A principios de semana leía la crónica de un adolescente victimario de un niño de apenas diez años: le había quitado la vida solo para despojarle de un Blackberry. Una bicicleta fue la urdimbre, el asesino le había prometido al fenecido la misma a cambio del versátil dispositivo. No creo que Research in motion, la empresa diseñadora de estos aparatos tenga constancia del suceso inmersos como han de estar en su lucha por permanecer en un mercado que les ha ido desfavoreciendo conforme avanza el tiempo.



Asesino es una palabra incómoda para cualquier hombre, imagine usted entonces a un joven de apenas 17 años llevando tras si el estropicio de dicho vocablo.

La sociedad sufre la violencia, la opinión publica pide mano dura, la publicidad imprudente exhibe en forma descarada un manjar alcanzable solo para el paladar de unos cuantos mientras que el mercado dice que no puede –pero quien sabe si es que no quiere- dar trabajo a millones de ilusos que se creen merecedores de una oportunidad laboral y, así sordos nos hacemos ante el clamor de una parte de la sociedad que deja de ser anodina el día que un irascible acto de violencia eleva a la victima a la categoría de victimario.



Qué está pasando con nuestros hijos para que ellos adopten la violencia como medio para recordarnos su existencia ¿? Acaso la tan cacareada mano dura pedida por algunos siga siendo mas de la misma sordera ¿? Padres y tutores ya no son héroes a seguir por nuestros menores, sus mentores reales a pesar de estar a distancia cuentan con el internet y la tele para promover valores virtuales que se hacen muy reales cuando ellos le dejan formar parte de su personalidad.

Nuestros hijos ya no creen en nosotros, su errático andar es el eco de la palabra esperanza mal pronunciada. La rabia llevada dentro les ha despojado de la inocencia de su niñez. En que momento de sus vidas comenzaron a incubarla es algo sencillamente desconocido. Eso si, seguimos halando de mano dura y como la misma no es más que un puño, ningún dedo queda libre para ser colocado en llaga.

De nada nos vale la hipócrita discreción de no mencionar la soga en casa del ahorcado, si ese ahorcado, a cada acto de violencia perpetrado nos la vive recordando.

Por Aneudys Santos (Productor de contenido para medios)