La segunda entrega de una serie de reportajes bajo el título común de “Encarcelados”, producido por la cadena de televisión española La Sexta con el objetivo de entrevistar a los españoles que guardan prisión en el extranjero, termina convirtiéndose en una radiografía de la cárcel de La Victoria.
Conducida por la periodista Alejandra Andrade, la entrega pone frente a los ojos del televidente las infrahumanas condiciones en que sobreviven cerca de ocho mil presos en un espacio inicialmente construido para albergar a ochocientos. Su título es elocuente: “Encarcelados en la República Dominicana, el infierno tercermundista de las cárceles dominicanas”.
Junto al hacinamiento, la faltas de higiene, de comida y de ocupaciones que hagan cumplir a la cárcel con su teórica función de redimir al delincuente, florece como la verdolaga el tráfico de influencia, la inseguridad y la corrupción mayor de presos y “autoridades”.
Todo se compra y se vende en este “infierno” al que los propios encarcelados advirtieron a la periodista Andrade que acababa de entrar.
Jóvenes en su inmensa mayoría, los presos de La Victoria confiesan frente a las cámaras, con pasmosa impavidez, los delitos por los cuales están encarcelados. Robo, drogas y homicidio se repiten como una cantinela que va tejiendo el tapiz de sus historias en el telar de las profundas diferencias sociales que, sin decirlo expresamente, el reportaje resalta con las vistas iniciales de una playa paradisíaca y de una ciudad vertical, moderna, de amplias avenidas y tráfico trepidante.
Quizá porque posee el dato que permita la comparación o porque lo visto en La Victoria chocó su sensibilidad, Andrade describe al penal como uno de los “más peligrosos de Centroamérica”.
Todo se compra y se vende en este “infierno” al que los propios encarcelados advirtieron a la periodista Andrade que acababa de entrar.
Franqueada por un exconvicto convertido a la fe evangélica, la periodista comenta en el audio la dificultad de grabar porque, puesta frente a sus ojos, la cámara atrae a los reclusos como la abeja al moscardón cazador.
“La primera impresión resulta demoledora. El estado de abandono, la insalubridad, aquí los reclusos mueren de cólera”, afirma la periodista, y no le falta razón, las imágenes son de una impactante crudeza: esa parte amputada de la sociedad es, sin embargo, una acusación que debería resonar en la conciencia del país.
Quienes escoltan a la periodista durante las ocho horas que pasa en la cárcel no son las autoridades. Las redes de poder que regulan la vida carcelaria han escrito sus códigos y elegido a los “jefes” del infierno. De la boca de los mismos presos sale la información que permite ir construyendo el orden de las jerarquías, la venta de privilegios, el hambre de la mayoría, la indefensión indescriptible de quien no tiene para pagar un hueco donde lo que menos alcanza es el espacio, la soledad social y humana de todos.
Las historias de los seis españoles recluidos en el penal, todos por tráfico de drogas y en edad madura, son apenas un dato que la realidad de la cárcel fagocita.
En la cárcel de La Vega, donde la periodista visitó al único español, y el más joven de los siete entrevistados por la periodista, las condiciones son distintas. Muchísimo menos poblada, en ella rige sin embargo, no la autoridad de la Dirección de Prisiones, sino la que Andrade llama “ley Padillla”, apellido de un locuaz preso de larga data, verdadero jefe de la prisión.
Fuente Panoramadigital.com.do