En enero de 2006, Sunder Raj y Pandit Tiwari tuvieron la mala fortuna de encallar en North Sentinel, una de las islas más remotas de la bahía de Bengala y reducto de una tribu que no duda en matar a todo extraño que irrumpa en su espacio: los sentineleses.
Sunder y Pandit, dos pescadores clandestinos de cangrejos, anclaron para hacer noche frente a la peligrosa isla y, rendidos de sueño y alcohol, no sintieron cuando el ancla cedió y la marea los llevó a la costa donde los esperaba la muerte.
Al amanecer, varios hombrecitos semidesnudos se acercaron al bote y mataron a sus tripulantes ante la mirada horrorizada de otros pescadores ilegales que dieron parte a las autoridades de Port Blair, India. Días después un helicóptero intentó rescatar los cadáveres, pero fue recibido por una lluvia de flechas, lanzas y gritos amenazantes.
La polvareda levantada por las aspas puso al descubierto los cuerpos enterrados superficialmente, lo cual desmintió el supuesto canibalismo de los sentineleses, un mito amplificado por el célebre explorador Marco Polo, quien los describió en el siglo XIII como una “gente cruel y violenta que se come al extranjero que llega a sus tierras”.
Aquel trágico incidente sobrevino tras una década sin enfrentamientos entre estos nativos y quienes se empeñaban en llevarles la modernidad. De nuevo el mensaje de los sentineleses fue claro: déjennos en paz.
Según la organización conservacionista Survival International, esta es la tribu más aislada del mundo: visitarla sería como viajar en el tiempo a la Era Neolítica, con el riesgo de nunca regresar debido a la “hospitalidad” de los sentineleses.
Resulta difícil describir a esta etnia que no permite acercarse a nadie. Por su parecido a los Jarawa, otro pueblo de las islas Adamán, se calcula que emigraron desde África hace unos 60.000 años. No conocen el fuego ni practican la agricultura; se alimentan de frutas silvestres y de la caza de cerdos salvajes y peces con sus dardos rústicos.
Aunque subsistir en condiciones de aislamiento hace que vivan prácticamente como sus ancestros de la Edad de Piedra, los sentineleses se diferencian de aquellos en que han aprendido a usar metales extraídos de los naufragios. Además, su carácter hostil los ha mantenido aislados incluso de genes foráneos, por eso a los científicos les gustaría estudiarlos, para entender mejor nuestra propia especie. Pero ellos no se dejan, y quizás eso los ha protegido de una extinción segura.
Un pueblo de sobrevivientes
Hace más de mil años, los navegantes chinos y árabes describieron a los sentineleses como unos hombrecitos pequeños de piel negra y pelo ensortijado, que atacaban a quien pisase sus costas. Muchos años después, los misioneros cristianos fracasaron al intentar llevarles la palabra de Dios, que los nativos no entendían ni querían entender.
En el siglo XIX los británicos hicieron contacto con los indígenas de las Adamán: a algunos los exhibieron en el zoológico de Calcuta, mientras intentaban “civilizar” al resto. Sin embargo, aquellos organismos sin defensa contra enfermedades comunes en tierra firme murieron en masa víctimas de sarampión, viruela o influenza.
Y aunque birmanos, británicos y japoneses ocuparon las islas en distintas épocas, nadie pudo con los sentineleses, sobrevivientes a prueba de todo, incluso del tsunami de 2004, que sembró muerte y destrucción a su paso por el Océano Índico.
Desde que Maurice Vidal Portman desembarcó en North Sentinel en 1879, muchos e infructuosos han sido los intentos de conocer a sus ariscos habitantes. El entonces administrador británico capturó a una pareja de ancianos, que no tardó en morir al llegar a Port Blair.
En 1967, las autoridades hindúes iniciaron un programa de contacto progresivo con los sentineleses, sin mucho éxito. Por su parte, los isleños atacaron en 1974 al equipo que filmaba el documental Man in Search of Man, cuyo director acabó con un flechazo en un muslo. Desde ese incidente los intentos de acercamiento han sido más esporádicos, hasta su suspensión hace dos décadas, tras el amargo precedente de los casi extintos y alcoholizados Jarawa.
Según un censo realizado desde un helicóptero en 2001, la población de la isla era de unos 40 habitantes, aunque las autoridades reconocen que muchos más podrían permanecer escondidos en la jungla. Al final el gobierno de la India estimó que lo más sensato era olvidarse de los sentineleses quienes, en resumen, tampoco querían que nadie se acordara de ellos.
Fuente: https://es-us.noticias.yahoo.com