Son puertorriqueños… y son dominicanos. Algunos nacieron allá y llegaron aquí cuando apenas comenzaban a conocer la vida. Otros nacieron aquí, de padres dominicanos. Son dominico-boricuas. Dominiqueños, dicen algunos. Borinicanos, dicen otros. Tienen el corazón compartido entre dos patrias y reclaman respeto para su identidad, sus similitudes y diferencias.



Cuando el dominicano Félix Sánchez ganó la carrera de 400 metros con vallas en los Juegos Olímpicos y el puertorriqueño Javier Culson quedó en tercer lugar, los dominicanos Pedro Ruiz y Luisa Francisco celebraron en grande, pero su hijo Pedro Rafael no pudo evitar sentir tristeza. Pedro Rafael, de 14 años, nació y se cría en Puerto Rico. Demuestra gran orgullo y respeto por la tierra de sus progenitores, pero cuando dice “nosotros” se refiere a los boricuas y esa identidad lo mantiene en una eterna y jocosa rivalidad con sus papás.

“Yo celebré también, por Félix y por el bronce de Culson, porque comoquiera el bronce fue un gran logro, celebré mi bronce…”.



“Óyelo, celebró ‘su’ bronce”, decía la mamá, riendo, al papá, mientras el jovencito hacía un esfuerzo consciente por no dejarse provocar.

“Así estoy siempre, en esa disyuntiva. Yo le voy a Puerto Rico y ellos a República Dominicana. Pero mi papá se crió en Lares y su abuelo fue de los puertorriqueños que emigraron a Santo Domingo en los años 30 a cortar caña, así que el también es dominico boricua”, resalta Pedro Rafael, quien a pesar de su corta edad maneja con mucha fluidez su discurso de una identidad no dividida, sino reforzada por el amor a dos naciones muy parecidas.

“Yo nací aquí, vivo aquí, me siento como si tuviera doble ciudadanía. Estoy orgulloso de tener padres dominicanos y de ser puertorriqueño”, afirma el adolescente, quien desde pequeño es reportero del programa de televisión de sus padres (Revista2000, Canal 7).

¿Alguna vez te has sentido discriminado, en la escuela, en la comunidad, por ser hijo de dominicanos?, se le preguntó.

“Si me ha pasado ni cuenta me he dado, porque no doy espacio a eso. De donde vienes, son fronteras mentales que la gente se pone. Uno no debe sentirse discriminado. Eso viene de la poca información que tienen las personas. Yo creo que es responsabilidad de todos los inmigrantes el trabajar en contra de esa ignorancia y el discrimen contra ellos”.

El diario boricua elnuevodiario.com relata que su hermano paterno Anthony no la tuvo tan fácil, a pesar de ser hijo de una puertorriqueña. El ahora chef creció en Mayagüez y en la escuela era “el dominicano”, aunque nunca ha pisado la tierra de su padre.

Me hacían chistes de dominicanos brutos, pero yo los ignoraba. Yo me siento orgulloso de tener la mezcla. Un poquito de aquí, un poquito de allá”, asegura.

Los hermanos Stephanie, Kimberly y Martín Breton también manifiestan orgullo por la mezcla, pero al menos las dos hermanas, de 18 y 15 años, admiten que se sienten más dominicanas que boricuas, a pesar de que nacieron en Nueva York y se criaron aquí. La razón pudiera ser que han vivido siempre en Santurce, rodeados y protegidos por una comunidad compuesta mayormente por inmigrantes como sus padres. Allí aprendieron a hablar con un acento que no es exactamente dominicano ni exactamente puertorriqueño, a identificarse con la comida, la música y las costumbres de la República y a abrazar su dominicanidad por encima de su puertorriqueñidad.

El antropólogo Jorge Duany, señala que “es común que en casos como el de los dominicanos en Puerto Rico, en que el grupo enfrenta discrimen, la persona presente mayor asociación con ese grupo”. Se le llama identidad reactiva y, según el profesor de la Universidad de Puerto Rico, quien ha estudiado ampliamente la inmigración dominicana, es “una forma de defenderse del prejuicio”.

“Yo digo que soy dominicana pero siempre aclaro que me crié aquí”, señala Kimberly.

“Es que somos mixtos”, interrumpe Martín.

“Una mezcla. Un poquito de aquí, un poco de allá”, añade Stephanie.

Y cuando vieron la carrera en las Olimpiadas, ¿a quién le iban?, indagamos.

“¡A Félix!”, contestaron a coro.

“Yo también le iba a Culson”, advierte Martín.

“Bueno, nos alegramos por Culson también”, aclara Kimberly.

Cuando se les cuestiona si han sentido discrimen o rechazo por ser dominico boricuas, Stephanie cuenta que una vez le preguntaron si en Santo Domingo hay farmacias.

“Siempre hay relajos, cosas del jóvenes para relajar”, dice Kimberly.

“Si te pones a hacerles caso contribuyes al problema”, agrega Martín.

“Pero en estos tiempos ya no es tanto el discrimen, porque somos muchos y ya no hay forma de cambiarlo”, sentencia la hermana mayor.

Cuestión de piel

Ya eran muchos los dominicanos en Santurce cuando la animadora Alexandra Malagón se criaba en Villa Palmeras, en los años ochenta. Ella también se desarrolló en un ambiente rodeado de inmigrantes como ella, que viajaba varias veces al año a la Isla desde bebé porque su mamá vivía aquí, y que se quedó definitivamente a los 13 años.

“Siempre me sentí de allá y de aquí porque mi mamá llevaba tanto tiempo acá y yo venía con tanta regularidad que honestamente no me sentí diferente, estaba adaptada a la gente del entorno”, explica Malagón, quien se hizo famosa cuando comenzó a cosechar éxitos en el mundo de modelaje en una época en la que casi no se veían modelos mulatas.

“Todo el mundo se enteró en este país que yo era dominicana cuando las revistas en los ochenta comenzaron a destacar que una muchacha de tez oscura estuviera haciendo comerciales. Tan pronto me hacían la primera pregunta yo decía que era dominicana porque para mí era importantísimo que la gente supiera de dónde yo soy. Pero también soy de aquí porque me crié aquí y elegí seguir viviendo aquí”.

“Yo soy dominiqueña”, sostiene.

Malagón nunca se sintió atacada por su origen en su comunidad, pero el cantante Freddy Abreu, mejor conocido como Siete Nueve, quien nació en Puerto Rico hijo de dominicanos, y también se crió en Villa Palmeras, tuvo una historia diferente. Reconoce que tuvo que enfrentar burlas y hasta pelear a golpes en la escuela por ser medio dominicano y por ser negro.

“Desde bien nene tenía una rabia con eso de que se mofaban de los dominicanos. Se añadía el asunto de que mi mamá era de tez clara y yo era de tez oscura por mi papá. Como yo soy prieto (decían) ‘el nene es dominicano, pero mamá no’. Hay dominicanos de todos los colores igual que aquí. Una vez mi mamá me dijo que no había nada malo con decir lo que uno es y así empecé a manejar el asunto”, explica.

Ahora se siente “cien por ciento boricua y dominicano. Dominiqueño”. Para demostrar su orgullo por esa doble identidad lleva tatuada en el brazo la imagen de Eugenio María de Hostos, el prócer mayagüezano que trabajó tanto por la República Dominicana como por Puerto Rico.

“La xenofobia es un dolor que pasa en todas partes del mundo. Para mí es incomprensible. Nosotros podríamos tener muchos más lazos económicos, somos la misma gente. Lo mismo pasa con Cuba. La cultura, la comida, la música… es lo mismo aunque les pongamos otro nombre”, elabora el intérprete de hip hop.

Duany atribuye el discrimen hacia los dominicanos principalmente a razones raciales, pero sin dejar de lado los factores de clase y de género. La mayoría de quienes compusieron la gran ola migratoria de los 70 y 80 eran mujeres pobres que vinieron a trabajar como empleadas domésticas. Pero apenas comienzan a documentarse los cambios en la población dominicoboricua que se dio con la llegada de la que Duany llama generación 1.5, dominicanos nacidos allá y criados aquí; y con la generación de los hijos de esos inmigrantes.

“Se habla de una cantidad cada vez mayor de niños de uno o ambos padres dominicanos que se identifican como puertorriqueños, pero mantienen el apego al país de origen de sus padres. Pero no hay muchos trabajos sobre eso”, admite el estudioso.

“Yo soy boricua y soy dominicana y ya”. Así de sencillo lo resume Natalie Jiménez Díaz, de 10 años, hija de dominicanos. “No conozco nadie fuera de la escuela que no sea dominicano. ¡Yo!”.

Así de sencillo.