Recordaré con emoción esa escena en la que un envejecido Bilbo Bolsón (Ian Holmya en lugar de Martin Freeman), que se ha pasado años rememorando sus andanzas con la Compañía de enanos, ve rota su rutina diaria para acudir entusiasmado a abrir la puerta a su amigo el mago Gandalf (Ian McKellen). Ha sido el final de un largo, larguísimo viaje y el enlace con lo que sería El señor de los anillos, cuando empezó todo, hace 13 años.

A estas alturas todos sabemos que la adaptación de las novelas de Tolkien a cargo del neozelandés Peter Jackson ha traspasado la frontera de película. El logro que supuso, cinematográfica y narrativamente, a nivel de efectos visuales, la trilogía de El señor de los anillos adaptando lo “inadaptable” le ha otorgado a Jackson y a todo el universo de la Tierra Media una credibilidad y un status supremo que trasciende su condición fílmica. En otras palabras, el gran mérito de Peter Jackson, y todo su equipo técnico y artístico, ha sido el de, a pesar de recurrir a una obra no propia, equiparar ese fenómeno literario sin parangón que ha estimulado la imaginación y pasión de tantos lectores, y jugadores de rol, durante generaciones al terreno audiovisual.



Las tres películas basadas en El Hobbit no están a la altura de ESDLA. Está de más decir que ya no sorprenden, que se han alargado excesivamente teniendo en cuenta el material del que partían. Pero ello no es obstáculo para restarle méritos. El Hobbit, versión película, está pensada y hecha para sus millones de seguidores. Un serial cinematográfico en el que tampoco importa si pueda estar “alargado” o no en sus pasajes, secuencias o con la inclusión de nuevos personajes; y donde incluso se le permite inventarse subtramas que no conducen a nada nuevo, como el romance entre la elfa Tauriel (Evangeline Lilly) y el enano guapo Kili (Aidan Turner). Se entiende que los fans de la saga no les “importe” tener más y más, recrearse con las reproducciones de las armas, los ropajes y armaduras élficas o los (des)peinados de los enanos, y seguir en el universo de la Tierra Media y sus personajes el máximo de tiempo posible. Está diseñada para celebración de sus fans. Para ellos es una cita indispensable y una película excelente. Es “su tesoro”, y les daría igual si en lugar de 3 películas hubieran sido 6 ó 15.

Para el resto, o para mí mismo, El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos quizá sea un pasable entretenimiento, una aventura tan digitalizada que incluso condiciona su fotografía, el color y la textura de toda esa Tierra Media,el deber ir “superando” el relleno que supone todo lo que va desde las escenas iniciales con el dragón Smaug atacando Ciudad del Lago, hasta los cuarenta y cinco minutos de la gran batalla entre los ejércitos de enanos, humanos y elfos, por un bando, y el de orcos (trasgos) y huargos, por el otro. Luego, una de sus últimas escenas, y de las mejores, con Gandalf preparándose su pipa junto a Bilbo, o esa encantadora escena final. Después, títulos de crédito al son y homenaje de la canción The Last Goodbye del escocés Billy Boyd, quien fuera Pippin en ESDLA.



Por cierto, un comedido y valioso trabajo de interpretación por parte de Martin Freeman, aunque aquí sea apenas un secundario, un personaje testimonial con sus momentos claves, supeditado al carisma de Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage) o Bardo el arquero (Luke Evans).

Y les digo que de aquí a 10 años, Peter Jackson volverá a la Tierra Media. Será con El SilmarillionLos hijos de Húrin (si los herederos de Tolkien ceden y lo permiten), o tal vez una historia original que transcurra entre El Hobbit y El señor de los anillos. Y con ello volverá a sonar triunfal, épica y también nostálgica la música de Howard Shore. Y será nuevamente una trilogía, y cada una de las 3 películas durará por lo menos dos horas y media. Y será un emotivo reencuentro y toda una fiesta para los fans. El resto también estaremos invitados y quizá sí, tal vez no, aceptemos acudir al banquete, informa 20 minutos, en su portal.