París, Francia. El pasado 14 de julio, después de los fuegos artificiales con motivo de la fiesta nacional francesa, el horror se apoderó de una avenida de Niza (sur de Francia) donde un hombre embistió con su camión a la muchedumbre. Murieron 86 personas.

Camion de Francia



Una marea humana, presa de pánico, echó a correr por el Paseo de los Ingleses después de que Mohamed Lahouaiej Bouhlel embistiera el vehículo contra el público congregado para disfrutar del espectáculo, según testimonios recabados por los investigadores a los que tuvo acceso la AFP.

Había alrededor de 30.000 personas. La Eurocopa de fútbol, durante la cual se temía que pudieran cometerse atentados, acababa de terminar.



A las 22H45 se acabaron los fuegos artificiales y la gente empezó a dispersarse. La avenida estaba todavía abarrotada cuando apareció el camión de 19 toneladas. Se escuchó el ruido.

«Son petardos», pensaron algunos testigos. Al fin y al cabo el 14 de julio es día de fiesta nacional en Francia. «Un alboroto», opinaron otros. Pero «una marea humana llegó completamente alarmada, gritando, llorando».

El camión apareció a toda velocidad por la esquina con un hospital infantil. «Lo vi arrancar. Yo estaba enfrente. Vi al conductor sonreír y acelerar», cuenta una empleada municipal que esperaba el autobús.

Por sus radios, los policías desplegados para garantizar la seguridad durante las fiestas oyeron cómo un camión se saltaba una barrera de seguridad.

No se detuvo en dos kilómetros, aplastando todo lo que se encontraba a su paso, zigzagueando, subiéndose a las aceras para ocasionar el mayor número de víctimas posible.

Muchos peatones tardaron en verlo. Había ruido, conciertos y mucha gente. El camión circulaba a gran velocidad. Su «acción mortífera» duró cuatro minutos y 17 segundos, según los investigadores.

«Cuerpos desmembrados» 

«¿Problema de frenos?», «¿malestar?», «¿accidente»? Después del estupor inicial, la gente se dio cuenta de que el «camión avanza para matar».

Resonaron ruidos insoportables: ese «ploc» del parachoques contra los viandantes, describió una víctima. El motor rugió, los cuerpos aplastados bajo las ruedas del camión obstaculizaban el avance. «Dio brincos de un metro, de metro y medio», contó un policía, horrorizado.

Las víctimas salieron proyectadas como «títeres», había «cuerpos desmembrados». Un hombre vio a su padre eyectado de su silla de ruedas «al suelo, contra la acera».

Algunos huyeron, se refugiaron en hoteles, se subieron a los tejados de los restaurantes de la playa, se echaron al mar y nadaron lo más lejos posible. Otros se quedaron paralizados. «Llevaba de la mano a mi hija y a mi sobrina, cerré los ojos, presa de miedo, hasta que el camión pasó a mi espaldas», dijo una mujer.

Había que parar la carnicería. Un hombre en moto intentó interponerse. El vehículo redujo la velocidad, circulaba a trompicones, sin duda a causa de los cuerpos atrapados entre las ruedas. Las fuerzas de seguridad abrieron fuego. Demasiado tarde, según algunos testigos, que estiman que «no había policías» en comparación con los movilizados para la Eurocopa.

 Manteles para cubrir los cuerpos 

Lahouaiej Bouhlel respondió a los disparos pero sin dejar de dar bandazos. «Vi al hombre disparar con su mano derecha pasándola por debajo de la izquierda, con la que sostenía el volante», explicó una agente.

Los testigos que lo vieron recuerdan que estaba «serio», como «concentrado».

Se detuvo delante del Palacio del Mediterráneo. Un hombre se subió al estribo del lado del conductor e intentó aporrear el cristal, quitarle el revólver, pidió a una agente que le diera el arma «para cargárselo». Ella se negó y le pidió que soltara la portezuela. Él bajó y ella abrió fuego.

El asesino parecía estar muerto. Ningún policía se atrevía a abrir la portezuela. Temían que hubiera bombas. «Pensaba que era la fase uno, que el camión iba a abrirse con hombres armados dentro o que iba a estallar», declaró un turista.

Los servicios de desminado llegaron. Había cadáveres y heridos agonizando a lo largo de cientos de metros. Los transeúntes improvisaban masajes cardíacos. El propietario de un restaurante llegó con manteles para tapar los cuerpos.

«Levanté las sábanas para ver si era mi hijo. Vi un horror. No tendría que haberlo hecho», suspira un comerciante.

Estos recuerdos atormentan a los testigos. Ya nada será como antes. Para una enfermera de Niza «el Paseo se ha convertido en una avenida cubierta de cadáveres».