece en la edición en línea del 6 de febrero de CMAJ, la revista de la Asociación Canadiense de Medicina (Canadian Medical Association), los autores analizaron dos décadas de investigación y concluyeron que «prácticamente sin excepción, estos estudios hallaron que el castigo físico se asocia con mayores niveles de agresión contra los padres, los hermanos, los pares y los cónyuges».

Aunque estudios han mostrado que en EE. UU. los azotes han declinado desde los 70, muchos padres todavía consideran que se trata de una forma aceptable de castigo. Un estudio de 2010 de la Universidad de Carolina del Norte reveló que casi el 80 por ciento de los niños de preescolar de EE. UU. reciben nalgadas.



«Nuestro trabajo busca que los profesionales médicos apliquen los convincentes hallazgos de la investigación sobre el castigo físico al orientar a los padres», aseguró la coautora Joan Durrant, psicóloga infantil y profesora de ciencias sociales de la familia en la Universidad de Manitoba, en Winnipeg.

Además de la evidencia sustancial de que los niños que reciben azotes son más agresivos, los autores señalan que el castigo físico se relaciona con varios problemas de salud mental, como ansiedad, depresión y abuso de las drogas y el alcohol. Además, estudios recientes con neuroimágenes han mostrado que el castigo corporal podría alterar partes del cerebro que se relacionan con el rendimiento en pruebas de coeficiente intelectual y aumentar la vulnerabilidad a la dependencia de las drogas o el alcohol, escriben.

Muchos padres se muestran escépticos de los hallazgos publicados sobre los azotes, y cuestionan si la conducta agresiva provoca los azotes, y no viceversa. Pero el coautor del estudio señala que los investigadores han podido comprender esta relación detalladamente.

«Es verdad que los niños que son más agresivos tienden a recibir más golpes, pero el castigo no reduce su agresividad, sino que la agrava», advirtió Ron Ensom, que en el momento del estudio era trabajador social del Hospital Pediátrico del Este de Ontario en Ottawa.

«Cuando los padres de niños agresivos reciben instrucción sobre cómo reducir su uso de los azotes, y lo hacen, el nivel de agresividad de sus hijos baja», aseguró Ensom. «Y cuando los niños que tienen el mismo nivel de agresividad al inicio del estudio reciben seguimiento durante varios años, los que reciben azotes tienden a volverse más agresivos con el tiempo, mientras que los que no los reciben tienden a volverse menos agresivos».

Los autores urgieron a los médicos a ayudar a los padres a aprender métodos eficaces y no agresivos para la disciplina, pero una psicóloga infantil de EE. UU. apuntó que el trabajo no llega a proveer ejemplos de dichos métodos.

«Hicieron un buen trabajo al resumir toda la investigación, y siempre es bueno reforzar el mensaje, sobre todo a los médicos más novatos», aseguró Mary Alvord, psicóloga clínica infantil con un consultorio pediátrico en Rockville y Silver Spring, Maryland. «Simplemente desearía que hubieran dado el próximo paso y provisto a los médicos más herramientas para enseñar a los padres qué hacer, en lugar de enfocarse tanto en lo que no deben hacer».

«Con frecuencia, los padres se sienten impotentes en esas situaciones, y quieren que sus hijos capten el mensaje de que lo que hicieron estuvo mal», señaló Alvord. «Así que no intento sermonear a los padres, sino explicarles que hay muchas cosas eficaces que pueden hacer, como castigar al niño enviándolo a su habitación».

Fuente HealthDay, traducido por HolaDoctor.com

Imagen de javiervicente.blogspot.com