El hilo de la vida tiene numerosos nudos que aprietan o aflojan a las personas en una gama de situaciones cual marionetas en el discurrir de tiempo y espacio distintos, pero de similar condición en la cotidianidad laboral que de antaño tiene privilegios oprobiosos.
El dicho que reza: «Lo que es igual no es ventaja» ha sido pura ficción en el discurrir del tiempo, con visos profundos de discriminación hacia el sexo «débil» en todos los ámbitos del quehacer cotidiano.
La mujer, que pare al varón, jamás debe atentar contra este, pero tampoco mantenerse subordinada a sus «roles de género», sino luchar en su espacio laboral por igualdad de condiciones demostrando lo que puede hacer.
Usualmente el tranque está en el salario. A un varón con igual formación y hasta con menos que la mujer en igual trabajo, le asignan mayor salario. La crítica no está en lo que gane el hombre, le den igual oportunidad salarial.
Incluso una mujer responsable en sus labores y puntual truene, llueva o ventee, puede causar aversiones en perezosos que hablan mucho y se las pasan tumbando polvo. Gracias a Dios que la mayoría de los dominicanos no transita ese derrotero.
El hombre usualmente busca una pareja inteligente, y desea una compañera laboral vivaz en su quehacer conforme al estándar vigente. En ambos extremos (hombre-mujer) ya no se habla de cabezas huecas al margen de la faena a que se dediquen.
Y es que al margen del oficio o profesión de que se trate, ambos pueden dar la talla. Es que no sabe más el que más platica, porque ahora las evidencias son las que hablan, las que ponen a las empresas en la cima o al borde del despeñadero.
Un ejemplo de lo antes dicho es la política crediticia oficial para que hombres y mujeres del campo puedan salir de la pobreza, así como la confianza en que esa faena les permita la devolución de esos recursos. Eso se consigue trabajando arduamente. En este caso las mujeres están dando la talla.
En cualquiera de las áreas del saber la mujer puede demostrar su sapiencia, solo necesita que le den la oportunidad y que la valoren en igualdad de condiciones.
No se trata de un pugilato de géneros, sino de realidad, de que no se discrimine a la hembra. Una mujer ve en los hombres a sus hijos o hermanos y estos a sus madres, hermanas o parejas, lo que implica que unos y otros deben vivir en armonía dando a cada quien lo que corresponde sin apelar al discrimen.
El buen empleador defiende a los empleados que producen y que son causantes de los éxitos de las empresas. Esa defensa se traduce en amor recíproco, en salario digno, en pago igualitario en similares funciones y enterrando la inequidad que cae en la cara si escupe para arriba.
En fin, todo empleador debe hacer de los suyos trabajadores felices y amados porque estos son los que tienen su empresa en crecimiento y contribuyen a su riqueza, lo que les hace merecedores de mejores salarios y de que en su entorno se esfume la ausencia de equidad.