Por Jhonathan Pichardo
Los tiempos de cuaresma, han sido tradicionalmente de reflexión y meditación. Aunque en muchos países, especialmente en la República Dominicana, estas tradiciones han perdido su naturalidad o valor de ser. Convirtiéndose en algo de poco interés, que al final, terminan siendo marginadas o de poco-denotar en la sociedad.
Por consiguiente, la Semana Santa es un ejemplo de ello. En ciertas comunidades y sectores no se ha perdido su total importancia, un determinado grupo de personas viven esta semana entre la meditación (yendo a la iglesia o no saliendo de sus hogares, etc.) y la confluencia entre los familiares y amigos, para otros, la semana mayor es pretexto para continuar con la «rumba». Dado que, familias a provechan el espacio para sus actividades profanas, evidentemente, llegando a un punto de alienar y enajenar a los restantes miembros de la misma. Estos se verán en tela de juicio por el hecho de no tener un supuesto: «sentido común», justificando que viven una semana —o vida— muy triste, aburrida y monótona que resulta estresante el simple hecho de pensar en ella.
A pesar de que, sentido común, según la definición de Yash, Hipat Roses e Imeld es: «el don provisto para saber distinguir todo lo que nos rodea: el bien, el mal, la razón y la ignorancia”. Todo esto objeto de la voluntad que debemos tener a beneficio de todos los ciudadanos. Llegando a este punto, podemos decir que la familia es la incubadora de los famosos «huevos de oro», pues, la constitución dominicana en el artículo. 55 dice:»La familia es el fundamento de la sociedad y el espacio básico para el desarrollo integral de las personas». Por lo tanto, aun los padres separados o divorciados se ven en la obligación de no rehuir a sus responsabilidades las cuales se establecen, de forma objetiva, en la carta magna, «…criar, formar, educar (..) dar seguridad a sus hijos e hijas…». Lo dicho hasta aquí supone que, es necesario fomentar valores humanos, tales como: pertenencia, respeto, responsabilidad, y la más esencial, tradición.
Las tradiciones y las buenas costumbres familiares, son en mi opinión la parte significativa, debido a los principios y fundamentos socio-cultuales que conglomeran. Claro, son simples, sin muchos gastos materiales o de recursos humanos: Tomar café, vino, conversar con el primo o amigo sobre sus proyectos a corto y a largo plazo; mientras esperamos las famosas habichuelas con dulces.
Es probable que, al parecer, estas costumbres pasaran hacer algo esotérico debido a que en la antigüedad el saber y las buenas costumbres era reservada a las clases sociales con investidura. En la época actual, los padres se deben de encargar tanto de lo interno como en lo externo para transmitir ese conocimiento el cual llevara a florecer los ejes simbólicos; procurando, que perduren y sea de provecho para las generaciones venideras, motivando a que nunca se desvanezcan esos valores históricos que caracterizaron —como personas de bien social — a nuestros progenitores.
En conclusión, solamente ellos tendrán la responsabilidad de disciplinar y orientar. En una labor paterna-materna, que le dará a sus hijos interpretación y comprensión de las diferentes etnias culturales de nuestra sociedad. Con el paso del tiempo los integrantes irán adquiriendo conciencia para asimilar aquello que los rodea, teniendo sentido común: de lo bueno, lo malo, con una guía de sensibilidad social.
La cuaresma a pasado, nos queda continuar y trabajando por el presente, a sabiendas que con este iremos construyendo de forma evolutiva las herramientas que nos permitirán forjar el famoso destino, llamado «futuro». ¡Vamos! llenemos nuestros hogares y corazones de paz y alegría; porque al final, la vida trata de esto: ser feliz, por, con y para los demás. Hasta aquí, esperando que para la próxima semana mayor estemos fuertes y capaces en las tradiciones y vías de comunicación que nos simbolizaran.