Entre los grandes científicos de todos los tiempos, pocos se destacan por haber modificado la comprensión que tiene el hombre de la estructura misma del universo y del lugar que ocupa en él. Galileo y sir Isaac Newton fueron dos de esos gigantes de la ciencia. Albert Einstein, en nuestra época, ha ocupado un lugar de semejante importancia.
Nació en Ulm, Alemania, en 1879. Hijo de un empresario judío, era tímido y callado de niño y rara vez lo aceptaban los otros niños en los juegos. Fue un estudiante poco aplicado pues detestaba los métodos de memoria que predominaban en la enseñanza en aquellos años.
Sin embargo, pronto comenzó a leer algunos libros de ciencias naturales y de matemáticas que un estudiante de medicina amigo de la familia (Max Talmey) le prestó. Posteriormente pidió prestados y compró libros de geometría y otras ramas de las matemáticas y se ponía a estudiarlos largas horas a solas.
Tuvo problemas con los maestros de su escuela al corregirlos en sus lecciones, y ello no hizo sino que se volviera aún más impopular. Se le pidió que abandonara la institución y decidió ingresar a la Academia Politécnica de Zurich, donde encontró una atmósfera agradable. Además aprendió a tocar el violín y asistía de vez en cuando a la ópera.
Posteriormente, y dado que no tenía aptitudes ni ganas de unirse al negocio familiar (que iba en franca decadencia), intentó la enseñanza, pero demostró ser un pésimo maestro. Para entonces ya se había casado y tenía dos hijos, así que debía trabajar y consiguió un puesto de empleado en la oficina suiza de patentes. El trabajo era tedioso, pero aún así continuó realizando sus investigaciones y asistiendo a las clases del doctorado. En 1905, trabajando aún en la oficina de patentes, publicó una primera versión de la teoría de la relatividad que inmediatamente llamó la atención.
La inspiración para su teoría la tomó de Michelson y Morley, dos científicos que trataron de medir la velocidad de la luz en dos condiciones diferentes: Viajando en la misma dirección que la tierra y en sentido perpendicular a su superficie. Pensaban que las velocidades serían diferentes, pero no fue así y concluyeron que el experimento había fracasado.
Einstein tomó los resultados de aquellos científicos y se dio cuenta que no habían fallado: La velocidad de la luz siempre es constante y todo lo demás es variable, incluyendo el tiempo.
La teoría de Einstein lo cambió todo desde entonces. Demostró que incluso los objetos de medición como la regla son sujetos a la velocidad a la que se mueven, ya que mientras mayor es su velocidad, la longitud disminuye en la dirección del movimiento. El peso es otra variable que depende de la velocidad: A mayor velocidad, mayor peso.
En un segundo trabajo, Einstein propuso su famosa fórmula (E=mc2) que llevaría más adelante al desarrollo de la bomba atómica. Resulta sorprendente que aunque los trabajos de Einstein se desarrollaron en el terreno de las matemáticas puras, han resultado, en su mayoría, abrumadoramente precisos. Descubrió también la ley del efecto fotoeléctrico y siguió trabajando en los conceptos de energía y relatividad.
En 1921 se le concedió el premio Nobel de física, no por la teoría de la relatividad ni por la teoría de la conversión de la masa en energía, sino por la explicación de cómo y por qué algunos metales emiten electrones cuando la luz incide sobre su superficie (el efecto fotoeléctrico).
Einstein se volvió repentina y exponencialmente famoso. Todo el mundo quería unas palabras de él. Las revistas pedían entrevistas. Los fotógrafos lo acosaban y las universidades se peleaban por él. Se volvió un objeto de moda y tanto los jefes de estado como las estrellas de cine querían estar cerca de él.
Adquirió la nacionalidad suiza y durante veinte años trabajó en la Academia Prusiana de Ciencias. Cuando Hitler subió al poder, trabajaba en la Universidad de Berlín, pero cuando renunció, el dictador puso precio a su cabeza. Einstein migró a los Estados Unidos para trabajar en Princeton y se hizo ciudadano norteamericano en 1934. En 1939, a solicitud de varios notables hombres de ciencia, escribió una carta al presidente Roosevelt diciéndole que la creación de una bomba atómica era posible.
Einstein, muchas veces, desdeñó honores y se rebeló contra las situaciones de injusticia que encontraba a su paso. No era un hombre de acción, pero era alguien que tenía muy claro lo que quería y la importancia de la vida humana y de la dignidad por encima de cualquier otra cosa. Muchos lo critican por su participación en la construcción de la bomba atómica (que fue sólo en el terreno teórico), por sus malos matrimonios (se dice que era constantemente infiel), por el descuido de su propia familia, ya que tuvo un hijo con esquizofrenia (Eduard Einstein) que vivió largos años y murió en una clínica psiquiátrica y Einstein jamás lo visitó. También se le critica por su intromisión en terrenos que, según algunos, no le competían, como la religión, la filosofía y la política.
Pero todo gran hombre, como lo fue Einstein, vive eternamente con una enorme lupa sobre él la cual lo magnifica todo: errores y aciertos.
Einstein murió en 1955 de un sangrado interno por un aneurisma aórtico. Los restos de Einstein fueron cremados y sus cenizas dispersadas, pero el patólogo Thomas Stoltz Harvey extrajo el cerebro del genio sin el permiso de la familia, con la esperanza de que algún día la ciencia fuera capaz de descubrir la razón de su genialidad/tecnoculto.com