En primer lugar, mostraba que la persona era plebeya.
Además, que no tenía el uso de la razón. Desde la antigüedad, los únicos que aparecían en las artes plásticas con los labios separados eran los locos, aquellos consumidos por la pasión, los niños -que aún no tienen uso de la razón-, los actores representando un papel y las mujeres fáciles.
Louise Élisabeth Vigée LeBrun -considerada por algunos como una la pintora más importante del siglo XVIII y ciertamente una de las más exitosas artistas de una época en la que ser mujer era un obstáculo- no encajaba en ninguna de estas categorías.
«A pesar de ser una mujer poco ortodoxa, era considerada como un respetable miembro de la alta sociedad. Había pintado a la reina Marie Antoniette muchas veces y era su amiga», le cuenta a BBC Mundo el historiador Colin Jones, de la Universidad de Warwick.
A pesar de ello, apareció en un autorretrato en el Salón de París abrazando a su hija y sonriendo tímidamente; una pose tradicional en la que no se mostraban los dientes, hasta entonces.
«Desde Madame Vigée en adelante, empezaron a aparecer retratos con personas sonriendo… aunque no muchos: seguían rigiendo las reglas de decoro», señala Jones.
Tanto que más de medio siglo más tarde, en 1843, la reina Victoria le comisionó una pintura a Franz Xaver Winterhalter en la que ella aparece sonriendo, pero se le conoce como «el retrato secreto» pues no era para ser visto en público: sus dientes eran sólo para los ojos de su amado Alberto, no para ser exhibidos al público general.
Sonrisa horizontal
Una nueva y moderna sonrisa había hecho su aparición en el siglo XVIII.
«Tradicionalmente, reír era desdeñoso: alguien se ríe del otro, de su situación, de cuán ridículos es. Pero la sonrisa que llega en los 1700 es una sonrisa horizontal, entre dos personas», dice Jones.
En las artes plásticas, había estado en boga la idea de que la mejor forma de mostrar la personalidad y el carácter de alguien era en reposo: si estaba sonriendo o gritando, el artista terminaba pintando el gesto, no a la persona. Se pensaba que la esencia del individuo no era fielmente expresada con una emoción pasajera.
«Yo creo que a Madame Vigée LeBrun le entusiasmó otra corriente que en esa época estaba muy presente en la literatura, según la cual los sentimientos son los que muestran el verdadero yo… la gente a menudo está llorando en las representaciones del siglo XVIII pero, de hecho, la sonrisa tiene el mismo valor expresivo», le explica a BBC Mundo el experto, quien ha estado estudiando la historia de la sonrisa por años.
La profesión para la sonrisa
Sin embargo, si lo que se quería mostrar era algo agradable, había que tener dientes blancos.
Y precisamente, en ese momento en Francia, particularmente en París, se pasó de la extracción dental a la odontología. Una palabra nueva en francés aparece en ese siglo: dentistería.
«El cuidado de la boca hasta ese punto era bastante básico: la gente se frotaba los dientes diariamente con un trapo, de pronto usaban un palillo para limpiar las muelas, y eso era todo. Si empezaba a doler, había pociones pero si no se calmaba, la única solución era la extracción», anota Jones en conversación con BBC Mundo.
«A partir de 1720s, un grupo de gente con conocimientos de cirugía se autodenominaron dentistas y ofrecían lo que hoy reconocemos como odontología moderna, que es preventiva -calzas, blanqueadores, ortodoncia- y que de alguna manera considera la extracción de muelas como un fracaso», agrega.
Y, a finales del siglo, un cirujano parisino, Nicolas Dubois de Chémant, tuvo una experiencia desagradable. Era 1788 y tuvo que pasar una velada con una dama de la alta sociedad con dientes artificiales y una halitosis muy fuerte.
Se le ocurrió entonces que era posible hacer dientes de porcelana para usarlos en vez de las apestosas y perecederas prótesis hechas de dientes humanos o de huesos de animales que se utilizaban hasta entonces en las dentaduras.
Para 1789, tras varios experimentos en los que apeló a la pericia de la prestigiosa fábrica de porcelana Sèvres, los «dientes incorruptibles» eran una realidad.
Y los dientes blancos, cada vez más apreciados.
Entonces, la sonrisa no es made in USA
«A estas alturas, los estadounidenses no hacían parte de la historia pero lo interesante es que en todo caso ellos profesionalizaron la odontología antes que la mayoría de las otras naciones», señala Jones.
En Francia, hay este interés temprano y una profesión nueva pero todo eso se pierde en la reorganización de la medicina que tiene lugar después de 1800.
Entre tanto en EE.UU. en los 1830 y 1840 empiezan a aparecer asociaciones, escuelas de odontología, certificaciones, etc.
«Pero la contribución crucial de EE.UU. es Hollywood», afirma el historiador. «Incluso en la primera década del siglo XX pero particularmente en el período de entreguerras, surge la fotografía de estudio, que producen esas clásicas imágenes de las grandes estrellas en las que, sobre todo las mujeres, aparecen con una amplia sonrisa».
Esa nueva moda se arraigó en los 50s.
«El otro factor que contribuye es la publicidad», resalta Jones.
Y desde entonces, esa atracción que ejerce la sonrisa, ¿es universal?
«Yo creo que es una de esas cosas en las que realmente hay un relativismo cultural: si uno observa áreas del globo en las que la influencia de EE.UU. no es tan profunda -Japón, por ejemplo-, la sonrisa no es tan común y la gente no anda presumiendo de sus dientes, más bien son tímidos a la hora de sonreír y mostrar los dientes. Y luego están las mujeres musulmanas que se cubren todo el rostro… la sonrisa no juega ningún papel en esa cultura», responde Jones.