Mis amigas brasileras, con sus campañas contra el racismo en Brasilia, me han suscitado un debate sobre ciertas formas de la discriminación por raza o color, que nosotros hemos naturalizado en nuestro contexto nacional.
Se trata de un debate localizado, sobre la idea de criticar la producción estética de ciertos estereotipos de belleza, que ponen a las personas de pelo apreta’o, ñongo, u 8.888 en el espectro de la fealdad, lo horroroso, lo menos simpático; derivando todo esto, en un proceso de estiramiento del pelo que sintetiza a su vez una idea sobre el racismo estructural sobre la cual casi no hablamos, minimizando los impactos de otras formas más agresivas de discriminación y blanqueando con Límpido JGB una estética negra que no es de naturaleza blanca y que se opone en folículo piloso a la expresión lisa del sujeto caucásico.
Una retahíla larga para decir lo que alguna vez escuché de una manera más simple: “estas negras tiene las ideas alisadas, igual que el pelo”
Algunas cosas que decimos, en la dimensión política del discurso, expresan el estereotipo en su máxima expresión; esas cosas que decimos están impregnadas de un claro carácter subjetivo y en ellas se exhibe nuestra percepción sobre las expresiones estéticas de los otros.
Con estos prejuicios y preconceptos debato cuando veo mi mundo. Pensando sobre todo en ese rezago histórico que los tiempos nos han ido dejando en forma de racismo. Un racismo que practicamos de una forma tan estructural, que aquí, en esta realidad socialmente compartida por los colombianos, los mismos negros -siendo éste el caso que me compete- no sabemos de dónde viene y hacia dónde va la discriminación.
Una forma de racismo con el propio cuerpo, practican algunas personas que en atención a ese modelo hegemónico que todo lo alisa, que todo lo estira, hacen intervenciones en su pelo, para tenerlo liso y largo, cantidades de químico, discurriendo por un montón de cabezas, estirando todo a su paso. En la periferia de esa producción estética definida como blanca está un fetiche que deviene en la producción de unos cuerpos, unas estéticas esclavizadas, estiradas y alisadas.
El aliser es una manifestación de la estética para negar, en nuestro propio cuerpo, la diversidad racial en la que vivimos. Justamente en este sentido me temo pecar de esencialista, porque a mi modo de ver la belleza no expresa nada y creo que la gente puede sentirse incómoda con la forma cómo es: intervenirse, transformarse, reinventarse. Pero no estamos hablando aquí de un tema de naturalismo esencial, sino de una cultura impuesta por un racismo hegemónico.
Se trata de un sistema de representación publicitado por los medios de comunicación nacionales y exhibido por las estéticas del poder político, en las que la imagen del sujeto negro viene revestida de lo que somos: un “bollo perfumado” como diría un diputado antioqueño que fue objeto del escarnio público hace un tiempo. Nos indigna que nos digan lo que en nuestra vida social, son secretos a voces.
El presidente Barack Obama, negro como es, no compensa con su ascenso político las miles de personas presas en las cárceles de los Estados Unidos. Es una cuestión de estadísticas y no de posicionamientos.
Tal vez porque la resaca amarga de la historia nos ha ido dejando un tremendo tufo sobre la definición de lo bueno y lo malo o porque quienes la han escrito son los sujetos blancos y así… hemos venido a adoptar los modelos estéticos de ellos. Por más incluyente que uno se imagine, el modelo europeo-centrista de definición del mundo ha venido a definir la belleza desde su centro.
Cuando yo era chiquito, una de mis primas, negra como yo, se atormentaba con la sola idea de que le peinaran el pelo. El ritual de esas peinadas era la mayor parte de las veces realizado para hacerle complejos tejidos en la cabeza, que nosotros llamamos trenzas y que invoca una tradición africana sobre la cual se ha escrito mucho, todo esto era motivo de risas entre sus amigos y se imaginarán que al crecer mi prima se alisó el cabello. En mi generación, el elemento que definía estéticamente, el ritual festivo de la quinceañera ñonga era y sigue siendo, el de alisar a la cumplimentada para la celebración en que la señorita es presentada en sociedad.
En las cercanías de mi pueblo, existe un pequeño corregimiento que tiene fama de tener las mujeres más ñongas del mundo. Nuestra insensibilidad con el tema es tal, que hemos creado mecanismos de todo orden para fomentar la baja autoestima en las personas que no tiene el pelo del modo “blanco”, por decirlo de alguna manera.
En Colombia, para los medios de televisión hemos generado a medias el debate para que las cuatro o cinco actrices negras híper-alisadas que tiene la televisión, actúen en papeles que no develen lo que para todos es una realidad en la vida cotidiana: las empleadas domésticas de la base de la escala social.
Este y otros debates me recuerdan aquel viejo chiste del sentido común que para las ñongas hay un pico y placa administrado por la lluvia, esa agua que cae de los cielos y nos moja a todos por igual, clasifica –según algunos- a las que escurren su pelo liso hacia abajo y otras de expresiones capilares diversas, siguen orbitando por los cielos amenazando -según ellos-, con sacar ojos desprevenidos. El pelo y la lluvia, nos toca con diferentes intensidades a todos. La ignorancia es atrevida, pero además es racista.
Para no seguir gravitando sobre debates que son tan míos, como condición de posibilidad; dejo el mensaje que mis amigas brasilienses me inocularon en la cabeza: los pelos de todas las formas son buenos, el racismo es lo que está mal… el problema es que la mayoría de los negros, en nuestra extrema naturalización, hemos terminado aprendiéndonos el trabalenguas al contrario: como sí el racismo fuera bueno y lo malo es el pelo.
Fuente: ElHeraldo.com