¡Las grasas son muchas veces imprescindibles! Sin sal no hay sopa que valga, por no hablar de los magníficos efectos que puede tener una cerveza después del trabajo. La buena noticia es que la clave no está en dejar de lado las grasas, la sal, el azúcar y el alcohol, sino en consumirlos con moderación. ¿Por qué? A continuación la explicación.
GRASAS
Quienes consumen muchas grasas ponen en riesgo su hígado porque promueven el almacenamiento de las grasas en las células. El consumo desmedido puede derivar en una esteatosis hepática, también conocida como hígado graso, que con el tiempo se puede infectar. Dado que muchas personas no saben que tienen un hígado graso, se recomienda consultar con regularidad al médico y controlar los valores hepáticos. Muchas enfermedades hepáticas pueden transformarse en una cirrosis o en un carcinoma hepatocelular si no se las controla.
Y eso no es todo. El consumo excesivo puede generar sobrepeso, que a su vez aumenta el riesgo de muchas enfermedades. Quien ingiere demasiados ácidos grasos saturados se expone a sufrir una alteración del metabolismo de los lípidos, que puede conllevar a su vez enfermedades cardiovasculares.
La mayor parte de la ingesta de grasas diarias está en el consumo de manteca, margarina y aceites, que suele representar un 31 por ciento. A eso se suma un 30 por ciento a través de la carne y un 14 por ciento a través de productos lácteos.
Pero declarar la grasa como algo prohibido no sería correcto, porque los ácidos grasos también tienen una función vital, como por ejemplo servir como portadores de vitaminas que son solubles en cuerpos grasos. Lo que sí se recomienda es consumir ácidos grasos no saturados, tal como se presentan en las grasas vegetales y los pescados y, en lugar de comer grasas animales (embutidos, manteca), ingerir grasas vegetales, que además tendrán un efecto positivo en los valores del colesterol. Según los especialistas, basta con ingerir entre 60 y 80 gramos de grasas por día.
AZÚCAR
El azúcar y el almidón son catalogados como carbohidratos y el cuerpo los necesita como fuente de energía. No obstante, el consumo en demasía puede generar sobrepeso. Es particularmente delicado el consumo de bebidas azucaradas porque, fuera del azúcar, no suelen contener ningún otro tipo de nutrientes, con lo cual alientan el sobrepeso y aumentan el riesgo de una diabetes de tipo dos.
Además, si bien los carbohidratos son indispensables para el cuerpo, el azúcar no lo es, con lo cual bien se podría prescindir de los endulzantes como la miel y los jugos de frutas a la hora de saborizar bebidas o comidas. Con alterar unas pocas costumbres todo puede cambiar para mejor. Muchos optan por la fruta fresca en lugar de las conservas o le ponen cacao a la leche en lugar de comprar leche chocolatada ya preparada. El yogur casero con frutas también es mejor que el yogur comprado. De ese modo es posible evitar el consumo de azúcar en un 70 por ciento.
Quien quiera prestarle atención a este aspecto al hacer sus compras sólo deberá leer la información que suelen ofrecer los paquetes. Es importante tener en cuenta que, además de lo indicado bajo «azúcar», los azúcares de la fruta o los añadidos endulzantes también forman parte de dicho valor. Algunas de las sustancias que entran en esta categoría son la dextrosa, la fructosa, la glucosa y la sacarosa. Y las frutas secas, las pepitas de chocolate o el puré de frutas también aumentan por supuesto el contenido de azúcar de un producto.
Para terminar, cabe apuntar que consumir demasiado azúcar también es malo para los dientes. Para evitar el riesgo de sufrir caries se puede recurrir a endulzantes alternativos. La Organización Mundial de la Salud recomienda para adultos un consumo no superior a los 50-60 gramos de azúcar por día.
SAL
La sal genera un aumento de la presión, que a su vez es un factor de riesgo de derrame cerebral. Se dice que lo saludable es ingerir entre 3 y 6 gramos de sal por día. Si la cifra es en cambio de 10 gramos diarios, el riesgo de sufrir un derrame a lo largo del tiempo aumenta en un 25 por ciento.
Pero no es cuestión de obviar la sal por completo. ¡Es de una necesidad vital para nuestro cuerpo! Entre otras cosas, el sodio que contiene protege las células, regula el equilibrio hídrico, el metabolismo y la circulación de la sangre.
Para ponerle coto al consumo de sal es mejor no comer productos preparados. Al cocinar uno mismo, se es más consciente de cuánta sal se está utilizando. También es bueno evitar ponerle sal a la comida una vez lista. Una alternativa para darle más sabor a los platos es condimentar con hierbas, pimienta o pequeñas cantidades de ají.
ALCOHOL
Al hablar de alcohol, reaparece el tema del hígado. Pero además del hígado, el consumo regular de alcohol afecta la capacidad muscular, daña nervios y otros órganos como el páncreas y favorece la aparición del sobrepeso. También puede llevar en casos extremos a trastornos psíquicos y cánceres. Según algunos valores de referencia, la medida máxima estaría en 20 gramos de alcohol diarios para hombres sanos y 10 gramos para mujeres sanas. De todos modos, no se recomienda beber todos los días esa cantidad.
La relación que tienen los padres con la bebida marca mucho el comportamiento posterior de sus hijos. Si por ejemplo ven que beber alcohol es parte del «relax» luego del trabajo o un elemento infaltable del «tiempo libre», ellos también adquirirán esos rituales. Resulta particularmente problemático que los padres beban alcohol cuando están estresados, viendo en el vino o la cerveza una herramienta de distensión. Así lo advierten asociaciones de psiquiatría juvenil e infantil.
Fuente: menshealthlatam.com