Cual si se trata de un capítulo adicional de un drama trágico novelesco, la población dominicana ha sido saturada con el macabro y despiadado tema de la niña Carla, menor desaparecida el 25 de junio de 2015 y vuelta a recordar alrededor del 16 de agosto de 2016, luego de que un recluso del penal de La Victoria admitiera haberla ultimado con la finalidad de extraerle sus órganos para venderlos. El caso alcanzó los ribetes caricaturescos de la versión caribeña de una conocida serie televisiva forense norteamericana.
El imprudente anuncio prematuro de las pesquisas levantó mucha suspicacia, ya que su anuncio aparece en medio del escándalo político de corrupción asociado a la compra en Brasil por parte del gobierno dominicano de ocho aviones de los denominados Super Tucano.
Los cuerpos investigativos policiaco-judiciales convocaron a una rueda de prensa para dar a conocer el relato del joven encarcelado acerca de los pormenores del supuesto crimen de la escolar.
El trágico titular del infanticidio se convirtió en la noticia de mayor relieve nacional. Todo un arcoíris de comentarios tiñeron la atmósfera popular. Cada uno tejía su propia conjetura sobre el hecho cuando aún no habían sido identificados los restos mortales de la víctima. Los cuerpos investigativos habían incurrido en un clásico error forense descrito en 1956 por el experto patólogo forense norteamericano Dr. Alan Moritz, el cual consiste en hablar prematuramente, en el sitio errado y con la persona equivocada.
¿Cuál era la urgencia y el motivo en hacer de público conocimiento la confesión de un reo cuando podía y debía esperarse a que concluyera la fase investigativa del caso?
Lo cierto es que con el torpe manejo científico y el imprudente e inoportuno anuncio se le ha hecho un daño enorme a la consolidación de la práctica forense en la República Dominicana.
Muchas personas pensarán que es correcto emitir juicios de carácter médico legal sin antes haber seguido ordenada y minuciosamente el protocolo de autopsia judicial que este tipo de situación exige. Lo que comienza mal, difícilmente termina bien dice el axioma forense y en la pesquisa de Carla no se siguió con rigor la guía investigativa.
Luego de haber violentado la secuencia de los pasos de un modo irreversible, se hace imposible demostrar científicamente, por medio de las evidencias anatomo-patológicas, el que en estos restos había ausencia total de rastro alguno de órganos internos. En el informe no podrá establecerse de manera clara, precisa y de forma categórica, si en vida se habían removido las vísceras de la desaparecida. Al final habrán arribado a un verdadero atolladero médico legal.
Si algo tangible se ha conseguido con mantener por semanas en la palestra pública la misteriosa desaparición de la menor falcémica, hija de la señora Yolanda Cabrera, es una permanente angustia en la madre, zozobra en la familia y un aumento en el desasosiego y la inseguridad ciudadana. El daño familiar y social causado por la amplia y constante lluvia de informaciones públicas sobre un caso, aún en fase judicial de la investigación, supera con creces el beneficio político que supuestamente reportaría el opacado escándalo de la compra en Brasil de los aviones aquellos.
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