NUEVA YORK.  En este mundo hay ratones y seres humanos, aunque un macabro hobby de moda en Nueva York por estos días hace que los ratones parezcan de algún modo de seres humanos.



Inclinados sobre las mesas de una sala en un edificio industrial de Brooklyn (sudeste de Nueva York), unos 20 jóvenes utilizan bisturíes para abrir un ratón blanco muerto, el primer paso del inverosímil viaje de estos animales a una nueva existencia que los recreará en poses humanas y vestidos con ropas de muñecas.

La taxidermia antropomórfica es una forma de arte que se volvió muy popular en el Reino Unido en el siglo XIX, con la propia Reina Victoria entre sus admiradores.



Ahora, como es el caso de muchas actividades extrañas, ha encontrado un nuevo soplo de vida en Brooklyn, tierra prometida de los hipsters, los jóvenes modernosos y rebeldes que escapan de la «vulgaridad» de Manhattan.

«Es como una pequeña inmortalidad», dice la instructora Susan Jeiven, de 40 años, al inicio de su curso, para la cual no quedan vacantes.

Los estudiantes pagan 60 dólares por clase en la escuela de Anatomía Morbosa, un taller y galería de arte escondido en un callejón.

Allí escuchan atentamente las instrucciones de Jeiven, una mujer repleta de tatuajes, y su asistente Emily Hexe, de 22 años y vestida completamente de negro.

«Dejamos el cráneo, dejamos los huesos de las piernas y de los brazos. Todo lo demás debe salir», ordena Jeiven, antes de agregar con voz tranquilizadora: «No hay nada asqueroso. No va a brotar sangre u otra cosa».

Los alumnos, en su mayoría hipsters de unos 30 años, empiezan eligiendo los accesorios, que van desde ropas y muebles para muñecas a objetos más grandes, como viejos faroles que pueden ser utilizados como una casa para el ratón.

Cuando Hexe trae los ratoncitos muertos ordenados en una bandeja, hay algunos rostros nerviosos.

Jeiven aclara que las criaturas han sido salvadas de un destino mucho menos glamoroso cuando las compró, ya que «iban a servir de alimento para lagartos y serpientes».

Unos pocos estudiantes pinchan de manera tímida al todavía frío ratón, que tiene las patas rosadas. Otros introducen el bisturí a lo largo de la columna vertebral hasta la cola, para preparar la extracción de los órganos y convertir al cuerpo en lo que Jeiven llama «una bolsa de ratón».

«Algunos son realmente buenos. Me di cuenta de las personas que son chefs», dice Jeiven.

El profesor de historia David Edelman, de 30 años, espolvorea Borax, un poderoso detergente y conservante, en toda la superficie de su ratón.

«Esto no me molesta en lo más mínimo», afirma. «Lo único que me molesta es el olor», agrega, antes de lanzar un pequeño grito cuando la tijera atraviesa un codo produciendo un ruidoso corte.

AFP