María Montez: La película”, luce tabla de plancha
Y sí, claro, la película, porque no va a ser la estrella que ya está muerta y enterrada desde hace más de 50 añejos. Y lo de “tabla de plancha”, piensen: una tabla para planchar es una superficie lisa, suave, tersa, porque si tiene irregularidades esas pueden causar arrugas a la ropita, ¿no?
Perfecta la definición. Pero, ¿qué tiene eso que ver con la peli? Pues que usted se sienta, comienza a verla y puede pasarse lo que dura, más o menos una hora y media, sin mover un músculo.
¿Por qué? Pues porque el desarrollo de la historia es como la mencionada tabla: no tiene nada que no sea lo mismo, no hay momentos en los cuales usted respinga por la emoción, se sorprende por lo que hace o deja de hacer la diva, se agita porque hay algo que sucede que le parece inconveniente o diferente y, así, cuando llega el final, es muy probable que, como a lo mejor no conoce la biografía de la famosa, diga algo como, “ay, qué pena, se murió del corazón” aunque, si ya sabe algo, si le han hablado del asunto o ha leído detalles sobre la Montez, a lo mejor respinga por vez primera y sospeche que le están metiendo gato por liebre.
Porque esta historieta parece un cuenta de hadas pero sin brujas: la vida de la María es tan limpia y tersa como la tabla mentada y casi como la de su tocaya, la del Nuevo Testamento. ¿Tropiezos? A lo mejor tener un padre que es un troglodita y arma un escándalo porque la niña está bailando merengue frente a un grupo de la familia y amigos. Pero luego, para su suerte, el ogro se convierte en el mejor padre del mundo por arte no de magia sino de guionistas. Que ella llegó a trepar por la escalera del triunfo gracias a eso que vemos en la escena en la que ella habla por radio (la emisora estaba en la habitación de al lado del teatro) donde hace un cuento triste y todos se lo creen y hablan de que tienen en el teatro a una “famosa actriz de Hollywood”, no se lo cree ni Santa Claus.
Pero no importa si usted cree o no esta versión de la vida pura y limpia de María, lo que importa ahora es que hablamos de una película, y una película responde a los elementos propios del lenguaje cinematográfico, y, dejando aparte elementos de la producción, que es lo más cuidado de todo el metraje, ni la fotografía, ni la musicalización y muchísimo menos la edición poseen visos de calidad.
Y, si a eso añadimos la voz de la diva (la de ahora, la Celinés), que no es como para alabarla, y sus carantoñas cuando trata con uno de sus tantos amantes… pero, se nos chispoteó, que ella no tuvo amantes sino amantes maridos, entonces completamos un cuadro no demasiado estimulante. Mejores están Cuquín Victoria, aunque su personaje sea tal vez el más inverosímil, y la niña Paula Sánchez Ferry, la María joven.
Esperamos la parte dos para completar la historia… real.
Por Armando Almanzar Listindiario.com