En esta semana santa o semana mayor dentro de las costumbres cristianas católicas, nos viene hacer una reflexión sobre el mundo que nos toca vivir, un mundo marcado por contrastes abismales, dónde el ser humano vive los tiempos más acelerados de su historia.
Hoy día el hombre cotidiano no tiene siquiera el tiempo necesario de concentrarse en sí mismo, la velocidad en que marchan los procesos económicos productivos y la acelerada transformación del conocimiento bajo la revolución tecnológica, hace que el ser humano se sienta como una frágil veleta, impulsada hacia donde soplen los vientos del consumo.
El hombre, como especie rectora de la humanidad, el cual debería ser objeto-sujeto del desarrollo social, se ha quedado sin voz ni voto, a la hora de determinar los caminos por donde ha de transitar nuestra civilización.
La atmósfera de desarrollo que hoy cubre el mundo, tiene empalagado a los pueblos en el hábito del consumo irracional, que ya da manifestaciones escandalosas de agotamiento de los recursos naturales perecederos, envenenamiento de las fuentes acuíferas y la degradación de la capa de ozono.
¿Hacia dónde va el ser humano?, Hacia dónde lo dirige la propaganda del consumo que lo deshumaniza y lo convierte en un instrumento más de una voraz maquinaria económica, que no se detiene ante las irrefutables evidencias del agotamiento físico del planeta y ante la pobreza galopante que genera un modelo de vida, que año tras año se traga millones de existencias en sus maquilladas fauces, sin que medie ningún tipo de pruritos éticos o morales.
¿Hasta qué punto debería el hombre ofrendar su vida a la ilusión del consumo?, en busca de una felicidad externa, que no logra trascender sus sentidos físicos y lo convierten en un perpetuo esclavo de las ilusiones hedonistas del consumo.
Pienso, que es el tiempo de hacer reflexiones mayores, y que el hombre debe colocarse nuevamente en pedestales de valores humanos, únicos que pueden efectivamente dar un sentido verdadero a la vida y transformar de forma incesante nuestras conciencias, donde se pueda lograr un cambio de vida que sea más humano, dónde todos tengamos una voz y un voto real, que ayuden a cimentar una sociedad diferente, donde el valor humano este por encima del valor del dinero.
Es tiempo de resucitar las enseñanzas del Cristo, aquellas que enuncian que ante los ojos de Dios, todos somos iguales, y por lo tanto merecemos iguales oportunidades de desarrollarnos y aportar lo mejor de nosotros a esta humanidad que languidece en las desigualdades y que definitivamente merece un futuro distinto.
Para impulsar cualquier cambio es indispensable que empecemos por cambiar nosotros mismos, todavía hay tiempo, no importa que las señales sean realmente perturbadoras, si cada individuo toma conciencia y humaniza su forma de ver y vivir la vida, es completamente posible que vuelva a retoñar la esperanza, dándonos una nueva oportunidad a todos nosotros y a aquellos que vienen de camino.
Por Jackson Pichardo, comunicador que reside en Nueva York