Por Raúl Amiama
Momentos antes de escribir estas breves palabras, tomaba una copa de vino en la serenidad de mi hogar buscando abolir un poco el estrés laboral de la semana, y llegaban tantos pensamientos de esperanza, alegría, tristeza mientras mis oídos apenas escuchaban remotamente las voces inocentes de mis hijos, era como bucear dentro de mi mente. Observaba muy detenidamente la copa invadida con ese néctar mágico que aún trata de suprimir la fatiga, y me doy cuenta que el común dentro de todos aquellos destellos en mi cabeza era el concepto y trascendencia de un líder, el cual a mi entender, más que una persona que desarrolla determinadas aptitudes, es una forma de vida, una rutina que deberíamos adoptar.
Un líder es más que un simple guía o generador de entusiasmo, es un arquitecto del destino. El alcance de esas habilidades es tan amplio y complejo que pudiera poner en peligro todo un proyecto de vida, inclusive el mismo líder si no sabe canalizar y utilizar ese grandioso valor, y quizás le pueda resultar extraño que llame valor al liderazgo, pero estoy convencido que no es una competencia que tengas que adquirir en tu adultez, es una valentía que tiene que ser enseñada en la niñez. Como padres tenemos que adiestrar a los hijos inteligentemente, no es simplemente mostrarle que sacar buenas calificaciones, comportarse debidamente y ser respetuoso es su rol como el “menor de la casa”, es lograr que sean capaces de educar a los demás. La mayoría de nuestros niños llevan a cabo esas actividades por respeto o temor, mostrarle el por qué esas cosas son importantes es donde marca la diferencia.
Ser más líder y menos padre, es la clave, pensaba mientras aún veía como el vino desaceleraba muy lentamente su movimiento circular dentro de aquella copa, agitado para seguir venciendo por su olor que ascendía el agotamiento de mi inseparable amigo, el lunes a viernes. Al final la pregunta insistente e infantil de uno de mis vástagos me despierta de aquel viaje por la copa, que aún me acompaña justo a mi derecha.