Montevideo, Uruguay. Residentes en Latinoamérica siguen con espanto las tenebrosas cifras del crimen, sin advertir que un peligro no menor acecha las calles: en la mayoría de sus países, es más probable morir en un accidente de tránsito que de cualquier otra cosa.
En Latinoamérica, con frecuencia las luces de cruce son decorativas, los límites de velocidad son meras sugerencias, la prioridad del peatón es una quimera y los semáforos rojos pueden ser ignorados porque supuestamente convierten al conductor en blanco fácil del crimen.
Y este caos no sale gratis. En 2013, 16 de cada 100.000 habitantes de la región murieron por accidentes de tránsito, según la Federación Internacional del Automóvil (FIA).
Esta misma semana, un choque entre un autobús y un camión que invadía la pista contraria dejó diez muertos en Sao Paulo.
La cifra más alarmante la ostenta República Dominicana, donde 41,7 personas cada 100.000 mueren por accidentes de tránsito, de acuerdo a un conteo de la OMS. Como referencia, en Estados Unidos fallecen 4,7.
Las causas del problema son el desdén a las normas, la cantidad de motocicletas y… la idiosincrasia: «¿Para qué el casco si hace calor?», se preguntaba retóricamente Leandro Perillo, alto responsable de la FIA, en una entrevista reciente a la AFP.
La idiosincrasia no es un hecho menor en un subcontinente cuya cultura popular asegura que alguien ebrio conduce mejor «porque tiene más control», como canta con ironía el salsero panameño Rubén Blades.
– Problema de idiosincrasia –
«¡Mootoo-taxi!», gritan los mototaxistas de Caracas que circulan por todas partes como una manada de caballos. Familias enteras pueden viajar en moto en esta ciudad colapsada por el tráfico, a veces hasta con maletas y por supuesto sin cascos.
Resultado: los motorizados representan 25,73% de las muertes por tránsito en Venezuela, según el Observatorio de Seguridad Vial.
Si se comparan estos números con las víctimas de homicidio que publica la ONU, muchas naciones latinoamericanas sufren más por el tránsito que por el crimen, que sin embargo suele ser citado como la principal preocupación de la población.
En Uruguay «es más probable que salgas al trabajo desde tu casa y no vuelvas por un hecho de tránsito que por una rapiña o un homicidio», dijo a la AFP Pablo Inthamoussu, secretario ejecutivo de la Unidad Nacional de Seguridad Vial.
En este país, 21,5 de cada 100.000 personas fallecen al año en accidentes viales y 7,9 por homicidios. No obstante, casi cuatro de cada diez uruguayos cita la inseguridad como el principal problema de su sociedad, según el último informe de Latinobarómetro.
«La población no tiene la real dimensión del problema que está enfrentando. La seguridad vial no está integrada al concepto de inseguridad», añadió Inthamoussu.
Fenómenos similares ocurren en Brasil, el Cono Sur y los países andinos. Las naciones cuyos índices de homicidios superan los de fallecidos en accidentes de tránsito son minoría: México, Colombia, Venezuela y los países centroamericanos, excepto Costa Rica y Nicaragua.
Las leyes existen, pero es difícil imponerlas. Cuba, Perú, Colombia y Uruguay están entre los que buscan más agresivamente hacer respetar las normas y educar a la población, ya sea con la imposición de sanciones, la reducción de la tolerancia al alcohol o la creación de cuerpos de policías de tránsito especializados.
– Rutas montañosas, autos de los 50 –
En Montevideo, un taxi dobla a la derecha sin reducir la velocidad y casi atropella a una mujer. «Mirá, cree que la calle es de ella», suelta el chofer.
En Lima, los autobuses viajan a velocidades temerarias. La cocinera Victoria Aguilar da fe: «Subo con miedo porque un montón de veces han chocado. Una vez todos los pasajeros nos fuimos al piso por una frenada», dice a la AFP.
También es vox populi la cantidad de vehículos que caen de abismos en las bellas pero mal mantenidas rutas de las montañas andinas.
Y Argentina no se queda atrás. Los accidentes de tránsito son la primera causa de muerte en gente de entre 1 y 32 años. «Ninguna guerra, ni catástrofe o desastre natural ha producido semejante tragedia», dice a la AFP Alberto Silveira, presidente de la ONG Luchemos por la Vida.
Cuba comparte este cóctel, adobado con su sabor peculiar: gran parte de su parque automotor son Ladas y Moskvitchs de la era soviética, o clásicos estadounidenses de los años 50. Ilustran la postal más característica de La Habana, pero son vehículos carcomidos por el óxido y el salitre y con crónicos problemas de frenos y dirección.