Las iglesias cristianas se están volviendo una de las multinacionales más poderosas de Brasil. Radiografía de un fenómeno que está trastornando la política, la fe, los medios y los negocios en Brasil.
Hubo un tiempo en el que ser brasileño era prácticamente sinónimo de ser católico. En 1990, 83 por ciento de los habitantes del país-continente clamaban con orgullo su pertenencia al rebaño del Papa. Con 116 millones de fieles, Brasil era el baluarte más importante del Vaticano. Pero los caminos del Señor son inescrutables.
De feligrés en feligrés, la iglesia católica apostólica y romana se ha ido desangrando. Ya sea por la divina providencia, por una poderosa aplanadora mediática, por técnicas de marketing religioso avanzadas o por la búsqueda de nuevas espiritualidades, decenas de millones de creyentes se cambiaron de bando y ahora escuchan la palabra del protestantismo evangélico. Una revolución espiritual que está trastornando la política, los medios y se está volviendo uno de los primeros productos de exportación del Brasil del siglo XXI.
Las cifras son impresionantes. Los pastores más optimistas dicen sin asomo de dudas que en 2030 deberían ser la mayoría. Y la tendencia les da la razón. Según el último censo federal, publicado hace unas semanas, ya solo 64 por ciento se consideran católicos. Mientras tanto los batallones evangélicos pasaron en 2000 de 26 millones de brasileños (15 por ciento de la población) a más de 42 millones (22 por ciento) en la actualidad.
Esa explosión evangélica se sintió el 14 de julio pasado en las avenidas Santos Dumont y Olavo Fontoura de Sao Paulo. Vestidos de blanco, con una sonrisa estampada en la cara, un millón de fieles desfilaron por la ciudad más poblada de Brasil. Había de todo. Inmensas tractomulas forradas de altoparlantes que vociferaban aleluyas y música cristiana.
Pastores superestrellas, gesticulando y prometiendo milagros al por mayor. Hasta promociones especiales para aquellos que querían sobrevolar en helicóptero la “Marcha por Jesús”, como fue bautizada la manifestación hace 20 años, cuando a un pastor se le ocurrió que era la mejor manera de competir con el día del orgullo gay. Eufórico, uno de ellos, al final del carnaval cristiano, predijo que “de norte a sur, este país se rendirá a los pies de Jesús».
Si a alguno le quedaba duda del poder cristiano, en Brasil, difícilmente se podía hacer más para demostrarlo. En poco más de dos décadas, los predicadores pasaron de las iglesias de garaje a mega templos con pinta de centro comercial. La fe creció a la sombra del abandono estatal, de la pobreza y de un catolicismo distante.
En las favelas, los cristianos están en todas partes. Encaran los capos que las controlan, tratan de sacar a los jóvenes de sus pandillas, dirigen programas de rehabilitación para los drogadictos y tienen un sólido entramado de obras sociales. Su fuerza es que muchos de los predicadores son gente pobre, que ha pasado por las mismas privaciones. En una sociedad donde pocos van a universidades, el sistema de salud es deficiente y el desempleo campea, los sermones están plagados de mensajes de auto superación, de curas milagrosas, de cambios repentinos de vida, de prosperidad súbita.
Las iglesias cristianas son además horizontales, pragmáticas y flexibles. Hay casi una iglesia para cada personalidad, una verdadera fe a la carta. Desde las más tradicionales como la Asamblea de Dios fundada hace un siglo, hasta unas como Bola de Neve, que integran el reggae, el surf y las patinetas en sus templos.
Y tener un pie en las favelas, hacer obras sociales y poder hablarle al pueblo todos los domingos sin interrupción es sinónimo de votos. Según un sondeo de Datafolha realizado en la Marcha por Jesús, 31 por ciento de los entrevistados reconoció que el apoyo de sus pastores a un candidato lo lleva «con seguridad» a votar por esa persona y 34 por ciento dijo que «tal vez» escogerían por ese político.
Como la población, el bloque político evangélico está en ascensión acelerada. En el Congreso hay una bancada de tres senadores y 63 diputados, un récord histórico. Aunque vienen de 14 partidos distintos, el Frente Parlamentario Evangélico, como se autodenomina, vota en bloque cuando se trata de combatir la legalización del aborto, el matrimonio gay, proyectos que criminalizan la homofobia o que atacan el orden moral que defienden.
Esta aplanadora espiritual y electoral ha ido cogiendo tanta fuerza que el ex pastor neopentecostal Marcelo Crivella es el ministro de pesca del gobierno de Dilma Roussef. Pero la presidenta, exguerrillera marxista, no escogió al senador Crivella solo por los más de tres millones de personas que votaron por él en 2010, sino sobre todo porque es el sobrino del todopoderoso y autoproclamado obispo Edir Macedo, uno de los hombres más ricos de Brasil y el líder de la poderosísima Iglesia Universal del Reino de Dios.
Si los neopentecostales tuvieran un Papa, sería Macedo. Nació en una familia católica, y su recorrido espiritual primero lo llevó al umbanda, un rito afro brasileño. Cajero de la lotería de Río de Janeiro, en los sesentas “volvió a nacer” y se convirtió al protestantismo. En 1977 fundó la Iglesia Universal del Reino de Dios (Iurd), que en pocos años pasó de ser un local en un barrio pobre de Rio a una de las grandes multinacionales brasileñas.
Al mejor estilo de los predicadores estadounidenses implantó la llamada teología de la prosperidad, que afirma que el éxito económico es una evidencia del favor de Dios. A cambio, el devoto tiene que ayudar a propagar la fe. Y la mejor manera es entregarle a la iglesia un porcentaje de sus recursos. También se promete abundancia en todos los aspectos de la vida: salud, amor, paz. En los cultos también venden discos, libros, camisetas, dvds y productos milagrosos importados de Tierra Santa.
Maceo, que ha repetido una y otra vez que «el dinero es para la iglesia lo mismo que la sangre es para el cuerpo físico», está ahora a la cabeza de un verdadero imperio. Tiene ocho millones de fieles, 9.600 pastores, 4.700 templos en todos los barrios de Brasil. Sus sermones llegan además a 172 países en los cinco continentes. Aunque las cifras son polémicas, se calcula que el grupo de Macedo mueve mínimo dos mil millones de dólares anuales.
Segun publica el portal de la revista colombiana Semana.com, el símbolo más ostentoso de la riqueza del Iurd es un edificio que están construyendo en Sao Paulo, una réplica del templo del rey Salomón. Será un bloque de 74 mil metros cuadrados, 11 pisos, con una fachada de 56 metros, construido con piedras traídas desde Israel, con acopio para 10.000 fieles, una escuela bíblica, estudios de radio y televisión, aire acondicionado y un hotel para los pastores. Costará por lo menos 200 millones de dólares y como dijo Macedo, “en el templo de Salomón usaron toneladas de oro. No vamos a usar oro, pero vamos a gastar toneladas de dinero. No les quede ninguna duda”.
Pero el verdadero poder de Macedo radica en el imperio mediático que ha ido construyendo. En 1989 compró la Rede Record, un canal que estaba cerca de la bancarrota. Ahora es la segunda televisión con más audiencia del país con un 16 por ciento de mercado, por detrás de la Rede Globo. Según una investigación de la Folha de Sao Paulo, Macedo tiene además 23 emisoras de televisión, 40 de radio, periódicos y revistas.
Dinero, millones de discípulos y medios de comunicación. Maceo lo tiene todo para ser uno de los más poderosos de Brasil. Pero también uno de los más investigados. Desde hace 20 años, es regularmente acusado de fraude, lavado de dinero, manipulación, charlatanismo y corrupción.
Hasta han dicho que era cómplice del cartel de Cali. La última inculpación fue en 2011. El procurador Silvio Luis Martins de Oliveira dijo que la cúpula de la iglesia recaudó los fondos de sus fieles con “falsas promesas y amenazas”, condicionando el “socorro espiritual” a la realización de generosas donaciones.
Y después, gracias a una red en paraísos fiscales, reinvirtieron comprando medios de comunicación “usados como plataforma para recolectar fieles”. El reporte además afirma que los líderes del Iurd usaron las donaciones para comprar joyas, mansiones y carros.
Para muchos, iglesias como el Iurd están salvando almas a cambio de una montaña de dólares. Pero por su aspecto masivo, sin duda le está cambiando la cara a Brasil. Y desde ya esta constelación de iglesias promete ir a conquistar el mundo. El expresidentes Luis Inacio Lula da Silva no afirmó alguna vez que “Dios es brasileño”.