Un hombre y una mujer, frente a frente, en un bar del norte de Londres. Una luz tenue, velas, cervezas y una música lánguida… Tienen 90 segundos para explicárselo todo. Sin hablarse, sólo con la mirada.
Londres es una ciudad insaciable cuyos habitantes aman por encima de todo reinventar la noche, la fiesta, los encuentros, las relaciones, los momentos de ebriedad. ¿Por qué no, entonces, una velada sin pronunciar una palabra?
Adam Taffler, actor y empresario cultural, tuvo la idea durante un viaje a Australia. «Hablábamos regularmente por teléfono con mi novia, y al final de nuestras charlas nos callábamos un momento para escuchar nuestras respiraciones», explicó.
«Era tan íntimo que nos dijimos que habría que organizar encuentros donde, más que hablarse, la gente se mirara a los ojos», añadió Taffler, con traje oscuro, camiseta blanca de cuello redondo, y barba negra coronada por un bigote espeso de forma daliniana.
La idea, añade, es recuperar un poco de naturalidad en un mundo en el que la palabra sirve a menudo para disimular nuestra personalidad, sea por timidez o de manera calculada.
«Con las palabras introducimos una cierta percepción de nosotros mismos. La idea es dejarlas de lado, porque los ojos no mienten», agregó.
– El lenguaje corporal –
La velada, bautizada como «Shhh dating» (contactos silenciosos), tiene lugar en el sótano de la escuela de danza Farr’s, en un bar a la antigua situado en Dalston, un barrio de moda en el norte de la capital británica.
El decorado es intencionalmente anticuado, con sofás rojos de cuero falso, una barra acolchada con material naranja, todo muy de los años 1970.
Jason Ribeiro, de 33 años, vino directamente del trabajo. «Siento curiosidad por ver cómo irá sin hablarse, habrá que compensarlo de una manera u otra», explica este diseñador gráfico que sostiene que sin bla bla bla, hay menos presión.
Son 30 en total, 15 hombre y 15 mujeres. Están en la treintena y han venido a divertirse, pero también a encontrar un alma gemela, algo que, dicen, no es fácil en Londres, pese a sus 8,6 millones de habitantes. «La gente tiende a recluirse en sus círculos», constata Adrian Law, otro participante.
A las 19H00, Taffler da el pistoletazo de salida y advierte: «¡boca cerrada, hasta el final!».
Para romper el hielo, los participantes se dan la mano y, a falta de hablar, acentúan los gestos, las sonrisas.
– Sonrisas cómplices… o incómodas –
Luego empiezan una serie de juegos. Al sonido de la canción disco «Kung Fu Fighting», de Carl Douglas, hay que intentar tocarse imitando los golpes de kárate.
Las cosas serias empiezan en la segunda parte de la velada. Taffler pide la balada «To build a home», del grupo británico Cinematic Orchestra. Los participantes se encuentran cara a cara durante 90 segundos.
Lucie, una profesora de largos cabellos negros, está sentada frente a un hombre que posa las manos en sus rodillas. Ella baja la frente, antes de sumergirse en la mirada de su pareja. La mirada de la mujer es dulce y frágil.
«Sentimos una proximidad que no se siente cuando estás hablando con alguien que trata de impresionarte», explicó luego.
Más allá está India, una rubia escultural. Su interlocutor está asombrado, y su mirada es una mezcla de admiración y deseo, que acaba en un suspiro cuando la campana anuncia el cambio de pareja.
90 segundos, es poco. Pero a veces son muy largos cuando no hay complicidad. En ese caso algún rostro se tensa, las miradas tienden a esquivarse y las sonrisas son forzadas.
Al final de la velada, los participantes, satisfechos en conjunto por la experiencia, anotan en una hoja los nombres de las parejas a las que querrían volver a ver.