Por Nélsido Herasme
Conozco desde joven, no solo al hoy sacerdote Mario Serrano (Moreno) sino, también a otros curas de su promoción, como Pablo Mella, Jesús (Chumi) y Javier Vidal, por lo tanto como laico y católico que soy y como conocedor de algunas prácticas religiosas de los miembros de la Compañía de Jesús (jesuitas) en el país, me atrevo a pedir públicamente al Cardenal Nicolás, a que le tome un poco de cariño a esta Orden y, por favor, le retire un poco de pimienta a su discurso.
El padre Moreno es uno de los tantos jóvenes de pueblo, a quien conocemos desde los inicios de la década de los años 80s, cuando apenas le sacaba punta a su aspiración sacerdotal.
Era un muchacho de tenis y ropas sufridas que, mochila al hombro, veíamos acompañar el proceso de evangelización durante horas en los barrios de la Ciénaga, Guachupita y los Guandules y los domingos, en la parroquia Domingo Savio, sentarse en los últimos asientos a participar de las homilías concelebradas por los curas Jorge Cela y Luis Oraá, (fallecido).
Para esos chicos eran momentos de compromisos y de opción preferencial por los de abajo, dando rienda suelta a su vocación en un momento en que la iglesia de América Latina empezaba a ver las heridas abiertas del pueblo.
Era el tiempo de la interpretación del evangelio a la luz de la Teología de la Liberación que alimentaba el deseo de una iglesia que quería caminar de la mano con su pueblo, animada por el Papa Juan XXIII, cuyo celo por la unidad de los cristianos lo motivaron a publicar la encíclica «Pacem in terris» (Paz en la Tierra) y luego convertirse en el protagonista de la iniciativas más revolucionaria que en 1962 el mundo católico conoció como el “Concilio Vaticano II”.
Era el surgir de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) como estilo nuevo de acompañar al rebaño, que se inspiraban en la reflexión y el mandato de los documentos salidos de la celebración de los CELAM de Medellín, Colombia, en 1968 y en Puebla, México en 1979.
Era el tiempo de Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, quien asumió a su prójimo como su verdadero hermano, llegando a decir que “los pobres me enseñaron a leer el evangelio”, aunque un 24 de marzo de 1980 pagara por ello en El Salvador.
Está claro que cuando se lee la biblia con los ojos de los pobres, se corren muchos riesgos, pero ello será siempre el compromiso de los verdaderos hijos de Dios.