Los dominicanos estamos viviendo en la actualidad una ola de violencia sin precedentes, a diario nos sorprenden los titulares de los diarios locales en los que se describen los asesinatos descabellados que jamás habríamos pensado que sucederían en este país.
El nivel de tolerancia de muchas personas está en cero, por eso vemos como se mata por un peo, por un pica pollo, porque a un hombre le tocaron apresuradamente la puerta de un baño, porque en una discoteca un individuo pisó a otro, por un parqueo en fin si nos ponemos a nombrar cada una de las desgracias nunca vamos a terminar.
El más reciente escándalo que ha consternado a muchos fue el del hombre que en el área infantil de Bella Vista Mall le disparó varias veces a su compadre por una deuda acumulada de un millón de pesos. Me comentaba un amigo de San Cristóbal que conocía a los dos hombres, tanto a la víctima y como al victimario que el homicida era un hombre adinerado poseedor de varios negocios, inmuebles y otras cosas, haciéndome entender que por un millón de pesos no tenía la necesidad de matar a quien hasta ayer fue su amigo.
Los dominicanos tenemos que entender que las armas de fuego no se hicieron para todo el mundo, que no todos podemos manejar una pistola. Que debemos pensar antes de actuar, que no podemos cargarnos de ira ante todas las situaciones.
La necesidad de proveer, progresar, crecer y acumular bienes nos está llevando inconscientemente a pensar que vivimos en una selva con el lema “Sálvese quien pueda”.
Posiblemente sea verdad que el homicida no necesitara el dinero que reclamaba, pero cómo le pagarán el dinero si el responsable ya pasó a otra vida. Por qué en lugar de disparar no buscó un abogado para llevar a la justicia al deudor? O se fajara a los puñetazos para descargar su rabia como última opción ante tanto enojo. No, es que es más fácil para muchos vivir su vida actuando sin pensar para luego lamentar.
Los seres humanos necesitamos tiempo para estar solos pensando en nuestro futuro inmediato, en las consecuencias que tiene ser arrastrado por las tentaciones. A veces llega la calma fuera del bullicio que producen quienes nos rodean, quienes nos los aplauden todo.