La ola migratoria que desde el año 1990 ubicaba a los dominicanos como principal grupo extranjero entrando a Puerto Rico cambió, y ahora es Haití el país de procedencia de los que llegan por el Mar Caribe. El cambio migratorio, que se comenzó a percibir con el aumento de haitianos capturados por autoridades del gobierno de Estados Unidos en 2012, dos años después del terremoto que devastó el país antillano, se marcó en 2013 con un alza de un 434%. Ese año, fue aprobada la legislación que retira la ciudadanía a miles de ciudadanos dominicanos hijos de inmigrantes haitianos.


Pasaron dos días antes de que la Guardia Costera de los Estados Unidos se diera cuenta de que Frederick Jean se las arreglaba para sobrevivir junto a 25 inmigrantes en isla de Mona, un pedazo de tierra deshabitada, semidesierta, más cerca de la República Dominicana pero perteneciente a Puerto Rico. Eso fue hace casi un año, cuando Jean emprendió su viaje para escapar del desastre de un pueblo que quedó con más de un 80% de su infraestructura en ruinas, luego de ser escenario del epicentro del terremoto que impactó a su país el 12 de enero de 2010. Léogâne es el nombre de ese pueblo, una comuna litoral del Departamento de Ouest en Haití, a 18 minutos de la capital, Puerto Príncipe.



En esa comuna viven sus cinco hijos y fue por ellos que Jean emprendió su viaje, porque “los zapatos les debo”, dijo en un español atravesado por su idioma, creole, mientras se quitaba una chancleta para dejar claro que sus hijos andan descalzos y no podía enviarlos a la escuela. Está sentado junto a una mesa pequeña donde hay un plato de arroz negro, en un cuarto amplio pero sin ventanas en los laterales ni en el fondo, donde hay un pequeño televisor. Narra su historia con ayuda de un traductor, el padre haitiano Olin Pierre Louis, párroco de la Iglesia San Mateo en Santurce.

Desde que Jean llegó a Puerto Rico, después de pasar dos días en isla de Mona, San Juan es su ciudad y la parroquia San Mateo su refugio, donde están las únicas personas que conoce en este país y que hablan creole. Debe tener entre 35 y 40 años, pero con una sonrisa burlona dice que tiene 25. No sabe leer ni escribir, no habla español ni inglés, pero aun así trabaja en “chiripas”, trabajos manuales que obtiene de forma irregular. Cuando puede, envía dinero para su familia en Haití a través de la compañía de valores Western Union.



Su viaje duró cinco días desde que cruzó la frontera hacia República Dominicana y desde ahí zarpó hacia Puerto Rico. Afuera del cuarto que le prestan en la planta baja de la parroquia, hay un asta con una bandera de Estados Unidos; la próxima parada de Jean, según su plan, será Miami, Florida, donde viven algunos de sus amigos y compatriotas.

Junto a Jean hay cuatro haitianos que viven en la parroquia San Mateo, pero han sido 50, 60 o 100. Llegan de un golpe y sin nada, algunos con uniforme de reo que le dan las autoridades federales que se encargan del proceso burocrático al que son sometidos los inmigrantes: registro de huellas dactilares, nombre, fecha, verificación de antecedentes, fotografía, etcétera.

Desde que el terremoto estremeció a Haití en 2010, el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos concedió a los haitianos un estatus especial de “ciudadanos protegidos temporalmente”, que los protege de ser deportados si logran llegar a tierra; si son interceptados en alta mar, son repatriados. El estatus se extiende hasta el 22 de junio de 2016.

El padre Pierre Louis los acoge y además de refugio les da ropa y comida. Estima que en el último año recibió cerca de 600 inmigrantes haitianos. En la parroquia se quedaron alrededor de 20. Luego consiguieron trabajo en construcción o pintando casas y se mudaron a apartamentos en el área de Santurce. El resto emigró a Estados Unidos o a Canadá, otro destino que por cercanía idiomática anhelan los haitianos.

Son parte de una nueva ola de inmigrantes que en los últimos dos años superó a la tradicional inmigración dominicana que por décadas ha surcado el mar en dirección a Puerto Rico, según las últimas estadísticas de la Guardia Costera de Estados Unidos y la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP en inglés).

La cantidad de inmigrantes haitianos procesados por el CBP, entre los años fiscales 2003 al 2011, oscilaba entre 2 y 43. Pero ya en 2012, procesaron a 111; en 2013 a 593; y al cierre del año fiscal en octubre de 2014 habían procesado a 732 inmigrantes de nacionalidad haitiana.

Aunque para 2012 se notó un aumento significativo de haitianos entrando a Puerto Rico, es en 2013, tres años después del terremoto, cuando la subida sobrepasa la entrada de dominicanos. Ese mismo año, el Tribunal Constitucional de la República Dominicana ordenó retirar la ciudadanía a miles de ciudadanos dominicanos hijos de inmigrantes haitianos. La sentencia del Tribunal, fue condenada por la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos.

Brasil: el sueño de los haitianos

Hay grupos de dominicanos-haitianos que llevan mucho tiempo viviendo en República Dominicana o que nacieron allí, y saben hablar más español que creole, explicó Paul Latortue, haitiano y profesor de la Facultad de Administración de Empresas en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Latortue señaló que muchas veces los haitianos no son bien recibidos en República Dominicana. Sin embargo, “cuando llegan a Puerto Rico, se mezclan con la comunidad dominicana y ‘nadan’ mejor con ellos”.

También hay un grupo de haitianos que aprendieron a usar la ciudad de Higüey (al este de Santo Domingo) como una ruta más fácil para llegar a Puerto Rico, aseguró Latortue. “Los haitianos no sabían de esta ruta, antes iban directamente a Miami. Los dominicanos sí la conocían y se la enseñan a los haitianos. Así llegar aquí desde Santo Domingo es más cerca que llegar a Estados Unidos”, añadió Pierre Louis.

La mayoría de los haitianos son abandonados por traficantes de personas en las islas de Monito o Mona, al oeste de Puerto Rico, como sucedió con Frederick Jean. Allí, si tienen suerte, son rescatados por la Guardia Costera. Una vez en la isla grande, agentes del CBP toman la información personal y las huellas dactilares en la base Ramey de Aguadilla. El Servicio de Inmigración y Aduana (ICE en inglés) verifica sus antecedentes y luego son trasladados al Centro de Detención Federal en Guaynabo, donde las autoridades contactan al párroco Pierre Louis y éste los lleva a la iglesia San Mateo en Santurce.

“Me llaman y me dicen, ‘¿Padre, qué puede usted hacer?’. Yo voy a buscarlos, traduzco para ellos, y los traigo aquí (a la iglesia)”.

Traficantes merodean la frontera en Quisqueya

En el año fiscal 2013, de las 191 personas interceptadas en alta mar por la Guardia Costera tratando de llegar a Puerto Rico, 134 eran haitianas, 51 dominicanas y 6 venezolanas. En 2014, de 600 personas interceptadas en alta mar 405 eran haitianas, 180 dominicanas y 15 cubanas. Es decir, hubo un aumento de 409 inmigrantes interceptados. Los datos sobre años fiscales anteriores al 2013 fueron solicitados por el Centro de Periodismo Investigativo durante casi un mes a Ricardo Castrodad, portavoz de prensa de la Guardia Costera en Puerto Rico, y a Marilyn Fajardo, portavoz de prensa del agencia en Miami, pero nunca fueron suministrados.

“Se está dando un mayor tráfico en la frontera, donde hay grupos organizados de dominicanos y haitianos que se dedican al tráfico de personas aprovechándose de la crisis de Haití”, explicó vía telefónica desde Santo Domingo José Luis Soto, periodista fundador de Espacio Insular, una organización no gubernamental que trabaja como medio independiente a la vez que atiende las relaciones entre Haití y República Dominicana desde la perspectiva de los derechos humanos.

“En Haití hay personas que son engañadas y venden su propiedad para emplear ese dinero en llegar a República Dominicana con la esperanza de llegar a Puerto Rico. Se quedan temporalmente en localidades como San Pedro de Macorís, La Romana o Higüey, de donde suelen salir embarcaciones a Puerto Rico. Es un negocio organizado; son bandas que incentivan los viajes”, apuntó el periodista, quien lleva 25 años ejerciendo esa profesión en República Dominicana.

Haitianos también buscan su visa para un sueño

Padre Olin Pierre Louis, única persona que acoge y da refugio a los inmigrantes haitianos en Puerto Rico.

El padre Olin Pierre Louis lleva 14 años viviendo en Puerto Rico. Vivía en Jérémie, comuna y ciudad capital del Departamento Grand’Anse, al suroeste de Haití. “Aunque de lo único que se habla es de la pobreza, Haití tiene muchas cosas lindas, muchas playas bonitas. Pero solo hay un grupo, un 20% que acapara todo mientras el pueblo está pasando miseria. Por eso las personas tienen que huir, especialmente los jóvenes que no tienen una muy buena educación. Uno que tiene un bachillerato no puede competir con uno que tiene un doctorado. Los ricos mandan a sus hijos a estudiar en Francia, cuando regresan son ellos quienes controlan el país”.

Los inmigrantes haitianos, como todo ser humano, lo que buscan es lo más básico, la felicidad, afirmó Pierre Louis.

«Si en tu casa no hay esta felicidad tienes que ir afuera a buscarla, igual que hacen los puertorriqueños cuando se van a Estados Unidos. Muchos haitianos quisieran vivir en Haití porque allí están feliz. Pero, la situación económica, con gente muriendo de hambre, no pueden pagar casa, sus hijos no van a la escuela y cuando uno ve eso tiene que huir y buscar la manera de tener una mejor vida».

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Orden ejecutiva de Obama: sana pero no cura la herida de la criminalización de inmigrantes

El presidente Barack Obama firmó hace unas semanas la denominada “Acción Ejecutiva en Responsabilidad por la Inmigración”, un decreto que dará un permiso de residencia y trabajo con vigencia de tres años a alrededor de cinco millones de inmigrantes que cumplan con ciertos requisitos.

La Orden Ejecutiva “protege de la deportación a millones de inmigrantes, agiliza los procesos ante las cortes de inmigración y facilita el proceso migratorio para los familiares de los residentes legales”, explicó Sheila I. Vélez Martínez, catedrática auxiliar en la Clínica Legal de Inmigración de la Escuela de Derecho de la Universidad de Pittsburgh, en 80grados.

Vélez Martínez señaló que la Orden Ejecutiva “es ciertamente bienvenida, pero no es de manera alguna suficiente. Se aleja mucho de la necesaria reforma migratoria que se necesita para lograr una política migratoria humanitaria, inclusiva y progresista”.

Con ella coincide el padre Pierre Louis, quien comentó que Obama «ha querido sanar la herida pero no curarla. Porque un papel humanitario, pero solo por un tiempo, no es seguro, no es definitivo. Cuatro o cinco años… y después es estar en el limbo otra vez. Lo que estaban esperando los inmigrantes es residencia o nacionalidad”.

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Por Joel Cintrón Arbasetti / Claridadpuertorico